Tilsa está sentada, en realidad apoyada en sus cuatro patas, sobre un sofá al lado de una mesa de comensales de café, a la entrada de la legendaria librería El Virrey, en Miraflores. Tiene los ojos cerrados y aparenta dormir, pero nada de lo que resuena a su alrededor escapa a sus instintos. Transmite un aire de pereza, acaso semejante al ocio helénico de las siestas de algunos humanos. La acaricio y converso brevemente con ella, como ocurre cada vez que visito la librería. Menea su cabeza tricolor y huele mi mano, dibujando una señal aprobatoria con un mohín.
Es viernes 7 de enero y nadie sabe -salvo Tilsa- que dentro de 24 horas levitará por los anaqueles y libros que durante 14 años fueron su hábitat natural. Los libros de psicología y filosofía era los lugares donde la vi despanzurrarse y dormitar con inusual frecuencia. Su salud estaba resquebrajada los últimos meses y requería de alimentos especiales. Uno no podía salir de El Virrey sin ceder a la tentación de acariciar al tigre de la librería, tan cercano y distante a la vez del lector.
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La gata llego a El Virrey en 2007, cuando el fundador de la librería, Eduardo Sanseviero, ya se había adelantado. Desde entonces, Tilsa se convirtió en la sombra y en la hija atigrada de Chachi Sanseviero, matriarca y propietaria del local, fallecida en mayo del 2018.
Pocas veces un ronroneo transmitía tanta felicidad y energía a los felinófilos, a pesar de la ailurofobia de algunos visitantes. El tablero de ajedrez, otro de los elementos infaltables en la librería de los Sanseviero, era uno de sus lugares preferidos, donde con obstinación gatuna permanecía impasible ante los requerimientos de quienes querían usarlo.
Tilsa vivió dos mudanzas, desde que su figura era un elemento más al lado de los libros en el antiguo local de la calle Dasso, en San Isidro (desde el 2011 abrió sus puertas en una casona de la calle Bolognesi, en Miraflores). El fotógrafo y librero Paco Sanseviero, hoy a cargo de la mítica librería, pasó los últimos meses cuidando la delicada salud de la felina, que todas las semanas era revisada por veterinarios y no podía comer cualquier cosa (aunque se las ingeniaba para picar algún dulce por ahí).
Los anaqueles de historia o de poesía no serán los mismos sin su rastro de pelo ni su mirada de protectora de los libros. ¡Sigue vagando por la librería, Tilsa!
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