“Aquí el amigo toma jugo de rana porque tiene cinco mujeres”, dice la mujer entre carcajadas un minuto después de haber ejecutado con quirúrgica precisión un procedimiento que repite entre 50 y 70 veces en el día. Extrae un ejemplar de rana de un pequeño acuario que tiene sobre el mostrador, le golpea la cabeza, le quita la piel e introduce el resto del cuerpo en una licuadora. En un instante, el animal acaba mezclado con los restantes elementos que componen un exótico brebaje.
La escena, que tiene lugar en un modesto despacho de bebidas y comidas en los malecones que rodean al Puente Nuevo de Lima, la capital peruana, fue grabada hace ya algunos años pero no ha perdido vigencia. El jugo de rana, al cual se le atribuyen propiedades cuasi milagrosas que van desde el aumento de la fertilidad y la potencia sexual a la curación de patologías pulmonares o cardíacas pasando por el alivio del estrés, sigue siendo un producto de consumo habitual. Y aunque la ciencia demuestre que el origen de sus cualidades medicinales está en la maca, el tubérculo andino que forma parte de la preparación, y no en la rana, nadie quiere privarse del componente vertebrado de la misma.
Muy lejos de allí, en el lago Titicaca, a 3800 metros sobre el nivel del mar, prácticamente nadie prepara ese jugo. No es una costumbre del lugar. Como mucho, los restaurantes de la zona ofrecen ancas de rana como plato exclusivo, aunque desde hace algún tiempo lo hacen de manera discreta, casi oculta. La percepción sobre los anfibios ha comenzado a cambiar entre los pobladores locales, pero muchas veces, demasiadas, las necesidades económicas los obligan a modificar sus prioridades. La demanda es alta, la venta de ranas origina un ingreso extra al que se hace difícil renunciar, y las ranas terminan viajando en cajas de varios pisos rumbo a las grandes ciudades del país.
Por uno u otro camino, el resultado es el mismo: miles de ejemplares son extraídos anualmente del lago navegable más alto del planeta y la extinción acecha a varias especies. Es el caso de la rana gigante del Titicaca (Telmatobius culeus), que desde 2016 aparece ubicada en el apartado en Peligro Crítico dentro de la Lista Roja de Especies Amenazadas que elabora la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). Se trata de la rana exclusivamente acuática —es decir, que nunca emerge del agua— más grande del mundo, y el volumen de su comercio no es el único problema que padece: la contaminación de la superficie lacustre y el cambio climático aportan porcentajes importantes de amenazas.
Pero como en tantos otros casos, la ciencia se ha puesto al servicio de la especie, y la batería de medidas puestas en marcha desde hace algo más de una década —cría y reproducción en cautiverio, acciones políticas, educación ambiental, entre otros— comienzan a dar sus frutos.
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22 nuevas plantas de tratamiento para descontaminar el lago
La realidad, hoy, aparece rodeada por una aureola de esperanza: 2019 ha traído buenas noticias de cara al futuro. “Mi grado de optimismo mejoró en los últimos tiempos. Veo señales positivas”, afirma Roberto Elías, profesor investigador de la Universidad Cayetano Heredia de Lima, Director del programa de conservación en Perú del Zoo de Denver (Estados Unidos) y uno de los mayores conocedores de la problemática de estos peculiares anfibios.
En la otra orilla del lago, Teresa Camacho comparte la misma ilusión. Directora del Centro K’ayra de Investigación y Conservación de Anfibios Amenazados de Bolivia, se apoya en una herramienta que considera vital para torcer la historia de la especie: la puesta en marcha del Plan Binacional para la conservación de la rana gigante del Titicaca, firmado por los gobiernos de Perú y Bolivia en noviembre de 2018.
“Es más fácil funcionar en equipo que por separado”, dice esta joven bióloga que es también Jefe del departamento de Herpetología del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny, la institución de Cochabamba que acoge al Centro K’ayra. “Hasta ahora no sabíamos muy bien lo que estaban haciendo del lado peruano. La idea es unirnos para investigar juntos y generar datos e información que nos sirvan a todos”, afirma.
No son las únicas buenas noticias para un anfibio tan llamativo como sensible, del cual habló el célebre Jacques Cousteau en los años setenta, cuando visitó el Titicaca y llegó a decir que mil millones de individuos poblaban las profundidades del lago. Después de cuatro años de espera, los integrantes del equipo del Centro K’ayra han podido celebrar las dos primeras puestas de los ejemplares que fueron rescatados en 2015, cuando una catastrófica contaminación provocó una masiva mortandad de individuos. “Unos 50 huevos resultaron fértiles en la puesta ocurrida a principios de año —los renacuajos ya están en fase de perder sus colas— y otros 150 de la puesta más reciente”, cuenta con entusiasmo Teresa Camacho. Los recién nacidos se incorporan a los 200 individuos que ya habitaban el Centro.
La disminución de la población de ranas del Titicaca es un hecho palpable, incluso aunque no existan censos precisos que permitan brindar números exactos. Por esta razón se considera que la reproducción en cautiverio es hoy la única tabla de salvación, y así será en tanto no mejoren las condiciones ambientales del lago, gravemente afectado por la contaminación. El Titicaca es por ahora el único hábitat conocido de las Telmatobius.
Ignorada hace apenas una década —“Cuando empezamos nadie se interesaba”, recuerda Roberto Elías—, la rana gigante empieza a ganar un lugar destacado en la agenda de las autoridades y la conciencia de la gente. “Hay compromisos de descontaminar y monitorear el lago que empiezan a cumplirse”, enfatiza Camacho.
En abril de este año, el gobierno peruano le adjudicó a la empresa mexicana Fypasa el Proyecto de Tratamiento de Aguas Residuales del Lago Titicaca. La iniciativa contempla la construcción de diez nuevas plantas, que reemplazarán a la única existente en la actualidad, cuya antigüedad se remonta a 40 años. En una reunión bilateral que tuvo lugar el 25 de junio, del lado boliviano se confirmó también la construcción de otras doce plantas, que se añaden a las dos estaciones de monitoreo ya instaladas para estudiar de manera permanente la calidad del agua.
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El cambio climático altera el equilibrio metabólico de la especie
En un día tranquilo y a simple vista, la superficie del lago aparenta ser idílica. Las ancestrales barcas de totora flotan apacibles, llevadas por los pescadores que surcan este enorme espejo de agua de 4772 kilómetros cuadrados. Los problemas, sin embargo, permanecen ocultos a los ojos.
Metales pesados como aluminio, plomo, zinc, mercurio, cadmio e incluso uranio, desechos sólidos de las más diversas materias, insecticidas y pesticidas usados en los campos, restos de detergentes y productos semejantes han ido degradando la ecología lacustre en un proceso que lleva décadas de descontrol.
“He llegado a ver jeringas, guantes y otros elementos hospitalarios al recorrer la desembocadura del río Coata, cerca de Juliaca”, apunta Elías.
La contaminación, estable durante todo el año, aunque alcanza picos mucho más peligrosos cuando comienza la temporada de lluvias y los ríos que llegan al lago aumentan su caudal, está en el origen de la mortalidad de animales que ocurre periódicamente en el Titicaca.
Los anfibios son especialmente vulnerables, y aún más las ranas gigantes, que respiran a través de los profusos y llamativos pliegues dérmicos que cubren sus cuerpos, una adaptación anatómica que les permite vivir siempre sumergidas.
“Si cualquier persona que va al lago se agita y no puede respirar bien por el mal de altura, imaginemos las dificultades si además hay que respirar debajo del agua, donde de por sí hay menos oxígeno que en la superficie. Cualquier cambio que altere su concentración puede ser letal”, indica la directora del Centro K’ayra.
El aumento de las temperaturas y la menor cantidad de lluvia caída en los últimos años también puede afectar el equilibrio metabólico y los niveles de reproducción de la especie.
Históricamente, el hecho de tratarse de una especie de difícil acceso ha limitado el conocimiento sobre los Telmatobius, y todavía hoy quedan enigmas por resolver. Uno de ellos, la clasificación científica exacta de las ranas, forma parte de los estudios que se han emprendido en el proyecto bilateral. “Antes se las subdividía en varias especies y ahora la tendencia es considerar que la culeus es la única”, explica Teresa Camacho. Pero todo está por verse. Las variaciones fisonómicas existentes entre diferentes individuos confunden a los investigadores. Incluso el tamaño en estado adulto es muy variable: algunas miden 6 o 7 centímetros y otras pueden alcanzar los 20 centímetros. “Se cree que en algunas lagunas pueden existir especies diferentes, por eso queremos hacer un análisis genético y taxonómico para llegar a conclusiones definitivas”, informa la especialista del museo d’Orbigny.
La versión completa de este reportaje de Rodolfo Chisleanschi fue publicada en Mongabay Latam. Puedes leerla aquí.
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