/ Artículo informativo
No fue la única novela que escribió Aldous Huxley (1894-1963), pero publicar esa fábula utópica fue suficiente para convertirse en un clásico de la literatura del siglo XX, una centuria de escépticos, sarcásticos e hipercríticos. Un mundo feliz (1932) especuló sobre un mundo futuro, con seres humanos dominados por la ciencia y la exactitud matemática. Felices en apariencia, pero inevitablemente controlados; felices o maquillados de felicidad, pero esclavos en el fondo de un sistema que les daba una falsa seguridad.
El planeta Ford era el centro de esa alegoría novelesca, la primera en darse en el siglo XX; una utopía que Huxley construyó con la certeza de una sociedad en agonía, necia e inhumana, hasta el punto de que la propia actividad sexual venía castrada, sin un ápice de libertad ni fantasía, completamente antierótico.
PARA SUSCRIPTORES | “El robo del siglo”: el millonario atraco que se hizo solo en tres minutos en el Centro de Lima
El autor inglés extremó los hechos, las acciones y los llevó a un extremo asfixiante; así dejó una advertencia que los años, de alguna forma, confirmaría: respetar la individualidad humana por sobre los colectivismos planificadores era un acción moral radicalmente importante. Con los años, luego de la Segunda Guerra Mundial, imbuido en las corrientes espiritualistas del Orientalismo, su lectura acentuaría el pesimismo, pero a la vez nos acercaría más a una esperanza trascendente de lo humano.
Con esa idea fija en la mente dio una serie de conferencias y presentaciones en giras que lo llevaron a diversas partes del mundo. Impulsado por cambios en su vida conyugal, y motivado por difundir ideas y conceptos de la mayor importancia para él, Huxley apareció en el aeropuerto de Limatambo, rodeado de las autoridades británicas que lo agasajaron como a un “Nobel sin premio Nobel”.
Considerado como un autor distópico, al menos en El mundo feliz, esa novela tan celebrada en su tiempo, Huxley provenía de una familia ligada a la ciencia, con su abuelo biólogo Thomas Henry Huxley, y sus hermanos, el biólogo Julian Huxley y el fisiólogo Andrew Fielding Huxley.
Un mundo feliz, escrita en 1931 y publicada al año siguiente, no surgió de casualidad. Huxley, un hombre ciego de un ojo y a punto de perder la visión en el otro ojo si no fuera por un tratamiento óptico experimental que le fue realizado, era un escritor con 15 años de trabajo creador antes de publicar aquella novela.
Ya radicado en Estados Unidos desde comienzos de los años 30, se embarcó en una tarea literaria de profundo recelo ante lo nuevo. Una crítica al cambio o progreso científico-tecnológico, que él veía controlado por un sistema de castas que buscaban direccionar las acciones humanas, la vida humana incluso desde su reproducción. Contra esa pesadilla se revelaba Huxley en su novela.
MIRA TAMBIÉN: Inmigración en el Perú: cuando 626 europeos llegaron al Callao huyendo de la II Guerra Mundial
Al llegar a Lima, hacía tres años que había fallecido su esposa Marie, de cáncer al hígado (1955), y hacía dos años que se había vuelto a casar con la psicoterapeuta italiana Laura Archera (1956). Volvió a escribir ensayos (eran tiempos de ensayo, no de novelas). En diciembre de 1957 empezó a escribir el ensayo “Brave New World Revisited” (Nueva visita a Un mundo feliz). Tenía el tema en la mente y dispuesto a retomarlo.
Tras acabar con la producción de una puesta en escena de su obra “La sonrisa de la Gioconda”, a 10 años de su estreno en 1948, Huxley dio inicio, a fines de julio de 1958, a su gira por el Perú. Luego marcharía a Brasil, y de allí partiría a otros países europeos como Italia, Suiza, Inglaterra, Dinamarca; hasta terminar en la India.
Al Perú llegó renovado, dispuesto a una mejor lectura de su gran novela. Ese ensayo que retomaba Un mundo feliz lo terminaría al compás de esa gira por América, Europa y Asia. Recién en octubre de 1958 lo publicaría.
Cuando llegó a Lima, a fines de julio de 1958, Aldous Huxley contaba las horas para conocer la ciudadela de Machu Picchu, en el Cusco. Ese ofrecimiento solo valía el esfuerzo de viajar horas de horas en avión hasta el Perú.
Pero antes debía hablar de su relectura de su famosa novela de 1932; la primera novela distópica del siglo XX (mucho antes de 1984 de su compatriota George Orwell, que se publicó en 1949). En una concurrida conferencia, Huxley empezó con dureza crítica, no sin antes disculparse por no hablar castellano.
Para el escritor inglés, el mundo no era mejor que el de 1931, cuando escribió la historia del planeta Ford. Él pensaba que ese mundo inhumano de Un mundo feliz se podía concretar en unos “100 o 200 años”, pero no, se estaba logrando en un “breve lapso”, en menos de 30 años. Huxley se mostraba reacio a aceptar cualquier tipo de mecanismo que implicara controlar la mente de los personas, así sea revestido de ciencia.
MIRA TAMBIÉN: ¿Cómo un inmigrante japonés llegó a ser el primer alcalde de Machu Picchu?
En la mesa estaba rodeado del embajador de Gran Bretaña, Sir Berkeley Gage (1904-1994), y del presidente de la Asociación Cultural Peruano-Británica, Waldemar Schröder Mendoza (1882-1966). Empezó con una síntesis de su novela; aquel mundo Ford, con su sistema totalitario y controlista, donde las vidas humanas eran reproducciones de laboratorio, fijadas en tubos de ensayo desde su origen y programadas hasta su muerte. Solo un grupo de rebeldes, un submundo de verdaderos seres humanos, con sus buenas y malas actitudes, fueron los que le darían a ese drama novelesco un sentido, una finalidad.
Huxley estaba fascinado de nuevo con su ficción o su ciencia ficción, y quería precisar una idea que le andaba rondando la cabeza por años y que solo entonces se atrevía a dejar en claro: la humanidad, dijo, había entrado en crisis, con una superpoblación y escasez alimentaria al mismo tiempo, y una “organización social” nefasta para las personas. “Es una tendencia inherente en las más avanzadas sociedades, tomar a los hombres como máquinas”, dijo.
“Convertir a los hombres en objetos”, así resumió el escritor inglés el fin de Un mundo feliz. Lima lo escuchaba atónita, aterrada y fascinada. El ejemplo de Iván Pavlov y sus experimentos de respuestas condicionadas en animales (algo que aplicaba en la vida práctica), era visto por Huxley como algo malsano, algo que en manos manipuladoras solo era concebible en los sistemas totalitarios comunistas.
Los entonces conocidos “lavados mentales” con los que amenazaban a sus artistas, escritores e intelectuales, eran la prueba que había necesitado el autor inglés en 1931, pero que en 1958 ya tenía a la vista. La disidencia soviética daba la pista para ver que la ficción, una vez más, no estaba tan alejada de la realidad.
Huxley podía parecer amenazante para el público limeño de 1958, pero los más informados sabían que la situación no era para tomarla a broma. El escritor visitante estaba en la certeza de que los Estados, o ciertos Estados buscaban controlar el pensamiento y la conducta de la gente y para eso usaban incluso productos alucinógenos, muchos de los cuales el propio Huxley experimentó en su afán por conocer más esos instrumentos de sujeción.
LEE TAMBIÉN: Lima y la historia del opio que la amenazó a inicios del siglo XX
Drogas que, desde el opio hasta el LSD, fueron usadas y en exceso enfermaban y convertían al hombre en una cosa y, en casos extremos, lo asesinaba. Un elemento, decía el escritor, utilizado por los Estados dominantes para lograr objetivos políticos de control.
“¿Qué debe hacerse?”, se preguntaba el mismo Huxley. “Conocer el peligro antes de que sea tarde. Neutralizar y combatir esta alucinante asechanza mediante las fuerzas morales, la educación, la iglesia, la legislación, etc.”. El público limeño lo aplaudió con un gesto de asombro en el rostro.
UN VIAJE RELÁMPAGO AL CUSCO Y SU CONFERENCIA FINAL EN LIMA
Luego de su brillante charla en una ciudad que acababa de celebrar sus fiestas patrias, el escritor inglés voló en una visita de 24 horas al Cusco, especialmente para conocer Machu Picchu. Esa mañana del jueves 31 de julio de 1958, Huxley disfrutó del excelente clima de invierno en la sierra cusqueña; respiró el aire místico de la ciudad y luego conoció los restos arqueológicos más importantes de América. Admirado por tanta maravilla cultural, regresó al día siguiente, el viernes 1 de agosto, al mediodía, y en la tarde dio una importante conferencia.
Aldous Huxley tenía un enfoque místico en el aspecto religioso, algo que nunca negó; en esa tarde inolvidable dio otra muestra de su profunda capacidad de autoanalizar su obra y no dejó de hablar de su compatriota, tan conocido también, George Orwell, autor de dos obras que se vinculaban, de alguna forma, con la suya: la novela alegórica Rebelión en la granja (1945) y la también novela distópica 1984 (1949). Huxley tomó el reto de hablar de la literatura de otro escritor, fallecido en 1950, con el que solían compararlo.
No fue una charla como la primera vez sino una conferencia de prensa en el hall de la Asociación Cultural Peruano-Británica. Muchas preguntas, traducidas, apuradas, no facilitaron la profundidad con la que el autor británico solía afrontar todos los temas en los que reflexionaban. Pero Huxley nunca decepcionó en Lima.
Siempre dejó en claro que él era un escritor, por lo tanto, un pensador y un artista a la vez. Un hombre de razón y emoción. Se autocalificó, sin ningún problema, como un escritor que en lo religioso tenía un perfil místico, nada fuera de lo común tampoco. Comentó que sus obras más leídas eran Point Counter Point (Contrapunto, 1928) y, claro, Brave New World (Un mundo feliz, 1932). Pero su mejor obra, para él, era Time Must Have a Stop (El tiempo debe detenerse, 1944).
De la literatura de Orwell, un autor que respetaba, pero con quien no compartía necesariamente la visión literaria, dijo que no veía -como él- un futuro dominado por sociedades violentas, al estilo del fascismo o el comunismo, sino que habrá -vaticinaba en 1958- “sistemas científicos más sutiles, pero no por eso menos efectivos, tales como los ‘lavados mentales’, la drogas, la propaganda subliminal, etc.”.
De antemano advirtió que no venía al Perú, a Sudamérica, para escribir un libro sobre esta parte del mundo. Más bien, dejó algo en claro: “Lo que necesitan ustedes, dijo, con toda franqueza, era occidentalizarse más, incorporar a más gente del interior al mundo de Occidente”. Abogó por invertir más en ciencia, pero ya no más en química o física, sino en biología y psicología, donde menos se había trabajado.
Huxley sabía que el hombre contemporáneo se volvería más complejo, según pasaran las décadas, y para entenderlo sería necesario profundizar más en su mundo psíquico; algo que la literatura supo trabajar desde sus inicios. “Los artistas se anticiparon siempre a la ciencia”, y citó los casos de Shakespeare, Chaucer, entre otros.
La prensa, tan original desde esos años, le preguntó: “Si se quedara solo en una isla, ¿qué libro escogería llevar?”, Huxley les respondió que nunca se imaginaría quedarse solo en una isla. El escritor británico pasó a los salones de la Asociación, allí lo esperaban algunos amigos peruanos y admiradores.
En dicho viaje al Perú, Huxley pudo encontrarse con amigos como el historiador peruano Raúl Porras Barrenechea, quien le pidió que la firmara su ejemplar de L’eminence grise: étude de religión et de politique (1947), un libro cuyo original en inglés, Huxley había publicado en 1945.
En la revista Fénix (Nº 46/2017), de la Biblioteca Nacional del Perú, se cuenta la anécdota de que Huxley le escribió en ese libro una hermosa dedicatoria. Así, le dejó este mensaje: “For Raúl Porras, a real historian, from an amateur” (“Para Raúl Porras, un verdadero historiador, de un aficionado”).
Solo con eso se ganó el agradecimiento del maestro sanmarquino y Canciller de la República, pero también la consideración de sus jóvenes y talentosos discípulos de esos años: Pablo Macera, Mario Vargas Llosa, Miguel Maticorena y Carlos Eduardo Zavaleta.
Aldous Huxley vino, habló, escuchó y dejó una estela de admiración entre los peruanos. Difícil de olvidar a un hombre tan lúcido, imaginativo y sincero para decir la cosas, aunque no supiera ni una palabra en español.
TE PUEDE INTERESAR:
Contenido GEC