El domingo 15 de marzo amanecí muy bien. Como siempre, me fui a las 8 de la mañana a hacer compras al supermercado. Para el mediodía todo cambió. A la 1 de la tarde estaba muy mal, con fiebre y decaimiento: la verdad, no podía con mi alma. No tenía ni la más remota idea de lo que me estaba pasando. El día anterior estuve bien. En la noche cené en un restaurante, sin sospechar que podía estar ocurriendo algo con mi salud. Incluso en Vox Populi, la consultora de comunicación que dirijo, decidimos parar actividades (encuestas y focus groups presenciales, entre otras), hasta que todo vuelva a la normalidad. Recuerdo que pensamos: no sé a qué normalidad, porque este país jamás ha sido normal…
Cogí el auto y manejé hasta la clínica Tezza, que queda a seis cuadras de mi casa. Me habían dado la información de que ahí estaban haciendo la prueba de coronavirus a personas mayores de 60 años. Yo tengo 62. Estaba muy mal, con mucha fiebre, mucho malestar. Consulté con una enfermera sobre el cartel que indicaba sobre las pruebas de descarte y ella se mortificó, se molestó. Prácticamente me echó, me trató mal, me gritó. Tal vez de pensar que yo podía tener coronavirus se asustó. No tenía ninguna disposición a atenderme. Me dijo que iba a averiguar…. La verdad, lo único que le faltó fue ladrarme. Me extrañó mucho, porque en esa clínica el personal siempre es muy cordial.
Regresé a casa y ese mismo día comencé a automedicarme. Pensando que tenía una infección respiratoria, me ‘receté’ azitromicina y paracetamol. Pero no mejoraba. Mi hija Milagros y yo llamábamos al 113 para que alguien viniese a hacer la prueba de descarte de covid19, pero nunca llegaron. Llamamos durante días, y nada. Decepcionado, lo conté en mi Facebook por un interés público: el gobierno tuvo tiempo de comprar esas pruebas y no lo hizo. El miércoles seguía mal, así que volví a la clínica. Una doctora me dijo que tenía faringitis. Me recetó algo parecido a lo que yo estaba tomando, más un jarabe para la tos y un antialérgico. Ya tenía tos seca y los síntomas ya decían que era coronavirus. Yo estaba convencido. Incluso pedí que me hicieran la prueba, pero me dijeron que no era necesario.
El sábado 21 en la tarde, cerca del toque de queda, fui por tercera vez a la clínica, ya casi a rastras. Me sentía muy débil, estaba con tos y fiebre. Habían instalado una carpa en la cochera que está al frente, y ahí me atendieron. El médico me tomó la muestra molecular, el hisopado en nariz y garganta. Me dijo que tenía amigdalitis y me dieron nuevamente la misma medicación, añadiendo cetirizina. Exactamente la misma medicación que se suele indicar para enfermedades respiratorias. Ya llevaba yo una semana enfermo. La prueba se envió al Instituto Nacional de Salud. El médico me dijo que en tres días llegaría el resultado.
El miércoles me llamaron de la clínica a decirme que el resultado era positivo y que del INS se iban a comunicar conmigo, cosa que no sucedió. Yo no sabía dónde exactamente me había contagiado. He repasado mentalmente los lugares donde estuve: en la oficina, en cafés, restaurantes, en reuniones de trabajo, en oficinas de clientes. Esperaba que le hicieran la prueba a personas con las que había tenido contacto. Como no ocurrió eso y vi que no iba a ocurrir, llamé a toda la gente con la que había estado esos días, sobre todo a mis hijas, que viven con su mamá. “Háganse la prueba, llamen al 113, inténtelo. Y también hablen con sus amigos y la gente con quienes tengan contacto”, les advertí. Sé que todos han llamado pero a nadie le han ido a hacer la prueba. Hay una cantidad bastante grande de casos que van a quedar fuera de las estadísticas para siempre.
Entre tanto, ocurrió algo muy bueno: gente amiga que había leído en mis redes que yo estaba mal, sin consultarme hizo gestiones en Essalud y el Minsa. A partir de ese martes (un día antes de que me llamaran de la clínica con el resultado) empezaron a venir ambulancias y médicos de ambas instituciones, que me dieron una atención muy buena y que yo agradezco muchísimo. Uno de los médicos de Essalud me sacó una nueva muestra (por alguna razón resultó fallida). Se inició un monitoreo telefónico, permanente, dos veces al día al comienzo. También me llamaron de la Superintendencia Nacional de Servicios de Saneamiento (Sunass); estaban indagando si yo tenía algún reclamo por lo que Minsa no me había atendido. Pero yo en ese momento estaba más bien agradecido. No quise reclamar nada.
Esos días yo me sentía muy mal. Hubo una tarde, como a las 6, que sentí que me desmayaba, que me moría. Me puse a respirar muy hondo, muy profundo. Estaba solo en mi departamento. Pero eso no es problema, estoy acostumbrado. Hubo un par de noches en que no dormí nada. El malestar era demasiado fuerte. Tenía las indicaciones básicas: continuar tomando la medicación que me habían dado en la clínica para contrarrestar los síntomas, y tomar mucho líquido caliente para que el virus baje al estómago y no entre a los pulmones. Cumplí con esas dos indicaciones. Tomaba seis paracetamoles al día: dos en la mañana, dos en el almuerzo y dos en la cena. No tenía nada de apetito. A veces comía para tener algo en el estómago...
En ningún momento estuve deprimido, pesimista, derrotado, ansioso. Nada de eso. Me he sorprendido de mí mismo. Eso me ayudó mucho, pero también el monitoreo médico, que me daba seguridad. Me preguntaban cómo andaba la fiebre, que estaba por lo general alta. Los peores días, entre 39 y 40, a pesar de los seis paracetamoles. No quiero pensar cómo hubiera sido sin paracetamol. La tos era muy fuerte, tremenda. Había mucho agotamiento, no me provocaba hacer nada, me la pasaba en cama. Me aburría un poco con las noticias.
Yo quería estar tranquilo. Tenía indicaciones muy estrictas: llegado el momento, si se presentaba una mayor complicación pulmonar, tendría que hospitalizarme. Ahí comenzaron un poco los problemas respiratorios, la falta de aire. Yo trataba de resistir al máximo y veía que pasaban los días y ganaba. Siempre se busca que el internamiento sea el último recurso; en ese momento los servicios de salud no estaban muy preparados. Pero el monitoreo de los médicos me daba seguridad, tranquilidad.
Perdí el gusto. En un momento casi no sentía el sabor de las cosas. El olfato, un poco. Los vecinos del edificio -de cuatro pisos, tres departamentos por piso- estaban un poco preocupados, pero sabían que yo estaba en un aislamiento absoluto y que no tenían nada que temer. Mis hijas me traían cosas, alimentos, y los dejaban en la puerta. Una vez que se iban yo salía y las recogía, para no tener contacto con ellas. Ya estamos un poquito preparados para enfrentar momentos difíciles. En julio cumpliré 20 años de haber sufrido un infarto. Y hace nueve años me hicieron una cirugía, me pusieron tres baipases; soy paciente coronario. Para mí la vida es normal, convivo con eso, tengo ciertos cuidados.
Durante el día me tomaba la temperatura o me medía la saturación de oxígeno. Así podía darles información por teléfono a los doctores: ayudarlos a ayudarme. En algún momento uno de ellos me preguntó si yo era médico. “No lo soy, pero estoy informado de esos temas”. También teníamos un chat con los médicos. Algunas veces nos comunicábamos por whatsapp.
Llamaban distintos médicos, todos muy profesionales y correctos. Recuerdo especialmente a uno de ellos, que es con quien más hablé: el doctor Malpica, del Minsa. Me tenía grabado en su celular, conocía bien mi caso. Me reconocía cuando llamaba. Entiendo que mucha gente está recibiendo ese monitoreo telefónico. Pero al inicio hubo mucha improvisación en la gestión del gobierno.
El 30 de marzo me tomaron una nueva muestra. Esa tercera resultó negativa. Sin embargo, la fiebre alta y la tos bastante fuerte permanecieron más o menos hasta el 15 de abril. El monitoreo continuó hasta que informé que ya me sentía mejor. Técnicamente no me han declarado de alta, no sé dónde estará mi caso en las estadísticas, pero ya no tengo ningún síntoma. Cuando vieron que yo ya estaba bien dejaron de llamar.
Según cifras oficiales, el día que aparecieron mis síntomas de golpe en el Perú había 87 casos. Tres casos por cada millón de habitantes. De hecho que estuve entre los primeros contagiados. No sé dónde cogí el virus, pero me saqué la chapita premiada.
Me quedan muchas ganas de todo, de seguir trabajando, de ser mejor persona. Me quedan ganas de agradecer al Minsa, a Essalud, a mis hijas, los amigos y amigas que llamaban, que se preocupaban. La vida es algo tan común y corriente, tan a la mano que no nos damos cuenta de que la tenemos. La vida es algo tan frágil, y a veces no la valoramos. Todo es tan ajeno… ¿Tu vida es tuya? Mentira, pasa un camión y te mata, y el dueño de tu vida es el conductor de ese camión. No hay nada más ajeno que la vida.
Tengo pendiente una revisión pulmonar. Es lo que me aconsejó el médico, pero será cuando se reestablezcan los servicios ambulatorios de las clínicas u hospitales. Podrían hacerme una videoconsulta…//