Madonna a los 60: el ícono que revolucionó la cultura pop cuando las mujeres -todavía- no mandaban.
Madonna a los 60: el ícono que revolucionó la cultura pop cuando las mujeres -todavía- no mandaban.
Nora Sugobono

Hay una escena, entre todas las que llaman la atención incluso hoy del documental Truth or Dare (a 27 años de su estreno), que se le queda a uno en la cabeza. No incluye ni comportamientos provocativos ni bromas sobre sexo; ni siquiera se ve a enseñando alguna parte de su anatomía. Pasa tan rápido que si uno pestañea, se la pierde. A ella. Se la pierde a ella.
Era 1991 y la diva del pop, junto a su entonces novio, el actor Warren Beatty –él, de 53; ella, de 31–, se encuentran en el departamento neoyorquino de la cantante. tiene un problema en las cuerdas vocales por el agitadísimo ritmo de su gira Blond Ambition -–acaso la más emblemática de su carrera– y necesita reposo. Un doctor examina su garganta mientras Beatty, sentado en una silla, observa a lo lejos con fastidio. “Esto es una locura”, dice, “filmar todo esto en un documental”. “¿Por qué parar aquí?”, responde Madonna.

El doctor sugiere discutir su estado fuera de cámaras. “Ella no quiere vivir fuera de la cámara. ¿Para qué decir algo si no está la cámara delante?”, añade Beatty.

Corte.

CHICA CON ESTRELLA

Bay City es una ciudad de unos 35 mil habitantes ubicada en Michigan, al noreste de Estados Unidos. No hay mucho que hacer allí, salvo, tal vez, pasear al borde de los canales que forman el río Saginaw. Hace exactamente sesenta años y dos días, nació allí una niña de pelo castaño y ojos azules enmarcados por unas cejas casi perfectas (se notaban desde entonces), a quien bautizaron como Madonna Louise Veronica Ciccone. Ese nombre puede –debe– ser el legado más valioso que le dejaría su madre: era también el suyo hasta que un cáncer de mama terminó con su vida cuando Madonna tenía solo cinco años. Para diferenciarlas durante ese tiempo, aunque breve, a ella la apodaron ‘Little Nonni’.

Fue la cuarta de seis hijos. Madonna aprendió a levantar su voz desde muy pequeña para hacerse notar y no dejaría de hacerlo jamás. La suya no es distinta de tantas historias, de tantos jóvenes, que sueñan con una vida mejor que la que tienen, hambrientos por comerse el mundo. Lo que marcó la diferencia en la suya está en que su apetito no conocería rival. Eso, sin embargo, solo se sabría con el tiempo.

Su infancia fue solitaria; su adolescencia, deliciosa. La joven Madonna no se maquillaba o vestía como las demás, pero llamaba la atención. Era buena estudiante, aunque huía de los convencionalismos. Le gustaba enseñarles la ropa interior a los chicos de su escuela y no se depilaba las axilas. Al terminar el colegio, obtuvo una beca para estudiar danza. Nunca llegó a terminar: con 18 años se marchó a Manhattan con 35 dólares en el bolsillo y no volvió a mirar atrás. Aquella fue la primera vez que se subió a un avión y tomó un taxi.

Su carrera artística empezó oficialmente reemplazando a bailarinas que se presentaban con músicos y bandas de rock. Al poco tiempo, Madonna formaría una propia: Breakfast Club. Esos primeros años en la Gran Manzana se los pasó cantando y tocando la guitarra o la batería en pequeños locales, muchos de ellos de reputaciones cuestionables. Por un lado, se abría el camino que la llevaría a la fama; por otro, sería víctima de un golpe que le costaría más de tres décadas confesar: fue violada a los 19 años, después de salir de una clase de baile. “Me amenazaron con un arma. Me violaron en la azotea de un edificio, a donde fui arrastrada con un cuchillo en la espalda. No entiendo por qué nunca tuve el valor de denunciarlo”, contó la cantante en 2013. El destino sabría hacerla más fuerte, pero primero la convertiría en una estrella.

Su talento pronto captó la atención del productor de una pequeña disquera (Sire Records, perteneciente a la Warner Bros.). No tenía una gran voz –nunca la tuvo–, pero sí poseía algo que la hacía sobresalir, destellar. Un fuego interno que no hacía más que avivarse. En 1982, la joven de 24 años firmó su primer contrato musical y, un año más tarde, lanzó al mercado su álbum debut. Lo tituló MADONNA, el nombre que le había dado su madre y que en italiano significa ‘la Virgen María’. Es curioso. Durante las cuatro décadas que ha abarcado su apoteósica carrera muchos la han considerado el demonio.

CONFESIONES

En el Perú de finales de los ochenta, una canción acaparó titulares como ninguna otra lo había hecho antes. Se llamaba Like a prayer (‘Como una plegaria’) y había quienes afirmaban haber escuchado mensajes satánicos si el disco se escuchaba al revés. No lo intente en casa: no es verdad.

Madonna ya había roto récords de venta con True Blue o Like a Virgin, pero esto era diferente. “Ahí dejó de ser una Britney, una cantante ‘blanca’, para convertirse en el diablo en persona”, explica el diseñador Manuel Francia, seguidor de la diva desde aquella época. “Era muy impactante ver a alguien, ver a una mujer, rebelarse de manera tan pública, tan libre. Ahora tal vez no sorprenda, pero en ese entonces marcó un hito”, cuenta él. “Llegó incluso a decirse que Madonna tenía VIH, porque era una causa que ella apoyaba cuando nadie hablaba del tema. Así es como era vista”, continúa el empresario Carlos Vera. Tanto Francia como Vera son miembros directivos de Grupo Madonna (en Facebook), el club de fans oficial que reúne a unos siete mil peruanos. El 80% de ellos son hombres, entre 20 y 50 años. Las nuevas generaciones, dicen, se maravillan con los objetos de colección que acumulan entre todos: los jóvenes de hoy tienen acceso a cualquier clase de información gracias a Internet; los de antes, no. Manuel y Carlos todavía recuerdan cuando había que esperar a que las noticias se impriman en una revista para enterarse de las novedades del artista en cuestión. Esas publicaciones, discos y otros objetos tipo ‘memorabilia’ –Madonna también ha publicado diversos libros– sirven para organizar expos donde comparten información y objetos con otros fans. Siempre hay algo que ver; siempre hay algo más cuando se trata de ella.

Pocos lo entienden mejor que el diseñador Roger Loayza. Y pocos tienen su suerte: en un concierto en Boston, en 2006, la cantante tocó su mano (Loayza estaba en primera fila). Ha sido su musa inspiradora para desfiles y colecciones, y es también un tema recurrente en todas sus redes sociales. “Mantenerse fiel a uno mismo siempre es un desafío, sobre todo cuando no eres igual a la mayoría”, explica. “Ella siempre ha hablado por las minorías: gays, mujeres, todas las razas”, añade. Para el diseñador, el gran aporte de Madonna ha sido usar su talento como artista –escribe sus propias canciones, algo que no todos saben– para dar luz a otros temas. “Una vez le preguntaron en una entrevista por qué mostraba escenas homosexuales en sus documentales o videos. ‘Que la gente se impresione’, contestó ella. ‘Es lo que ocurre en la vida real’. Aparte de esto, ha glorificado muchas cualidades de la comunidad gay. Probablemente, el mejor ejemplo sea Vogue: hay una línea donde dice: ‘no importa si eres negro o blanco; si eres chico o chica’. Puede pasar un poco desapercibida, pero el mensaje está ahí”, finaliza el diseñador.

Un mensaje que, sin duda, sigue sonando con fuerza.

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