MDN
Real Madrid vs. Barcelona
Jaime Bedoya

El discreto arte de la ventriloquia le es propicio a aquél que va al Santiago Bernabeú sin tener cariño alguno por el

Desde la vecindad del Paseo de la Castellana el domino de la afición madridista es unánime, apenas salpicado por desorientados turistas orientales vistiendo la blaugrana o, más sicodélicos aún, la del Juventus. Con igual afán civilizador un policía ecuestre los escolta con controlado mal humor balbuceando un continuo me cago en la leche.

Spain is different, es el histórico lema convocante que le asegura a España más de 80 millones de turistas al año.

Los aforos de los estadios suelen ser lo más cerca de una evidencia científica de la espiritualidad. Es así que se asegura que ochenta mil almas son las que ingresan al estadio con una tranquilidad gritona pero parroquial, algo peruanamente imposible. En la previa manda el reguetón: si tu me llama, nos vamo pa tu casa. El pijama, o la ausencia del mismo, es sin duda después del futbol una de las claves de la felicidad.

La carencia de una pista atlética en el Bernabeu - !salve, grandilocuencia del coloso de José Díaz!- permite una proximidad que logra que desde la butaca hasta se pueda oler el grass. Para contener los impulsos olfativos además de la policía hay cuatro decenas de fortachones de Prosegur velando la frontera entre el asiento y lo verde. En ningún momento del partido siquiera recurrieron al rabillo del ojo para ver que a qué acción futbolística corresponderían lo suspiros, los gritos y los insultos.

Messi, el extraterrestre, y Piqué, el antipático profesional, se ganan las invectivas del respetable. (¨Fue placentero¨, declararía el catalán masoquista luego del partiod).

La emotividad del público da un giro esquizofrénico para volcarse a recitar los nombres del equipo de casa como si se tratara de la poesía de Becquer, absorto y de rodillas, como se adora a Dios ante el altar.

El inicial dominio madridista se empieza a estrellar contra una constante universal: Pelé solo hay uno. Vinicus Junior, que tiene modales que de lejos parecieran confirmar la reencarnación del Rey, goza del preámbulo gambeteador pero sufre de impotencia goleadora. Tres oportunidades, tres flácidos desaciertos. Será la temprana juventud del brasilero, 18 años. Aunque Pelé ya era Pelé desde los 17, cuando cambió la historia del fútbol en el Mundial de Suecia 58.

Del otro lado está el pistolero que nunca cierra la boca, Luisito Suárez, el Nacho Vidal uruguayo de las redes. Dos oportunidades, dos goles. Y un penal del desprecio en homenaje al checoslovaco Antonin Panenka, creador en 1976 (su víctima fue el arquero alemán Sepp Maier) de un estilo de ejecución del disparo de los doce pasos que se ha convertido en la pesadilla desmoralizadora del portero: el Panenka, valga la homonimia que en realidad es bautizo.

Hubo dos fantasmas en la cancha. Uno galés, inmenso y desconcentrado, que en los últimos tiempos solo piensa en dos temas: a) si el tal Vinicius que lo ha mandado a la banca será en efecto el nuevo Pelé. Y b) en seguir explorando en su pasión por el golf una manera socialmente aceptada de desconectarse del prójimo. Gareth Bale juega para el equipo de Gareth Bale.

El otro fantasma, antes que espectro, es el espíritu santo en chimpunes. Lionel Messi camina mientras los demás corren. Pero apenas le llega una pelota el ritmo cardíaco del Bernabeú se dispara y esa anticipación gozosa del gol se hace verbo y carne. Tendrá una mano en vez de pie izquierdo, porque los pases que da son de guante blanco. No disparó al arco ni una vez. No fue necesario para seguir siendo el mesías.

Con un aplastante cero a tres en su propia casa los hinchas del Real se retiran quince minutos antes que acabe el partido. Minutos antes, desde los celulares, intentaban revertir sus apuestas en línea en busca de recuperar lo creído en su calidad de local. Demasiado tarde. Arriba, en las alturas de lo que vendría a ser una esquina de la tribuna sur del Bernabeú un puñado de barcelonistas suicidas saltan, gritan y celebran mientras cantan CR7, dónde estás, donde estás. Por los altavoces las autoridades les indican a los del Barcelona que NO salgan del estadio hasta que se les indique y que lo hagan solamente bajo escolta policial y particular, puesta humanamente por el mismo Bernabeu. Los madridistas que se van antes que se acabe el encuentro lo hacen mostrando el dedo medio de una mano a ese sector de la tribuna.

Los demás - caballeros si, cobardes no- celebramos los tres aplastantes golazos blaugrana como los ventrílocuos: en silencio y desde el estómago. Por eso ahora se puede contar.

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