La naturaleza sorprendió al Perú con un sismo de magnitud 8. Esto hace que nos preguntemos: ¿qué pasaría si un sismo de esa magnitud ocurriera en una zona densamente poblada?, ¿cuán preparados estamos para afrontar sus consecuencias?
Los pesimistas piensan que, dada la tugurización y precariedad de construcciones, la falta de cultura preventiva de la población y de preparación del sistema –de suceder en una gran ciudad–, un sismo de la magnitud del ocurrido en el nororiente ayer causaría daños incalculables y miles de muertes. Los optimistas dicen que el Perú empezó a prepararse hace ya muchos años y que solo falta que ocurra un terremoto para probarlo.
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Lo cierto es que los expertos no dudan si un gran terremoto va a ocurrir o no, lo que no saben es cuándo va a suceder. En ese sentido, es importante aprender de los estudios que se han hecho sobre el impacto de los terremotos sobre la salud pública.
Los cinco últimos terremotos importantes en el Perú ocurrieron en 1966, 1970, 1974, el 2001 y el 2007. El de 1966 ocurrió a las 4:41 p.m. del lunes 17 de octubre, tuvo una magnitud de 8,1, duró 45 segundos y su epicentro se localizó en el mar del Callao. Dejó 180 muertos y 3.000 heridos. El tsunami en el Callao produjo olas de 3,5 metros y algunas calles se agrietaron de lado a lado. Huacho fue muy afectado.
El de 1970 ocurrió a las 3:23 p.m. del domingo 31 de mayo, tuvo una magnitud de 7,9, duró 45 segundos y su epicentro se ubicó en el mar de Chimbote. Hubo destrucción desde Chiclayo hasta Lima, y en la ciudad de Casma el 90% de las casas fueron destruidas. El aluvión que cayó desde la Cordillera Blanca destruyó la ciudad de Yungay. El cálculo de los muertos varía entre 30.000 y 70.000. Este terremoto hizo que en 1972 se creara el Instituto de Defensa Civil (Indeci) y que se decretara el código de construcción antisísmico de casas y edificios.
El de 1974 ocurrió a las 9:21 a.m. del jueves 3 de octubre. Tuvo una magnitud de 8,1, duró 90 segundos y su epicentro fue en el mar, a 80 km al sur de Lima. Debido a que ese día se iba a celebrar el sexto aniversario de la junta militar de Juan Velasco, los colegios estuvieron felizmente cerrados. Los muertos se calculan en 252 y los heridos en 3.600. Solo en Lima, 78 personas murieron y 2.414 quedaron heridas.
El del 2001 ocurrió a las 3:33 p.m. del sábado 23 de junio y afectó el sur del Perú, especialmente Arequipa. Su magnitud fue de 8,4, duró más de 60 segundos y tuvo su epicentro en el mar, frente a Camaná. Más de 100 personas murieron, 2.860 quedaron heridas y el tsunami con olas de 7 metros mató a 26 personas y desapareció a 64. Las casas destruidas fueron 17.510 y 35.549 resultaron severamente dañadas.
El del 2007 fue a las 6:40 p.m. del miércoles 17 de agosto, su magnitud fue de 8, duró 2:55 minutos y su epicentro estuvo en el mar de Pisco. Dejó 514 muertos, 1.090 heridos, destruyó 35.500 casas o edificios y dañó otros 4.200.
Como se aprecia, cada uno de los últimos terremotos en el Perú causó cientos de muertes y dejó miles de heridos, por lo que se anticipa que el próximo que venga no tiene por qué ser una excepción.
Ante ello, es justo y conveniente preguntarse cuán preparado está nuestro sistema de salud para afrontar el próximo terremoto.
Dos estudios publicados en los últimos diez años analizan los efectos de los terremotos sobre la salud pública y coinciden en señalar que la muerte después de un terremoto viene en tres olas.
La primera es instantánea y se produce con el colapso de las construcciones y la muerte por aplastamiento de los pobladores. Las lesiones letales más frecuentes son aplastamiento de la cabeza y la columna vertebral. La prevención del daño depende de cuán bien estén construidos los edificios y de cuán educada esté la población para evacuar escuelas, casas y centros de trabajo durante el sismo. Con la desidia que se afrontan los simulacros de sismo en el Perú y con la precariedad de la mayoría de las construcciones en Lima, el daño sería muy importante.
La segunda se produce durante las primeras horas después del terremoto y el daño depende de la eficiencia del sistema de salud en el lugar en que ocurre el terremoto. Las lesiones más frecuentes son hemorragias cerebrales por traumatismos encéfalo craneanos y rupturas de órganos internos en el abdomen y la pelvis por aplastamiento. Cuanto más se retrasa la atención de los enfermos graves, más muertos se producirán. La prevención del daño depende de la preparación de Indeci y del Minsa. Debido a que los estudios indican que solo 3% a 5% de las personas que atiborran los hospitales después de un terremoto están graves, es esencial que estos enfermos sean rápida y eficientemente identificados.
La tercera ola se produce días y semanas después. Aquí están las graves septicemias de fracturados y operados y los enfermos con fallas orgánicas multisistémicas. Son necesarios hospitales bien equipados, con capacidad para albergar decenas de heridos graves, y personal preparado y especializado.
—Corolario—
Si bien es cierto que solo un gran terremoto nos mostrará el grado de preparación que tenemos, aprender de aquellos que ya han aprendido nos hará mucho bien.