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(Foto: Karen Zárate)
Nora Sugobono

Juliette Boggio lleva 10 años en Lima y de vez en cuando le envía a su madre, en Francia, videos de las clases de pole dance que practica en un pequeño estudio barranquino. Sabe que le impactan las imágenes, pero hay otros factores que la motivan a compartir con ella su afición. Cada vez que usa los músculos de sus brazos y piernas para elevarse hasta lo más alto de aquel tubo de acero inoxidable entornillado a techo y suelo, Juliette se siente invencible. “Es muy simbólico”, dice. “Todo el esfuerzo que hay que hacer para subir. Y si te caes, no importa: aprendes a caerte bien”. Cuando sale de allí siempre es un poco más fuerte. No es la única.

YO PUEDO
Diez años atrás, cuando estaba incluso peor visto –“¿pole dance? ¿quieres ser stripper?”– y cuando solo existía una escuela especializada en Lima (la de la campeona sudamericana hoy afincada en Japón, Elizabeth Muñoz), Eka Horna era una bailarina de danza contemporánea ávida de explorar nuevas posibilidades. Era Muñoz quien decía que todas –y todos– podían subirse al tubo, independientemente de la edad o el peso. Eka se formó con ella no solo en movimientos; también en filosofía.

En marzo de 2016 Horna abrió en Barranco un formato diferente –UNA Espacio– con solo cuatro tubos instalados en un pequeño salón (“hay clases en las que se juntan hasta 20 personas”, explica) y un gran espejo. Su trabajo consiste en estar atenta a cada una de sus alumnas; la mayoría son mujeres, pero también ha tenido algunos hombres. El ejercicio aquí es físico, pero también es visual. Juliette Boggio lo confirma. “Cuando te ves a ti misma así [short y top pequeños, necesarios para esta disciplina], no importa si estás hinchada, si te da vergüenza: al final termina gustándote lo que miras, porque ves que puedes lograrlo”. La satisfacción es un gran estimulante.

Eka dirige y también enseña en UNA. Empezó dictando clases ella misma pero, con el tiempo, los grupos empezaron a crecer y hoy la apoya un colega. Horna complementa el pole dance con otras disciplinas, como el stretching (estiramiento), el yoga y la danza. Las cosas se toman en serio: hay pasos por seguir y rutinas que respetar. “En el pole dance encontré una manera de fortalecer mis brazos y el centro de mi cuerpo”, cuenta. “Después de haber tenido una hija había perdido fuerza. No me llamaban la atención los gimnasios y quería ganar más flexibilidad. Aquí hallé una comunidad”. De hecho, el intercambio constante con otras bailarinas es clave, ya que la variedad de posturas se actualiza año a año. Las redes sociales son una buena herramienta para mantenerse informado. “Mi meta es seguir fortaleciéndome. Ya soy fuerte, pero siempre puedes serlo un poquito más. Y no hablo solo de mi cuerpo”. Eka Horna sabe –y puede– llegar a lo más alto.

VEN A BAILAR
Si hace diez años la difusión de la práctica de pole dance –como pasatiempo o ejercicio– escandalizó a buena parte de nuestra sociedad, el twerking podría ir encaminado a causar un efecto similar. El panorama es bastante distinto hoy, pero Erika ‘Amar’ Sotomayor todavía tiene que lidiar con comentarios ofensivos cada vez que cuelga videos o fotos en la página de su centro de danzas exóticas, Escuela de Sensualidad Amar. “Me dicen que cómo voy a hacer eso si soy madre”, cuenta. “Me encuentro con muchos prejuicios todo el tiempo”.

Sotomayor se especializó en danza del vientre en España hace una década. Su propuesta se centra en la difusión de estas y otras prácticas, “siempre desde la exploración de la sensualidad y la feminidad”, indica. El twerking entendido como entrenamiento es el último de sus descubrimientos. “Se trabaja la zona de caderas, pelvis y glúteos. Es sensual y, sí, altamente sexual”, continúa Sotomayor. Para participar de las clases es necesario usar rodilleras y ropa ligera y cómoda: dice Erika que se tiene que ver el movimiento ‘de la carne’; con ropa apretada como la que usa en el gimnasio eso sería imposible. “Todo esto ayuda a la autoestima, a que nos liberemos de miedos, de las cosas que nos reprimen. Se trata de expresarnos con nuestros cuerpos, tal y como son”, finaliza. A veces sale con sus alumnas a la calle, y hasta han ido a la playa. El efecto que causan en la gente también forma parte de la dinámica, aunque no lo digan.

Luego está, evidentemente, el beneficio físico: primero se trabaja en articulaciones (sobre todo, de rodillas y caderas); siguen los movimientos principales (se levanta, se baja y se sacude el trasero) y se incluyen muchos juegos de sentadillas. Nadie dijo que ser sexy sería fácil. El grupo compuesto por las 25 mujeres que participan de cada sesión de Danzafro sabe, como las twerkeras, que a veces se sufre, pero siempre se goza. Las congas de Miguel Hurtado y el cajón de Gianfranco Ramos marcan el compás del ejercicio. Estamos en la peña Don Porfirio, en Barranco, y el entrenamiento está a punto de empezar. Al medio, el profesor José Luis Saldamando ‘Cochicho’ da las indicaciones: movimientos aeróbicos con ritmos afros. La cadera sube y baja, los muslos se tensan. Se salta, se agitan brazos, se mete y saca la pelvis. No estamos bailando, o no del todo: estamos ejercitándonos. Los latidos, cada vez más agitados, son prueba contundente.

“La escuela busca acercar a la gente a conocer las danzas afroperuanas con una buena técnica y una cuota de diversión: vienes a dejar atrás el estrés, a moverte. Tenemos rutinas de ejercicios sin dejar de lado la música afro, con un respeto por la tradición”, explica Silvia Ternero, coordinadora de Danzafro y alumna de la primera promoción, que empezó en 2014. Para el músico Miguel Hurtado se trata de ser conscientes de cómo se mueve el cuerpo o, más específicamente, de qué partes se tienen que mover y en qué momento. “Hay gente que llega sin saber nada o creyendo que sabe. Aquí se dan cuenta de lo que hay detrás de cada paso”, indica.

Los aportes que trae el baile no discriminan especialidad o categoría. Incluso el ballet tradicional se está contemplando como una alternativa para fortalecer y moldear el cuerpo. Principiantes de todas las edades se están acercando a la disciplina sin temores ni convencionalismos. “Los movimientos iniciales son suaves y se van intensificando según tengas más capacidad motora y de resistencia”, cuenta la bailarina y profesora Patricia Cano. Para ella no existe un perfil determinado de las personas que recurren al ballet, pero sí encuentra un denominador común entre todas ellas: el entusiasmo. “Es muy gratificante ver que logran dominar su cuerpo, su equilibrio, la parte motora y la resistencia. Yo lo recomendaría como una especie de terapia para quienes, además, atraviesan problemas de estrés, ansiedad y autoestima”, añade. Eso, sin mencionar que el ballet mejora la circulación y la coordinación en piernas, brazos y cabeza. Corrige la mala postura, mejora el balance, retrasa el proceso de envejecimiento y hace que nos sintamos “más vitales”, sostiene Cano. Es una bonita manera de resumirlo.

#VAMOSPORMÁS
Revise Facebook o Instagram. Le aseguro que al menos uno de sus contactos cercanos publica –y con frecuencia– algún contenido relacionado a deporte o actividades físicas. Están los runners que suben fotos tempranito en la mañana. Los yogis que comparten frases inspiradoras. Los que trabajan en su musculatura y transmiten en vivo desde el gimnasio. Los que posan frente al espejo en ropa deportiva. El ejercicio ya no es un complemento: es un eje central.
“Siempre ha habido gente que hace deporte. Lo que ocurre con las redes sociales es que te sientes como parte de un grupo, de un club”, explica Diana Belmont, al frente del centro especializado en pilates Tamara di Tella. “El boom de los gimnasios tiene 20 o 15 años, pero los últimos 5 han sido clave en cuanto a la aparición de centros especializados: todo lo que sea circuitos y entrenamientos funcionales está muy de moda”, añade. Belmont sabe de lo que habla: el pilates forma parte de muchas de estas propuestas interdisciplinarias. Cuando trajo la franquicia de Tamara di Tella a Lima, en 2002, nadie o casi nadie conocía del tema. Su público hoy abarca desde adolescentes hasta señoras de 70 años. A través de series y repeticiones cortas, pero variadas, se fortalecen músculos internos mientras se trabaja con el propio cuerpo y su resistencia, especialmente con la parte central (el ‘core’). Solo se entiende cuando se prueba: una regla bastante obvia, pero necesaria para un mercado cada vez más saturado de propuestas. El primer paso para conocer si una disciplina funciona para nosotros es practicarla; afortunadamente, casi todos los centros ofrecen clases de prueba. “El deporte o la actividad que elijas define tu estilo de vida en muchos aspectos: ese es el cambio principal actualmente”, dice Diana. Y tiene razón.

Tweking, hot yoga o pichanga: no importa lo que sea, pero algo hagamos. //

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