“Exactamente a la una de la tarde, cuando me encontraba en posición de cúbito dorsal sobre mi cama, comenzó la catástrofe: el primer huaico (…) Estaba realmente asustado, nunca en mi vida había visto evacuaciones de semejante magnitud”. El testimonio de un hombre de prensa llenó páginas de la revista para la que tomaba fotografías en aquel verano de 1991. En medio del malestar, se pesó: la balanza marcaba 62 kilos. Era la 1.30 de la tarde. Las horas previas habían estado marcadas por decaimiento, falta de apetito, sed implacable y debilidad. Las posteriores serían un suplicio que lo tendría casi atado al baño. Cuando se pesó nuevamente, 3 horas después, la balanza le marcaba a Víctor Chacón Vargas 53 kilos. Había perdido 9 kilos en apenas 180 minutos. O, lo que es lo mismo, 9 mil gramos en 10 mil 800 segundos.
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Convertido en lo que él mismo llamó “una momia Paracas, un charqui”, se hizo unas fotos que, a esas alturas, ya creía que podrían ser póstumas. Pocos días antes había estado en Chimbote viendo de cerca la epidemia que ya nos acorralaba. Se pasó unos días haciendo fotos en los hospitales y pudo comprobar la realidad de un sistema de salud desbordado, con pacientes agonizando y retorciéndose de dolor en los pasillos, muchos de ellos, sin espacio siquiera para descansar en una cama o para yacer en una morgue. Entre sus colegas, vivió también el miedo a comer cualquier cosa, incluso una dieta de pollo en el Hotel de Turistas. Sin embargo, Víctor estuvo a punto de ser uno de los 2 mil 909 fallecidos por el cólera que tuvo nuestro país a fines de 1991, de entre los 322 mil 562 peruanos que enfermaron en esos meses con síntomas como diarrea aguda, vómitos y dolorosos calambres, según cifras del informe “Historia del Cólera en el Perú en 1991”, publicado en el Acta Médica Peruana el 2010. Felizmente, el fotoperiodista fue atendido a tiempo, se recuperó tras 5 días de rehidratación y sigue entre nosotros para contar su historia.
En aquellos días, nuestro país agrupó el 83% de casos de cólera de la región, que tenía a otros 13 países afectados, entre ellos nuestros vecinos Colombia y Ecuador. Esta semana se han cumplido 30 años del inicio del estado de emergencia sanitaria y es inevitable establecer algunos paralelos con la actualidad. Nuestro sistema de Salud no estuvo preparado antes y sigue sin estarlo ahora. No hay suficientes médicos o enfermeras y la mayoría de los que están no son justamente remunerados. Las zonas rurales carecieron -y siguen careciendo- de servicios básicos y acceso a la salud. Y la informalidad y la pobreza obligan a muchos a enfrentar un dilema trágico: ¿El hambre o el virus? Ocho presidentes han pasado por Palacio de Gobierno desde entonces y ninguno lo ha solucionado. Algunos porque no quisieron. Otros, porque el tiempo no les alcanzó.
Así se iniciaron los días en los que muchos peruanos nos acostumbramos, para siempre, a no tomar agua del caño. Y, momentáneamente, al cebiche de pollo, al agua hervida para lavarse los dientes, a no bañarnos en el mar o a las gotas de lejía para desinfectar el agua.
PERÚ, HORA CERO
“Todo indica que la epidemia del cólera empezó en el barrio de la Candelaria en Chancay. En esta ciudad situada al norte de Lima, entre el 23 y 29 de enero, se registraron once enfermos atacados por una diarrea aguda, vómitos y calambres que fueron atribuidos inicialmente a una intoxicación”, dice el informe “Historia del cólera en el Perú en 1991”, señalando el punto de partida. La inminencia de una situación grave se hizo evidente el 4 de febrero de 1991, cuando el Ministerio de Salud notificó a la OMS que el Perú estaba siendo afectado por una epidemia de cólera, la infección intestinal aguda causada por la ingestión de agua o alimentos contaminados por la bacteria Vibrio cholerae.
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En ese momento, el titular de la cartera, Carlos Vidal Layseca, se encontraba con licencia en Washington. Victor Cuba Oré, viceministro de Salud, informó al Gobierno sobre un brote epidémico de cuadros diarreicos agudos que había surgido en zonas determinadas de la provincia de Chancay. Así lo recuerda el mismo Cuba en su web personal, donde ha registrado una detallada cronología de los acontecimientos más importantes de aquel sombrío verano del 91, durante los primeros seis meses del gobierno de Alberto Fujimori y en medio de una grave crisis económica y de desempleo. El exviceministro indica que el día 6 de febrero dio una conferencia de prensa en la que informó sobre 500 casos de cólera, con 145 hospitalizados y 14 fallecidos, solo en Chimbote. Al principio, sin embargo, fue difícil identificar la enfermedad, porque hacía casi 100 años que no se veía un caso de cólera –mal originario de la India- en nuestro país.
La enfermedad, entonces, avanzó sin tregua ni piedad. Al día siguiente, y tras retornar a Lima, Vidal Layseca agregó a las cifras 70 casos en Chancay, 84 en Piura y 9 en Lima, pero el 8 de febrero se confirmó que eran ya 3 mil personas afectadas y 30 fallecidos a nivel nacional. Ese mismo día se declaró oficialmente el Estado de emergencia.
“En nuestro Perú y en América Latina, el cólera se difundió principalmente por el agua empleada para la bebida, la preparación de comidas, el lavado de ropa y el baño”, sostiene el informe “Historia del cólera en el Perú en 1991”, firmado por los doctores, Carlos Seas Ramos, Ciro Maguiña Vargas, Edén Galán Rodas y Jimmy Jesús Santana Canchanya.
Allí se describen también las circunstancias particulares de nuestro país que facilitaron la expansión de la enfermedad. En dicho informe se recuerda que, desde décadas previas, las condiciones políticas, económicas y de salud estaban en constante deterioro, además de subrayar la disminución de la inversión en salud y las migraciones del campo a la ciudad, incrementadas por el terrorismo. “Para 1991 –indica el texto- la tasa de mortalidad infantil fue de 78 por 1000, la tercera más alta de América Latina, después de Haití y Bolivia, con una alta tasa de mortalidad por diarreas en niños menores de 5 años, siendo superada solamente por Nicaragua, Guatemala y Honduras”. Según un estudio de 1988, también mencionado en el informe, solo el 55% de la población tenía acceso a agua potable y el 41% a sistemas de alcantarillado. En las zonas rurales los promedios fueron más bajos: 22% y 16%. En su crónica sobre la enfermedad publicada aún en mayo del 91, la periodista de El País Malén Aznárez aseguró que la ruta del cólera era “el viaje a los infiernos de la miseria peruana”.
RETOS EN MEDIO DEL CAOS
Para fines de febrero, casi todos los departamentos de la costa registraban casos de cólera. Pronto, se trasladó a la sierra, atacando con intensidad en lugares como Cajamarca, transportada la bacteria por los viajeros de distintas zonas del país que llegaron para el carnaval. Como en la actualidad, la escasa infraestructura y recursos de salud pública fueron el principal enemigo para vencer al mal. En otros casos, lo inaccesible de la geografía y la amenaza permanente de Sendero Luminoso evitaron una ayuda más diligente. Faltaba aún año medio para la captura de Abimael Guzmán.
Tal como lo hemos vivido en los últimos meses, en aquel entonces también se fueron dando diferentes movidas políticas. Juan Carlos Hurtado Miller -el mismo que el 8 de agosto de 1990 anunció el “fujishock” económico que golpearía al país, con las nada esperanzadoras palabras “Que Dios nos ayude”-, renunció como premier y ministro de Economía. Carlos Torres y Torres Lara y Carlos Boloña llenaron pronto esos vacíos. Eran los tiempos del Inti/millón que reemplazaba al Inti y se convertiría pronto en el Nuevo Sol.
En el mundo, Estados Unidos había iniciado ya la Guerra del Golfo en Irak; el cartel de Medellín aterraba a Colombia; la Unión Soviética realizaba un referéndum que cambiaría su destino y nuestros vecinos de Argentina, Uruguay, Brasil y Paraguay firmarían el Tratado de Asunción que crearía el Mercosur.
A mediados de marzo, una huelga de enfermeras y personal sanitario agravaría la crisis, dejando graves carencias en la atención a los pacientes, no solo de cólera, sino de otros males que lo acompañaron, como el dengue. Según reportes de aquel entonces del diario español El País, Perú perdió cerca de 300 millones de dólares por la cancelación de contratos de exportación de alimentos. Las importaciones de productos como pescado, frutas y hortalizas fueron restringidas por la Comunidad Europea. Estados Unidos, por su parte, había declarado alerta roja contra alimentos procedentes de Perú desde el 21 de febrero.
Para fines de marzo, la OMS informó que las víctimas mortales llegaban a 397 y el número de afectados a 71 mil.
ENTRE BOLSITAS Y CEBICHES
Las bolsitas salvadoras que había impulsado el doctor Uriel García –recientemente condecorado con la Orden al Mérito por Servicios Distinguidos, en el grado de Gran Cruz- en su etapa como ministro de Salud de Fernando Belaunde, a inicios de los 80, fueron usadas con éxito diez años después. Su contenido, una solución de sodio, potasio y glucosa para la hidratación oral, se había utilizado ya para tratar enfermedades estomacales. En la epidemia de cólera, la gestión del ministro Carlos Vidal Layseca las convirtió en un elemento indispensable para la salud pública. Sin embargo, mientras Vidal trabajaba, Fujimori y otros ministros tuvieron irresponsables actitudes –comer cebiche públicamente en Pisco fue una de ellas, cuando el ministro de Salud había indicado que era mejor evitar ese emblemático platillo por precaución sanitaria- que hicieron sentir rumores permanentes de renuncia desde el Ministerio de Salud apenas iniciado marzo.
Ya en febrero, el Minsa había comunicado que los pescados y mariscos, al igual que las verduras, podían comerse, pero solo cocidos. Según recordó el ex viceministro Víctor Cuba, el 26 de febrero la prensa informó que los pescadores exigían la renuncia de Vidal Layseca, culpándolo de la baja venta de pescado. Por esa misma fecha, el Instituto del Mar del Perú (IMARPE) aseguró que el pescado y los mariscos no estaban contaminados con el virus del cólera. Los ministros de Agricultura (Enrique Rossl Link) y Pesquería (Félix Alberto Canal), aseguraban lo mismo, mientras el congresista de izquierda –y médico- Julio Castro Gómez, amenazaba con una Acusación Constitucional contra ellos, por haber puesto en riesgo la salud del país. Lo que más tarde pasó a llamarse “La guerra del cebiche” -que enfrentó al Ministro de Salud con el gobierno de Fujimori- ya había sido declarada. Las peores víctimas, sin embargo, seguían siendo –siguen siendo- los peruanos fulminados por la enfermedad.
Para inicios de marzo, la situación era insostenible. Además de iniciarse un segundo pico de contagios, las pugnas políticas no se detenían. Claramente, alguien sí pensaba en la salud pública y otro solo en política y popularidad. Mientras la Federación Médica del Perú respaldó al ministro de Salud Vidal Layseca en que no era recomendable consumir cebiche ni otros alimentos crudos para prevenir el cólera, por el probable contacto de pescados y mariscos con las bacterias instaladas en el insalubre mar peruano, Fujimori volvió a comer cebiche y preparó sashimi públicamente, esta vez en Chimbote. Además, tras recorrer los hospitales, defendió ante los medios que la epidemia estaba “bajo control”. Sin embargo, según reportó entonces Gustavo Gorriti para el diario El País, tras las imprudencias presidenciales con el cebiche, “hubo un brusco rebrote de los casos de cólera”. Vidal Layseca, por supuesto, terminó renunciando. “Lo normal en una epidemia como ésta, en un país que nunca ha tenido cólera, en una situación económica como la nuestra, es que se presente un 20%, un 30% y hasta un 40% de mortalidad. Hemos logrado que la mortalidad sólo llegue al 0,5% “, llegó a decir. Fue reemplazado por Víctor Yamamoto Miyakawa. Todavía faltaba mucho para vencer al mal.
Aquella no sería no la primera ni la última vez que Fujimori le mentiría al país. Menos de un año después, el 5 de abril del 92, disolvería el Congreso y daría un “autogolpe”.
PASADA LA TORMENTA
“En las condiciones actuales, era imposible prevenir la epidemia de cólera en el Perú. Sabíamos que en cualquier momento podía entrar, tanto en el continente como en el Perú. Pero el momento en que se produciría era lo que no se podía determinar. Las condiciones ambientales del país, sobre todo las condiciones básicas de agua potable, disposición de excretas, eliminación de residuos sólidos y demás, eran ideales para que el cólera pudiese entrar en el Perú”, aseguró Carlos Cúneo, ingeniero sanitario de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) en el documental “La séptima epidemia”, dedicado a la situación del cólera en el Perú en aquel aciago verano de 1991. “El cólera puede ser más peligroso para aquellos que viven en apartadas zonas rurales (…) la cadena de consecuencias que produce el agua contaminada y la falta de saneamiento ambiental es casi interminable”, indican en otro momento. Y agregan: “La experiencia del cólera ha destacado la dura realidad que enfrenta gran parte de la población latinoamericana”. Cambie hoy cólera por coronavirus y las frases significarán lo mismo: un trabajo pendiente y urgente para quienes ganen las elecciones en abril. //
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