Tras la goleada, Brasil será un cementerio
Se acabó la fiesta en Brasil. Las calles bañadas de banderas verdes y amarillas, las miles de camisetas, los comerciales de TV ya no tienen sentido. Da pena para los que venimos a vivir el Mundial a las ciudades brasileñas que el equipo local haya quedado fuera de la Copa de una manera tan estrepitosa como ayer.
No sé si la alegría y la predisposición a la diversión de este país sean lo suficientemente resilientes para que la próxima semana pasear por Sao Paulo y Río de Janeiro no se asemeje a caminar por un cementerio.
Los siete goles en contra harán casi imposible que caminar por Vila Madalena en una noche de festejo después de un juego de Brasil una pueda marcar también siete goles en el segundo deporte favorito de los brasileños: besar.
Así fue mi primera noche en Sao Paulo después del juego entre Brasil y Camerún. Vila Madalena es un barrio en el que la fiesta se vive en la calle misma. Pequeñas carretillas repletas de cerveza a cinco reales (siete soles), caipirinhas y todos los tragos que puedas imaginar se complementan con autos con gigantes equipos de sonido en las maleteras que ponen funky, la música carioca que sería el equivalente al reggaetón en este país. Se baila pegado y con movimientos que, sin ropa y en horizontal, serían otra cosa.
Las calles están repletas y todos caminan de un lado a otro, buscando. El método de seducción para las mujeres es sencillo: miras, sonríes, chapas. Para los chicos, hay algunas variantes. Puedes coger suavemente la mano de una chica para detener su paso mientras le dices cosas bonitas, que van desde qué ‘gata’ o guapa eres, hasta ‘quiero casarme contigo’. Créanme, lo hacen de una manera en que no te provoca mandarlos a rodar. También puedes mirarla y quitarte el polo. Por lo que vi esa noche, el 80% de los hombres brasileños tienen cuerpos perfectos.
El beso es directo y sin preguntar nombres. Cuando terminas, vuelves a sonreír y sigues caminando. Así es el fútbol.
Esa primera noche besé a siete hombres en una noche. Una marca importante para Perú, pero normal para una noche de carnaval, que es lo que se ha vivido hasta hoy en cada ciudad de Brasil.
En Belo Horizonte, el segundo triunfo de Brasil que viví en la calle, no pude romper mi marca porque la vida me llevó a la cuadra de la fiesta gay. Tras el partido infartante contra Chile, me tocó una inyección de autoestima rodeada de los hombres más hermosos y más inaccesibles –pero más coquetos- que he visto. Mi éxito de la noche fue poder tocarle la ‘bunda’ a la versión gay de Hulk en Minas Gerais.
Para hoy, tenía planeado regresar a Vila Madalena para ver si podía anotar ocho goles. Calculo que será imposible. La mitad de la fiesta para los que vinimos a ver fútbol, pero también para disfrutar de la alegría brasileña, ha terminado. Ahora solo nos queda la diversión en los estadios. Tampoco es que nos podamos quejar.