“Eras viejo, eras gordo, eras chato y eras feo. Eras macho, vulgar, insensible y mezquino. Eras egoísta, brutal y no tenías cultura. Y estaba loco por ti”. Así empieza “Belle et bête” (2013), novela que tiene como protagonista a un político francés tan brillante como inquietante. Excesivo, contradictorio, mujeriego e incontinente. “Quería crear una teoría del amor a partir de mi situación. Una monja que se enamora de un cerdo. Una monja que se aparta de la grandeza del amor divino para revolcarse en la inmundicia. Estaba enamorada del ser más despreciable del planeta. Lo único que me quedaba, para olvidar al cerdo y no tener más tratos contigo, no era matarte sino escribir un libro”.
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Donde el despreciable cerdo sería Dominique Strauss-Kahn (París, 1949) y la monja enamorada ella, la escritora Marcela Iacub (Buenos Aires, 1964). ¿El contexto? Inmediatamente después que DSK cae en desgracia al ser acusado de violar a una empleada del hotel Sofitel de Nueva York, dimite como director del Fondo Monetario Internacional y destruye una carrera política que lo hubiese llevado directamente al palais de l’Élysée. Fue cuando la también abogada, ensayista y columnista del periódico Libération tuvo un romance de seis meses con él. Al cabo de los cuales lanzó esta explosiva biografía en cuyo penúltimo capítulo describe una escena en la que su amante le arranca la oreja izquierda y se la come.
El libro, por supuesto, tuvo un notable éxito editorial —”tiene un poder literario de proporciones asombrosas”, dijo Le Nouvel Observateur— y, de paso, el mundo pudo finalmente conocer cómo el portentoso economista y semidios político se transformaba en la intimidad. Recuérdese que DSK venía enfrentando un juicio por los delitos de proxenetismo agravado, estafa, ocultación y abuso de confianza. Un poderoso conglomerado empresarial se habría encargado de proveerle prostitutas para sus orgías en Lille, París, Nueva York, Washington y Bruselas. Se defendió diciendo que él solo iba a esas reuniones como invitado. Que ni siquiera sabía el nombre de esas mujeres. Que para él eran ‘material’, ‘regalos de navidad’ y ‘amigas’. ¿Y entonces por qué se acostaba con ellas? Porque eran ‘libertinas’ y ‘por placer’.
Demasiado epicúreo
Dominique Gaston André Strauss-Kahn, hijo de judíos alsacianos, antes de ser director del FMI ya era uno de los hombres más poderosos de Francia: profesor de Economía en la Universidad de Nancy, ministro del Comercio Exterior, ministro de Economía, diputado del Val-d’Oise, suplente del alcalde de Sarcelles y miembro prominente del Partido Socialista Francés. Un típico ejemplar de la llamada ‘izquierda caviar’. Cuya ilustración y carisma lo señalaban como líder de la Unión Europea, pero fue perseguido por asuntos financieros que la justicia absolvió. Sin embargo, su postulación como precandidato presidencial desnudaría su problema verdadero: las mujeres. ‘Usted tiene fama de seductor; ¿teme el poder de esos rumores en su vida pública?’, le preguntaron. ‘Ese no es un arma que yo emplearía’, contestó.
Al tiempo que un reguero de acusaciones de acoso sexual, especialmente procedentes de las periodistas que lo entrevistaban, fueron minando su carrera hacia la presidencia el 2007. Lo cual suplió con creces: el 1 de noviembre de ese mismo año se convertiría en el todopoderoso gerente del FMI, cargo que —se supo durante el juicio— alternaba con desenfrenadas bacanales. Consultado por el juez sobre el asunto, dijo que el fiscal exageraba sobre su apetito sexual porque “solo participaba en cuatro orgías al año”. Como en aquellos días el planeta estaba inmerso en una crisis económica mundial sin precedentes (2009), él no tenía tiempo para pensar mucho en esas cuestiones porque ‘estaba intentando salvar al mundo de la catástrofe’. También le dijo al juez que le ‘horroriza’ pagar por tener sexo.
Más o menos lo mismo sostuvo en su defensa ante el juez neoyorkino que lo juzgó por los sucesos del 14 de mayo de 2011 en la suite 2806 del hotel Sofitel de Manhattan: DSK, entonces de 62 años, habría violado a la limpiadora guineana Nafissatou Diallo, 30 años menor que él. El asunto sirvió tanto para sepultar en vida al opulento líder mundial como para desvelar uno de sus flancos más sórdidos, a la luz de la subsiguiente acusación por proxenetismo: el hombre las sometía a semejante brutalidad sexual que las ‘partenaires’ terminaban espantadas, especialmente porque sus súplicas jamás serían escuchadas. El círculo se cerraba con la sucesión de ‘noes’ que habría cosechado en el abordaje —cuando no en el ataque directo— a una incalculable cantidad de mujeres.
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Poeta de alcantarilla
Por esa y otras ‘cualidades’ —trocar su condición de acusado en víctima prácticamente sin inmutarse—, DSK fue catapultado al primer lugar de las preferencias mundiales en el penoso rubro del surrealismo sórdido. Y con semejante bocado a su alcance, llegarían primero los novelistas. La primera ficción sobre el asunto fue “L’Enculé” (Marc-Édouard Nabe, 2011), calificada por Les Inrockuptibles como “imbécil y nauseabunda” y por Le Monde como “una abyección que bordea la estupidez más cutre, la mediocridad literaria más inmunda, la perversión más suicida”. Las amenazas jamás cumplidas de judicializar el libro animaron a Marcela Iacub a lanzar, dos años después, su perturbador “Belle et bête”.
Que sí fue enjuiciado: la editorial tuvo que pagar 50 mil euros por daños y perjuicios y Le Nouvel Observateur otros 25 mil. La misma amenaza cayó sobre “La ballade de Rikers Island” (Régis Jauffret, 2015), fábula de un vampiro lúgubre especialmente despiadado con las indefensas hadas. Más bien la película “Welcome to New York” (Abel Ferrara, 2014) sufrió 15 minutos de autocensura que terminaron desvirtuando el lúbrico papel de Gérard Depardieu. Muy distinta será la suerte de “Karnaval” (Juan Francisco Ferré, 2012): novela intensa, meticulosa y casi cervantina, ironiza sobre las nuevas deidades financieras en un frondoso bosque narrativo que no teme hacer uso de artificios retóricos, como esa heteroglosia que compromete a Philip Roth, Michel Houellebecq, Noam Chomsky, Julia Kristeva y Harold Bloom.
Así es como ahora Netflix lanza “Habitación 2806: Recuento de una acusación” y encuentra a ambos protagonistas, nueve años después del escándalo mundial, así: Nafissatou Diallo califica como ‘accidente’ lo ocurrido con DSK y lamenta el incendio de su restaurante en el Bronx, que habría adquirido con el millón y medio de dólares que costó su silencio. DSK vive en Marruecos, asesora a gobiernos africanos y está casado en cuartas nupcias. Físicamente intacto, ya amenazó con responder al documental de Netflix con otro. Todo lo cual ocurre mientras reverdecen las palabras de Iacub: “El hombre es horrible. El cochino es maravilloso pese a ser un cochino. Es decir, un ser intratable. Es un artista de las alcantarillas. Un poeta de la abyección y de la suciedad”.
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