Cásate conmigo esta Navidad
PAPEra 24 de diciembre y estábamos en plena tradición Bisso de entrega de regalos. Como mi familia es pequeña siempre nos hacemos muchos presentes, así sentimos que somos un montón en casa. Aunque me reconfortaba estar con mis padres y hermanos y no sola en otro país, no podía dejar de pretender estar alegre cuando tenía el corazón roto en treintaicinco. Estaba haciendo mi mejor esfuerzo, sedándome con copas de espumante, cuando la voz de mi hermana pequeña, cuando aún tenía voz de niña, me dijo: este es para ti, Ali. En una actuación, por la que debí ser nominada a mejor actriz secundaria a los premios de la academia, esbocé una gran sonrisa al recibir una pequeña cajita envuelta en papel dorado. Pero me debieron dar el premio, esta vez en serio, cuando abrí la caja en la que había un reluciente anillo de oro blanco con un brillante y una tarjetita que decía: Te amo Ali, cásate conmigo.
Mi represa interior se abrió y empecé a llorar. Yo no solo estaba enamorada, estaba loca por él. El dejarme había sido muy duro y lo había extrañado por dos interminables meses. Los sentimientos se mezclaron en mi interior. Mi corazón latía como si fuese a reventar a cada paso que di rumbo al teléfono. Marqué su número.
- ¿Aló?
- Sí. Si quiero.
- ¿En serio?
- Si. Te amo.
- Yo a ti.
Y así, con ese anillo bonito en el dedo, todo mi romanticismo aprendido desde niña (desde el sacrificio de la golondrina por amor a su príncipe feliz en el cuento de Oscar Wilde hasta el beso que despertó a la Bella Durmiente, pasando por toda la persecución de Candy de un continente a otro para volver a ver a Terry) borró, como si se tratara de una especie de liquid paper imaginario, el hecho de que ese pata me había dejado porque no se podía comprometer, porque prefería su libertad a una relación conmigo y demás pretextos y explicaciones, antes de hacer maletas y largarse de mi vida.
Le mandé correos electrónicos a mis amigos más cercanos y le conté a mi familia la noticia. Todos se mostraron reacios al próximo matrimonio por la simple razón de que semanas antes me habían visto sufrir por mi, ahora, futuro esposo; pero como se trataba de la institución del matrimonio, dieron su venia. Casarse era para todos, yo también me incluyo en esa mancha (en ese momento), un decisión importante y definitiva, una muestra de madurez de su parte, una señal de su amor, pero no de uno pasajero, sino de ese, que pensé (en ese momento, repito), dura para siempre.
Pero como todo cuento, los finales felices no son tan comunes (debí saberlo cuando mataron a la mamá de Bambi, al papá de Simba, cuando la golondrina murió congelada y al príncipe lo mandaron descascarado al basurero de la ciudad o cuando Anna Karenina se tiró a las vías del tren). En menos de un mes estaba echándole gasolina a mi carro cuando me fijé en que el auto que estaba del otro lado de la isla de servicio era muy parecido al del novio -con el cual ya fantaseaba sobre cuál sería nuestra canción en la recepción de la boda (estaba entre Contigo, de Sabina y Paloma, de Calamaro) en qué lugar pasaríamos nuestra luna de miel -yo votaba por Barcelona, la ciudad en la que nos enamoramos- y claro, que vestido usaría-. Tuve que sacar la cabeza por la ventana para ver que, efectivamente era él, y que para mi casi-muerte-instantánea, estaba con una mujer al lado.
Felizmente, mis reflejos funcionaron. Me bajé y caminé hacia su ventana abierta y me cercioré de que la chica que estaba a su lado era la misma hija de la chingada por la que me había dejado. Y lo peor, estaban de la mano, con ropa de playa puesta e intercambiando sonrisas. De todos los insultos que se me pudieron venir a la cabeza, estaba tan nerviosa que solo atine a decirle payaso y tirarle el anillo por la cara. ¿Saben qué fue lo peor de todo? que el imbécil este reaccionó con una risita nerviosa y me miró/ la miró como si yo fuera una loca que se apareció de pronto. De lo que sí estoy segura y lo confirmé al día siguiente, fue que ella sabía muy bien quién era yo pero que él, aprendiz del lobo de Caperucita, le había inventado una historia en la que yo era una psicópata -claro-, que no había podido olvidarlo, que lo seguía rogándole por otra oportunidad y que (¡ja!) él ya no me amaba ¿Cómo lo supe? Lo llamé al trabajo, porque sabía que el cobarde jamás me iba a contestar el celular. Y ¿adivinen quién me contestó? !Ella! Cuando pregunté por él, y la “otra” (quién pensaba que yo era la “otra”) me lo pasó su vocecita de actor de cuarta me dijo: Alicia, tú sabes que lo nuestro ya terminó hace mucho, siguió hablando pero no lo escuché -no podía con rabia- al otro lado de la línea lo mandé a la mierda de todas las formas que me sabía y luego corté.
Solo queda por decir que la historia no quedó ahí, mi ex-querido Frodo me volvió a proponer matrimonio con el mismo anillo dos veces más. Hasta ahora no me queda claro eso de tratar de convencer a alguien o pedirle perdón con algo, ya sea un anillo o una propuesta de matrimonio, como si eso fuera a mejorar o cambiar el curso de la relación entre dos personas.
En todo caso, me queda la anécdota navideña, que ahora mi familia y yo recordamos con sorna, y muchos otros regalos que he hecho y que me han hecho a mi, muy diferentes al anillo-sin-significado; regalos de esos, tan especiales, de esos que solo puede darte una persona que te conoce en serio, alguien que te quiere de verdad. Espero que en esta Navidad reciban uno de esos regalos. Esos que hacen de estos días, fechas para recordar con una sonrisa y esperar la próxima Navidad, con una aún más grande.
Feliz Navidad, a todos, a cada uno. Es otra Navidad sin un novio al lado, pero con familia, viejos y nuevos amigos; dentro de esos últimos, están ustedes, queridos lectores.
P.D. Todavía no les deseo un buen 2008 hasta el siguiente post, que viene con regalo hecho por mí.
Canción para estar alegre en Navidad
Escucha aquí un extracto de “No longer feel the music ” de The Libertines
Mazzy Star – “Flowers in december”