La mayor campaña de vacunación de la historia de la humanidad tiene lugar en casi todos los países del mundo en este momento. Las esperanzas para terminar con la pandemia de COVID-19 están puesta en el éxito de la vacunación global, que hoy llega a un 56% en el mundo y 73% en el país.
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Sin embargo, la meta de llegar a la mayor cantidad de personas inmunizadas contra el covid se ve obstaculizada por los movimientos antivacunas, que han extendido su influencia gracias a Internet.
“Las redes sociales mediadas por Internet permiten que esos grupos [antivacunas de distintos] converjan y se fusionen, ganado así a la masa necesaria para convertirse en participantes estridentes en la discusión general”, señala el investigador del Instituto de Medicina Social de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, Kenneth Rochel de Camargo, que analiza el resurgimiento del activismo antivacunas en Internet.
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En el Perú, ciertos grupos minoritarios se han opuestos desde el inicio a las vacunas contra el COVID-19. Pero, como nos explica la médica y asesora en políticas de Salud de Médicos sin Fronteras, Ángela Uyen, no todos aquellos que no quieren vacunarse deben ser considerados ‘antivacunas’, ya que muchos de ellos tienen reparos legítimos que deben ser respondidos con información de calidad.
Por ello, a continuación, presentamos las diversas justificaciones o dudas usadas por las personas que no quieren vacunarse y lo que dice la ciencia al respecto.
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“Son vacunas experimentales”
Esta es quizá una de las frases más repetidas por quienes critican el uso de las vacunas contra el COVID-19. Y, en ese sentido, es necesario reiterar que es cierto que las vacunas fueron aprobadas de emergencia. ¿Por qué sucedió así? La razón es que nos encontramos en medio de una pandemia, la mayor de los últimos 100 años. Cuando las primeras vacunas obtuvieron el visto bueno, el mundo no tenía herramientas para poder prevenir la enfermedad, solo nos limitábamos a tratar a las personas ya enfermas. Pero hoy, luego de un año, no es preciso afirmar que las vacunas son solo experimentales, lo que implicaría que no se cuenta con información de eficacia y efectividad de las mismas. Ya se han publicado los estudios de eficacia y efectividad de las vacunas.
Además, es importante aclarar que todas las vacunas aprobadas en este momento han superado las más exigentes pruebas científicas para intervenciones en humanos: los ensayos clínicos de fase 3, que se hacen en decenas de miles de personas. Es decir, antes de su aprobación de emergencia para su aplicación en campañas de inmunización general, las vacunas han sido testeadas en diversos países para conocer su seguridad y eficacia. Fueron esos resultados los que se analizaron para autorizarlas. En algunos casos, las fases 2 y 3 se hicieron de manera paralela, pero no se omitieron pasos.
Como explicaba el médico peruano Alfredo Guerreros, uno de los investigadores a cargo del ensayo de última fase de AstraZeneca en el Perú, incluso luego de obtener los resultados de fase tres, los voluntarios siguen bajo seguimiento durante dos años con el objetivo de monitorear posibles eventos adversos futuros. Esto sucede con todos los ensayos, aunque el tiempo de seguimiento puede diferir.
La vacuna de Pfizer, por ejemplo, ya cuenta con autorización plena por parte de la Administración de Medicamentos y Alimentos de EE.UU., lo que significa que ha probado ser segura y eficaz en ‘el mundo real’ y puede ser recetada por médicos, más allá de la campaña estatal de inmunización. Un camino similar recorre el biológico de Moderna. Para obtener este visto bueno, las compañías deben aportar datos clínicos, no clínicos y de fabricación. El estado de aprobación -de emergencia o total- depende de las entidades reguladoras de cada país.
Además, los inmunizantes de Sinopharm y Sinovac, Pfizer, Janssen y AstraZeneca superaron la evaluación de SAGE, el grupo independiente de expertos en vacunas de la Organización Mundial de la Salud, por lo que recibieron el respaldo de la entidad.
Para el doctor Óscar Burrone, virólogo emérito del Laboratorio de Inmunología Molecular en ICGEB Trieste, Italia, un año después de que fueran aprobadas de emergencia, los datos en diversos países del mundo muestran que las vacunas son útiles para evitar muertes y hospitalizaciones, lo cual es “fundamental en una pandemia”. Y la muestra es que en este momento, como dice el Ministerio de Salud, la mayoría de las personas en cuidados intensivos y los fallecidos en los últimos meses no tenían ninguna dosis o estaban parcialmente vacunados.
“Las vacunas están funcionando, aunque con algunas diferencias entre ellas. En general, han funcionado muy bien. Han tenido un éxito impresionante”, indica Burrone.
“No sirven porque las personas se siguen contagiando”
Las vacunas salvan vidas. Dos siglos de usarlas, desde aquella primera vacuna de Jenner contra la viruela hasta la del COVID-19, han demostrado que son altamente eficaces para ponerle freno a enfermedades como la polio o el sarampión, que hace décadas eran comunes y cobraban miles de vidas, pero que ahora están prácticamente erradicadas del mundo.
Como dice el investigador brasileño Kenneth Rochel de Camargo, “las vacunas son víctimas de su propio éxito”, pues se ha llegado al punto en que se subestima su efecto, ya que muchas generaciones crecieron sin haber visto nunca un caso de enfermedades como la viruela, lo que hace que pongan en duda la utilidad de vacunarse.
Como indica la OMS, la alta vacunación que se logró en estas enfermedades prevenibles hizo que, aunque muchos de los niños tuvieron contacto con los patógenos, no desarrollaron las formas graves de la enfermedad.
Así, desde el inicio del desarrollo de las vacunas, las farmacéuticas, las organizaciones internacionales y los expertos resaltaron que el objetivo principal de las vacunas de primera generación -en un contexto de pandemia- era que reduzcan la enfermedad grave, hospitalización y muerte. Esto se refleja, además, en los protocolos de los ensayos clínicos de AstraZeneca, Pfizer y Sinopharm, que muestran que el objetivo principal era prevenir la enfermedad sintomática -con uno o más síntomas- y no el contagio.
“Todas las vacunas [contra el covid] que están ahora disponibles tienen un impacto enorme en [reducir] la mortalidad, llegan a proteger en casi un 90% de la muerte. Tienen un impacto muy grande también en la gravedad de la enfermedad; es decir, incluso si la persona vacunada se infecta y desarrolla la enfermedad, no tendrá un cuadro grave, se mantiene como una enfermedad relativamente ligera. Esto es lo que hace la vacuna. El impacto menor es sobre la posibilidad de ser infectado (contagiarse). Entonces, si yo me vacuno, tengo 95% menor posibilidad de morir, un 85-90% de no ser hospitalizado ni intubado. Pero, aunque la protección es menor, sí tengo menos posibilidad de infectarme e infectar”, explica Burrone.
“Las vacunas provocan autismo en los niños”
En el año 1998, el británico Andrew Wakefield publicó un estudio en la revista The Lancet en el que relacionaba la vacuna MMR (contra el sarampión, las paperas y la rubéola) con el autismo, pero su trabajo tuvo serias limitaciones y errores, pues solo incluía a 12 niños. Este artículo, después retirado por la misma publicación, es citado con frecuencia por el movimiento antivacunas para respaldar su posición.
Luego se descubrió que Wakefield falsificó los datos del famoso estudio, pues los niños que incluyó en su muestra ya tenían síntomas de trastorno del espectro autista (TEA) antes de la aplicación de la vacuna. En 2010, el Consejo Médico General de Gran Bretaña concluyó que este personaje publicó un estudio de manera “deshonesta”, por lo cual se le retiró su licencia médica.
“A Wakefield se le ha dado una amplia oportunidad para replicar los hallazgos del artículo [de 1998] o para decir que estaba equivocado. Él se ha negado a hacer ninguna de las dos cosas. Se negó a unirse a 10 de sus coautores para retractarse y ha negado repetidamente haber hecho algo malo. En cambio, aunque ahora está deshonrado y despojado de sus credenciales clínicas y académicas, continúa impulsando sus puntos de vista”, decía la editora de la revista BMJ, Fiona Godlee, en 2011.
Un amplio estudio de 2019 confirmó lo que varios trabajos previos habían señalado: las vacunas no incrementan el riesgo de que un niño tenga autismo. El artículo, publicado en Anales de Medicina Interna de Estados Unidos, hizo un seguimiento de más de 650.000 niños daneses durante una década. Un grupo de ellos estaba inmunizado con la vacuna MMR y otro, no. ¿El resultado? No encontraron diferencia alguna en el número de casos de autismo entre ambos grupos.
“Es mejor contagiarse naturalmente para obtener la inmunidad, que vacunarse”
Este es otro de los conceptos esgrimidos por los colectivos antivacunas. Aseguran que, ante las supuestas incógnitas alrededor de las vacunas, será mucho mejor adquirir la infección de manera natural para una mejor protección al organismo. ¿Qué tan cierto es eso?
De acuerdo con el portal Confianza en las vacunas, “las enfermedades que se previenen a través de las vacunas son graves y pueden generar complicaciones severas e incluso ser fatales. Gracias a la vacunación algunas de estas enfermedades ya no son frecuentes”.
Sin embargo, sí existe la inmunidad natural y la protección frente a la repetición de infecciones. En el caso particular del COVID-19 -al tratarse de una enfermedad nueva- todavía no queda claro cuánto es la duración de esa inmunidad natural o qué tan fuerte es. Es por ello que los expertos de la Universidad de Utah y los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) de EE.UU. sostienen que sí es necesario vacunarse contra el COVID-19, incluso si es que la persona ya ha contraído el virus y se ha recuperado de la enfermedad.
“Aunque hay algunas pruebas de que la infección natural proporciona una fuerte inmunidad, hay variabilidad de persona a persona y menos previsibilidad que la inmunidad de la vacuna”, dijo la doctora Emily Sydnor Spivak, M.D., M.H.S., profesora asociada de Medicina en la División de Enfermedades Infecciosas de University of Utah Health. “Las pruebas clínicas de anticuerpos disponibles tampoco son grandes correlatos de la inmunidad a la enfermedad COVID-19 y tienen una amplia variabilidad de una prueba a otra”.
“Poseen componentes que pueden resultar perjudiciales para mi salud (óxido de grafeno, aluminio, etc.)”
La composición de las vacunas también ha sido objeto de desinformación, pero es suficiente revisar los ingredientes de las vacunas que se usan en diversos países para desmontar las mentiras al respecto. Cualquier persona puede ingresar a la web oficial de los CDC y verificar que no contienen huevos, conservantes, látex o metales, como se repite en redes sociales.
Las vacunas tienen en su composición -en general- el principio activo, que es el ‘corazón de la vacuna’, y adyuvantes, que son sustancias “muy variadas que se utilizan para reforzar la respuesta inmune” de una vacuna.
“Los ingredientes de todas las vacunas contra el COVID-19 son seguros. Prácticamente todos los ingredientes incluidos en las vacunas contra el COVID-19 son ingredientes que se encuentran en los alimentos, como grasas, azúcares y sales”, dicen los CDC.
En las últimas semanas se ha repetido que las vacunas contienen grafeno, un material hecho de carbono puro. Según una verificación de la agencia EFE, no hay pruebas de que un químico negacionista que realizó esta afirmación haya sido asesinado por ello: el supuesto video de la intervención policial y su muerte tienen un año de diferencia, y no cinco días como aseguran, falsamente, en grupos antivacunas, incluso su pareja, que atizó esta teoría del supuesto asesinato, se rectificó después.
*El periodista Bruno Ortiz aportó a este informe, que será actualizado con nuevas verificaciones respecto a la vacuna.
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