Toda entrevista tiene una excusa: ¿Quién es Stephany Orúe? Ella me recibe en su camerino para contestar a la pregunta (o al menos intentarlo). Quizá la respuesta está en los números que acompañan su trayectoria: 19 series + 18 obras + 7 películas. O, tal vez, en la presencia de Yolanda, su abuela materna, quien impulsó y festejó su talento, y fue vital en su crianza.
En la puerta del camerino que lleva su nombre hay un póster de Johnny Depp, su actor favorito. En el tocador, se mezclan su neceser de maquillaje, una botella de agua y un maletín negro con ropa deportiva. Y, repartidos entre los colgadores, está el vestuario de Mechita, el personaje que interpreta en “Barrionuevo”, un homenaje al vals criollo que presenta el Teatro Británico.
Stephany es una artista que no se conforma. Este año tiene dos proyectos más: “Invisible”, una cinta inspirada en un bailarín de break dance, y una novela de ficción, por el momento secreta. Como quien no quiere la cosa, y tras cuatro talleres de dramaturgia, también escribe una historia sobre el dolor y el vacío. Ella es, sin duda, una encantadora incógnita.
¿Qué te enamoró de la actuación?
En la charla informativa del Teatro de la Universidad Católica (TUC), me asusté por lo que implicaba la profesión. Como parte del examen de ingreso hice un monólogo. Tenía miedo de olvidarme la letra y pensé: “Si sucede, no sirvo para esto”. Pero no fue así. Y, una vez adentro, me enamoré. La actuación te permite ser libre y conocerte a ti misma. Al encarnar un rol, siempre se da una confrontación entre tu ser y el alma del personaje. Se trata de una purificación que te brinda la oportunidad de botar lo que no necesitas y nutrirte con aquello que sí.
Comenzaste tu carrera a los 18, ¿cómo se logra vivir de este arte?
Con disciplina, constancia y pasión. Si no eres disciplinado, estás fregado. Si no eres constante, no ganarás experiencia ni pelearás por lo que quieres. Y si no tienes pasión, nunca vas a arriesgarte. Y te dará temor cortarte el pelo o ir a un cementerio en la noche como parte del trabajo de investigación para un papel. No basta con el talento.
Para un actor, ¿qué rol juega el ego?
Quizá todo empieza por ego, por el deseo de ser visto y aplaudido. Sin embargo, en el proceso descubres que estás aquí por y para un fin, que debes comunicar un mensaje importante con cada papel. Toda historia posee un trasfondo y una razón, ha llegado a ti porque tenías que contarla. Finalmente, como artista buscas transmitir emociones, generar en el público conciencia, reflexión, análisis
¿Cuál crees que es la importancia del arte en la sociedad?
Es un aporte fundamental para el ser humano, produce bienestar y tiene el poder de transformar. El teatro, por ejemplo, genera cuestionamientos, reflexiones e incentiva el aprendizaje. También existen iniciativas cuya finalidad es entretener, y no está mal, porque debemos distraer la mente.
Protagonizaste “El Gran Reto” (2008), “Comando Alfa” (2013) y “Valiente Amor” (2016). ¿Consideras que rompiste los estereotipos de belleza en la televisión peruana?
Mientras estudiaba, se decía que ser protagonista en una serie o novela era difícil, pues existía un estándar de belleza en la televisión. Hasta Natacha había sido rubia. Entonces, por mi físico (cabello negro, ojos marrones y piel canela) asumí que no lo sería. Aunque en ese momento no lo objeté, luego pensé sobre el tema y lo que significaba para mí. Me di cuenta de que agradezco ser como soy. Valoro mi identidad y me valoro como chola. Felizmente, las cosas estaban cambiando en el medio cuando interpreté esos roles.
¿Has enfrentado el machismo en la industria?
En el teatro no porque tenemos otro chip: queremos emitir mensajes que rompan con eso. Pero sí lo he sentido cuando me invitan a programas de televisión, por ejemplo. Si voy en minifalda, hacen la toma de mis piernas y se quedan hablando de ellas. Es incómodo, pero siempre he sabido manejar esas situaciones.Estoy segura de que si me siento atacada o vulnerada como mujer, mi leona saldrá y hará el pare.
Practicas pole dance, crossfit, muay thai, ¿cómo te involucraste en el mundo fitness?
A los 15 años me matriculé en el gimnasio. El ejercicio me hizo bien. Mis padres se separaron cuando tenía 3 años, mi mamá se mudó a Estados Unidos cuando cumplí 10 y yo estaba distanciada de mi papá, así que me urgía un espacio para desfogarme. El deporte llenó los vacíos y comprendí la importancia de la alimentación saludable. Al actuar profesionalmente, noté que mi cuerpo era mi herramienta de trabajo, mi estado físico era vital. Ejercitarme es una necesidad, otra pasión que me hace feliz.
¿La etapa más difícil fue cuando tu mamá estuvo lejos?
Sí, fueron cinco años de aprendizaje en los que me conecté con mi vulnerabilidad. Todas las noches eran de recuerdos, de llorar por su ausencia. Siempre quería que fuera de día para ir al colegio. Tengo que agradecerle a la vida que tuve muy buenas amigas.
Conociste a tu esposo, Adrián Sikorski, en las clases de muay thai. Él era el profesor. ¿Cuáles son las claves para una relación sana?
La confianza, estar dispuesto a sostener al otro y ser compañero. Nosotros estamos construyendo un camino en común. Él me entiende, valora mi carrera, mi energía, mi independencia, mi empoderamiento.
¿Cómo vives tu sexualidad?
Plenamente. La he descubierto mientras crecía. Me siento tan mujer que soy completamente libre. Si quiero vestirme provocativa, me pongo ropa más ceñida; otras veces prefiero la comodidad y elijo un buzo. Me dejo ser y me guío por cómo me siento.
Tienes 31 años. ¿Qué lecciones has aprendido?
Lo valioso que es equivocarse. Los errores, al final, se convierten en enseñanzas. También he aprendido que no hay que tener miedo, ni siquiera al miedo mismo. Es parte de un proceso que pasará y, cuando eso ocurra, habrás dado un paso importante. Me defino como una exploradora incansable que desea seguir aprendiendo, entendiendo al ser humano y disfrutando de la vida.