El viaje estaba programado para diciembre del año pasado, pero la difícil situación política y social que atravesaba el país hizo que se pospusiera para fines de enero. Meses antes, la bióloga marina Báslavi Cóndor (36) había postulado al concurso público que organiza el Ministerio de Relaciones Exteriores para participar en la expedición a la Antártida ANTAR XXIX. Luego de una serie de evaluaciones, enfocadas principalmente en determinar la viabilidad de las propuestas de investigación, fue elegida como una de las expedicionarias para monitorear el ecosistema antártico en la base Machu Picchu.
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Era la segunda vez que Báslavi se embarcaba en una travesía de este tipo. El 31 de enero partió de Lima en un vuelo comercial con dirección a Punta Arenas, un puerto ubicado en la zona más austral de Chile, cerca de la Patagonia. Allí, junto a una tripulación de aproximadamente cien personas, entre científicos, militares y personal de servicio, abordó el BAP Carrasco rumbo a la Antártida.
Desde ese punto, el viaje dura aproximadamente cinco días. Ya en altamar, las primeras 36 horas transcurrieron con normalidad, hasta que tuvieron que cruzar el paso de Drake, considerado por los navegantes como uno de los mares más embravecidos del mundo. Olas de más de tres metros sacudieron la embarcación y a toda la tripulación a bordo, como si estuvieran en una montaña rusa. “Normalmente, la navegación se realiza en diciembre porque se tienen mejores condiciones oceanográficas y climatológicas”, nos cuenta Báslavi.
Aunque el recorrido estuvo más movido de lo habitual, no hubo mayores contratiempos que aquellos tripulantes con el malestar propio de estar casi 40 horas en un sube y baja constante. La calma llegó cuando se divisó el estrecho de Bransfield, donde están las islas Shetland del Sur, en la península antártica. “En este lugar, uno ya puede decir que es un expedicionario antártico”, dice la bióloga y profesora de Ecología Marina en la Universidad Científica del Sur.
MÁS ALLÁ DEL HIELO
El BAP Carrasco echó anclas en la bahía Almirantazgo, donde se asienta la base Machu Picchu. La estación científica fue construida en 1989, ocho años después de que el Perú se incorporara al Tratado Antártico. Cuenta con cocina-comedor, laboratorio, dos módulos de vivienda, un módulo de emergencias, otro módulo para la administración y un helipuerto. Durante 30 días y sus noches, este espacio se convirtió en el centro de operaciones de Báslavi Cóndor.
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La bióloga nos dice que este lugar es administrado por el Ejército Peruano y, por consiguiente, las normas de convivencia son casi como las de un cuartel. Hay horarios establecidos para las comidas del día. La mayoría de veces se alimentan de conservas, granos y cereales no perecibles. Pero hay ocasiones en las que los cocineros del BAP Carrasco envían pan fresco para el desayuno y lomo saltado o arroz con pollo para el almuerzo, haciendo que las gélidas jornadas sean más llevaderas.
Para el trabajo de campo, sin embargo, es difícil que puedan ceñirse a un itinerario debido a las condiciones climatológicas extremas, que pueden variar de un momento a otro. El clima antártico se caracteriza por ser intensamente frío, poco húmedo y muy tempestuoso, con una temperatura media anual de -57 grados. Por ello, los investigadores y expedicionarios llevan una indumentaria especial que se compone de ropa interior térmica, camperas de polar, un traje impermeable, guantes, gorro y lentes para protegerse de la intensidad de la luz solar reflejada en los glaciares.
Báslavi llegó a la Antártida para investigar a los poliquetos, una especie de gusanos acuáticos que hay en abundancia en el sedimento marino. El estudio de estos organismos, nos dice la bióloga, permite comprender los efectos del cambio climático. “Lo que hacemos es hacer muestreos para obtener estos animales, poder identificarlos y, con base en distintos análisis, determinar el estado del ecosistema en que se encuentran”, comenta. “Debido a la desglaciación, lo que vemos es que el agua dulce que se derrite está llegando a las profundidades del mar, donde habitan estos organismos, generando un disturbio en su hábitat. Por esa razón, hemos encontrado poliquetos que se desarrollan mejor lejos de estas áreas de estrés”, añade.
Después de un mes de vivir y trabajar rodeada de un infinito manto blanco, Báslavi volvió al Perú el 14 de marzo. La experiencia de haber estado en la Antártida, dice, es indescriptible. Pero más allá de las anécdotas, lo más importante para ella es alertar cómo el calentamiento global viene dañando el ecosistema marino y la manera en que este fenómeno puede repercutir, no precisamente para bien, en los seres humanos. //
-La Antártida es considerada el laboratorio natural más grande del mundo. Cuenta con 65 bases donde conviven investigadores de 53 nacionalidades.
-El Tratado Antártico, firmado en 1959, definió a la Antártida como un sitio dedicado a “la libertad de investigación científica con fines pacíficos”.
-En la Antártida se encuentra la mayor reserva de agua dulce del planeta, con 77% del total mundial y 90% del hielo terrestre, según National Geographic.
-Chile tiene un pueblo en la Antártida, en el que viven personas civiles. Cuenta con una escuela, un hospital, un hostel, una oficina de correo y más.