Un nuevo lugar ha aparecido en el itinerario de las aerolíneas europeas de bajo costo y podría convertirse en el próximo gran destino del turista con presupuesto limitado.
Es un pequeño archipiélago en la mitad del océano Atlántico con menos de 6.000 habitantes, durante años pasado de largo por aquellos que cruzaban de Europa a América y viceversa.
Son las Azores, un grupo de nueve islas portuguesas a unos 1.500 kilómetros de la costa de Portugal que, a pesar de su relativa insignificancia, se jacta de haber sido escala obligada del jet supersónico Concorde en los años 80.
Simon Calder, cronista de viajes de la BBC, visitó la "Isla Concorde" para ver cómo podría quedar afectada por el último desarrollo de la industria de la aviación a bajo costo en Europa. Este es su reportaje:
________________________________________________________________
Maia es una pequeña aldea pesquera con una comunidad de unos 100 expatriados europeos.
Cuando aterricé en Santa María, me desilusionó no ver un letrero que leyera "Bienvenidos a la Isla Concorde". Sin embargo, me alegré unos segundos después. En la mitad de la diminuta terminal, me topé con el Bar Concorde, que servía cerveza a poco más de US$1, a precio de los años 80.
En esa década, La Isla Concorde, como lo llamaré, era uno de los pocos sitios élite donde llegaba el jet supersónico anglo-francés. Cuando Venezuela se volvió increíblemente rica con petróleo, Air France decidió conectar a París y Caracas a dos veces la velocidad del sonido.
Los sedientos motores de Concorde no podían cumplir la ruta a Sudamérica con un solo tanque de combustible, así que Santa María se convirtió en la obvia parada; aunque este pequeño terreno de Portugal en la mitad del Atlántico apenas mide 15 por 10 kilómetros, con una población menor de 6.000, posee la pista de aterrizaje más extensa en todo el océano, gracias a una base estadounidense que ya fue abandonada.
Fue así como los ricos, poderosos y elegantes pasajeros fueron invitados a estirar sus piernas y, tal vez, visitar el Bar Concorde, mientras su nave se abastecía de combustible antes de salir rugiendo hacia Caracas.
El Bar Concorde en la diminuta terminal del aeropuerto de Santa María todavía sirve cerveza a precios de los años 80.
Yo llegué en el único vuelo del día, un pequeño salto desde Ponta Delgada, la capital de Azores, en la vecina isla de Sao Miguel.
Era el 13º y último pasajero a bordo de un avión que venía casi vacío. Pero esas decepcionantes cifras podrían desaparecer pronto; viajé a Santa María en parte porque, desde hace mucho, quería visitar la Isla Concorde pero también investigar el efecto que podría tener la última fase de la industria de los viajes a bajo costo de Europa.
Hasta hace poco, la única manera para que alguien sin acceso a un jet privado pudiera visitar a las Azores era en un avión de las aerolíneas estatales portuguesas. Sin embargo, el gobierno de Lisboa levantó las restricciones para entrar al comienzo de la temporada veraniega.
En solo una semana, las dos principales aerolíneas europeas de bajo costo lanzaron vuelos entre Lisboa y Ponta Delgada.
Para un viaje de ida y vuelta de casi 3.000 kilómetros, Ryanair y Easyjet pueden cobrar unos US$60, una quinta parte de lo que el billete más barato costaba antiguamente.
Para los azoreses, el continente europeo de repente ha pasado de ser un horizonte extravagante que se podría visitar cada uno o dos años a un posible destino para un escape de fin de semana.
Pero en la otra dirección, la industria turística del archipiélago espera un significativo aumento en el número de visitantes. Eso es lo que preocupa a algunos de los residentes que disfrutan de la benigna belleza de Santa María.
El ruido de las olas bañando las rocas volcánicas es casi el único sonido que se escucha en Santa María.
Jetti es una menuda mujer en sus 50, que luce un aspecto que comparte con la isla donde optó por vivir: barrida por el viento y la marea. Hace cuatro años dejó su hogar en Luxemburgo y se mudó aquí con un alegre perro chihuahua, Jimmy.
Los conocí en una aireada tarde de primavera en Maia, una aldea de pescadores aferrada a una franja de tierra habitable entre vertiginosas faldas volcánicas y el océano. Queda lo más distante del aeropuerto sobre la carretera principal de la isla, aunque todavía se podría escuchar el ensordecedor rugido de Concorde.
En la actualidad, el ruido de fondo comprende el reconfortante sonido del océano bañando las rocas volcánicas -una cadencia rítmica, curiosamente parecida a la respiración e igualmente relajante. Pero Jetti está preocupada con la reciente aparición de las Azores en los mapas de turismo económico de Europa.
"Bueno para turistas pero no para nosotros", vaticinó mientras deambulamos por la costa en una búsqueda inútil de un lugar que sirviera una taza de café.
Jetti dice que se unió a una comunidad de 100 expatriados para escapar de las multitudes. Ahora teme que la isla pierda su carácter plácido con la llegada de turistas a la única playa de arena blanca del archipiélago, Praia Formosa, que es parte de una reserva natural.
Santa María, dice, es conocida como "el Algarve de las Azores", y podría ser un atractivo para los europeos del norte que buscan los rayos del sol.
Pequeñas cabañas están siendo restauradas para la esperada llegada de excursionistas.
En lo alto de la playa, donde no hay un alma, recibo una versión diferente de parte de Avelino, un obrero. Más visitantes, comenta, significan más empleos y más motivos para los jóvenes para quedarse en Santa María en lugar de irse al continente.
Con su hermano Manuel, Avelino coloca los últimos retoques a una nueva red de cabañas para excursionistas. Está restaurando viejas casas de finca para servir al tipo de turistas que espera: "Amantes de la naturaleza, no bañistas de sol", que buscan soledad y cierta serenidad.
En otras palabras, una experiencia para un turismo selecto, así como con Concorde.