Escribo estas líneas con la letra del opening de “Dragon Ball GT” en la cabeza; luego, en los oídos. Los comentarios del video en YouTube son de luto: “Que Akira Toriyama descanse en paz después de entretener a todos durante varias décadas.” “Que en paz descanse nuestra leyenda de la infancia”. “Puedo ver, definitivamente, a Akira Toriyama alejándose en el cielo con esta canción”.
Este último comentario me sacude. Al final de “Dragon Ball GT”, Gokú sube a la espalda del dragón Shenlong y ambos se van volando. Entonces las Esferas del Dragón que dan nombre y motivo a la serie ingresan al cuerpo del héroe una a una. Por último, hace lo mismo la esfera de cuatro estrellas, que representa a su abuelo. El dragón hace una pirueta y se desvanece. En la práctica, Gokú ha muerto aquí. O tal vez solo se ha ido a buscar nuevas tierras, nuevos combates, nuevos amigos.
Como todo lo relacionado al anime en los años 90 e inicios de los 2000, el final de “Dragon Ball” llegó tarde al Perú. Años tarde. No importó este desfase para que la obra de Akira Toriyama (1955-2024) fuese un éxito. A Perú llegó en 1996, con un doblaje inexacto que le cambió de nombre al protagonista. Al poco tiempo, llegó el doblaje que todos conocen, con la voz de Laura Torres como el pequeño Gokú, marcado por ese otro clásico de los enlatados televisivos: solo llegó una parte de los episodios a canal 5. Posteriormente, canal 4 consiguió los episodios que faltaban.
Así se anunciaba la emisión de las películas de “Dragon Ball” en la TV peruana.
Por toda la mercadería relacionada que inundó las bodegas y librerías, se supone que “Dragon Ball Z” (la secuela) estuvo entre los programas más vistos de la televisión peruana. Difícil saberlo sin cifras en la mano. Ya con Mario Castañeda como la voz del Gokú adulto, la serie tuvo horarios caprichosos por parte de canal 4; incluyendo uno por la mañana, en perjuicio directo de estudiantes del turno mañana del colegio o universidad. Historias abundan de los que hicieron negocio grabando los episodios en VHS, o de las clases en cierta universidad que se suspendían para que, en la cafetería, profesores y alumnos vean el nuevo episodio. La influencia de aquellas épocas no es de menospreciar, hubo consecuencias: al 2019, había dos peruanos llamados Gokú, 186 llamados Gohan e incluso un Feezer, según Reniec.
La revista Sugoi resumía las sagas en sus páginas, piratas vendían capítulos del manga en ediciones minúsculas, en papel bulky, a diez céntimos cada uno. ¿Tenías más dinero? Entonces podías comprar, a ocho soles, la edición oficial de Planeta de Agostini (España) en algunos quioscos. Consumir “Dragon Ball” estaba al alcance de la mano y el bolsillo. Esta historia avanzó tanto que una iglesia evangélica le declaró la guerra. En la formación de mi colegio, el subdirector leyó un volante que acusó a la serie de satánica y a Gokú, del Anticristo. “Dragon Ball significa la bestia en venida”, decía el texto, en una traducción del inglés tan caprichosa como falsa. De esa formación todos nos fuimos como entramos: testigos de Gokú.
La experiencia peruana con “Dragon Ball” no es única. Como relata JP Brammer en un texto para Los Angeles Times, Gokú es ya un ícono latino. “Tal vez Gokú es como un santo. Para mí, es el santo patrón al que llamo cada vez que alguien intenta decirme que una historia no es lo suficientemente latina porque una abuela no amenaza a nadie sin ‘la chancla’, o que historias orientadas a la comunidad latina no funcionan porque los latinos no apoyan a otros latinos”. Además, como ya han notado varios usuarios de Twitter, cuántas amistades se forjaron en torno a “Dragon Ball”.
“Dragon Ball” y sus secuelas y videojuegos son prueba suficiente, además, de que la popularidad de esta historia nunca se apagó. Los episodios finales de “Dragon Ball Super” llegaron a emitirse en plazas de América Latina, Perú incluido. Eventos multitudinarios comparables solo a la audiencia de una final de fútbol. Encima estaban subtitulados, en desafío a la tendencia de los cines de poner cada vez más funciones únicamente dobladas.
Homenajes no faltarán. A pocas horas de saberse la noticia, estos abundan tanto de oriente como de occidente; en ambos lados la influencia de este hombre en la narrativa hizo escuela. Tal vez uno de los más sentidos venga de Masashi Kishimoto, creador de “Naruto” que encapsula el sentimiento de admiración por el artista, así como el deseo de sus seguidores: “Si pudiese tener un deseo ‘Dragon Ball’ hecho realidad… Lo siento... Eso podría ser egoísta de mi, pero estoy triste, sensei”. Y con él, el mundo.