Atracción virtual (III)
LA SEGUNDA “PRIMERA CITA”
Sé que para muchos, tenía una deuda con ustedes. Es decir, la continuación de la mi historia (Atracción virtual I y Atracción virtual II) con el único lector con el que he salido. Fueron dos razones las que en ese momento no me permitieron escribirla ni publicarla: el acuerdo mutuo de dejar lo que estaba pasando unicamente entre los dos, y los sentimientos que en ese momento me desbordaron de pronto, sin esperarlo y sin poder creerlo. Bueno, no la hago más larga. Esto fue lo que pasó.
Después de unos encuentros más en el ciberespacio allá por setiembre del año pasado, quedamos en encontrarnos en la banca de un parque. Le dije que iba a estar de blanco. Quería de algún modo, que todo fuera lo opuesto a nuestra primera cita. Me senté a esperarlo a las siete en punto de la tarde. A los pocos minutos llegó. Nos miramos de nuevo a la cara y no nos saludamos con palabras ni besos en la mejilla ni en ninguna otra parte. Nos abrazamos fuerte y por mucho rato, tanto que los cables de nuestros reproductores de mp3 se entrelazaron. Al separarnos se anudaron y eso nos hizo reír a carcajadas. El hielo ya estaba roto. Así que nos dijimos hola y nos quedamos sin decir nada un rato, hasta que él se levantó, estiró su mano hacia mí y me dijo: ¿vamos?
No lo tomé de la mano, si no del brazo. Ya sabíamos adonde íbamos, el lugar lo había elegido él. Otra noche, una semana casi luego de la primera vez que nos vimos, nos encontramos frente a frente, en otra mesita alumbrada por una vela.
Estábamos tan curiosos por todo lo que había pasado en tan corto tiempo que nos interrumpíamos al hablar, nos reíamos y hasta hablamos en esos códigos con los que se comunican las parejas que se conocen por lo menos un tiempo más que nosotros. Cenamos, conversamos. Estaba muy claro que la estábamos pasando bien. Tanto, que nos poníamos al oído con nuestros audífonos canciones que, por la melodía o la letra, nos remitía a ese momento que estábamos compartiendo. Como no podíamos oírnos, saqué un cuaderno de mi bolso y empezamos a conversar a través de frases que nos escribíamos. Aquí lo tengo al lado de la computadora; palabras, garabatos y dibujos de alicias y conejitos persiguiéndose, escondiéndose y encontrándose entre laberintos, túneles y globos de cristal. No faltó mucho para que tomara mi mano y para que yo dejara que la coja y la bese. Esa noche, luego de acompañarme a la puerta de mi casa, dormí tranquila y me desperté contenta.
Luego de esta segunda “primera cita” hubo una segunda cita de verdad, una tercera y una cuarta. Aunque no bajé del todo mis defensas, mientras más lo conocí, más me gustó. Él me repetía a cada rato: me gustas. En un momento de una de esas pocas citas llegué a pensar que él podría ser algo más, quién sabe, hasta un posible novio; y como se le notaba un chico buena onda, sencillo, simpático, inteligente, que me hacía reír, sentirme cómoda y que no parecía hacerse muchos rollos por éste tipo de cosas, le dije, parafraseando al personaje de una película que me gusta: quédate conmigo. Entonces, sacó una aguja imaginaria y ¡plop!, rompió ese globo que empezaba a hacerse cada vez más grande en mi interior. Se iba de viaje en pocos días por bastante tiempo, es más, no sabía cuándo regresaría, además, había salido de una relación hacía unos meses. Esos eran los dos motivos por los cuales era imposible en este momento estar juntos.
Empezaron las preguntas dentro de mí: ¿por qué no me lo dijo antes?, pero si me lo había dicho, entonces ¿por qué no le presté atención?, ¿cómo pudieron pasar las cosas de un extremo a otro tan rápido?, ¿por qué se había esforzado tanto en conocerme si sabía que se iba?, ¿por qué esas ganas de enamorarme?, ¿por qué ahora me importaba tanto que se fuese?
En un pequeño ataque de piconería le dije que mi blog se llamaba “busco novio” y no “busco un agarre momentáneo hasta que se suba a un avión y se largue para siempre”. Nos miramos por un momento, muy serios, y luego nos reímos por mucho rato. Cuando dejamos de hacerlo, supimos que nos teníamos que empezar a despedir. Me pareció estar en esas maquinitas de los años veinte en las que al darle vueltas a una manivela, se suceden fotografías que, mediante el movimiento, dejan ver historias en una supuesta cámara rápida, demasiado rápida para nuestra realidad. El tiempo se terminaba.
El conejo de la historia se iba y Alicia no iba a seguirlo. Nos conocíamos muy poco para hacer algo así. Así que él no me lo pidió, ni yo se lo propuse. Estábamos de acuerdo en no querer relaciones a larga distancia. Así que nos dijimos adiós varias veces entre ese día y el siguiente. Yo le escribí una carta para el avión y él me grabó un disco con una canción por cada día desde la primera vez que me vio, en ese bar, sin que yo me diera cuenta. Esos fueron nuestros últimos regalos. Ah, no. Él me llamó desde el avión la madrugada de su partida y yo le escribí un correo apenas me levanté para que lo leyera apenas llegara a su destino. Antes de irme a trabajar me fijé que me había dejado un mensaje en el celular mientras dormía: estoy despegando, te beso, te quiero.
Ese mismo día fui al parque, me senté en la misma banca, pensé en nuestra segunda “primera cita” y no me encontré para nada decepcionada. A pesar del frío de la noche, la chompa de rayas verdes que me regaló -solo porque le dije que me gustaba-, y una calidez que hace tiempo no sentía, me abrigaron. Y me sentí, a pesar de una ligera tristeza, más que nunca, con ganas de amar.
Ha pasado casi medio año de esa breve historia y siento que ya puedo contarla. Porque fue bonita, porque fue real. Y no creo que te moleste leerla, si la llegas a leer, porque me enseñaste que yo era una tortuga marina, que a diferencia de las tortugas terrestres, tienen el caparazón más blando. En otras palabras, porque me hiciste volver a creer que el azar si existe y que el amor también puede estar por allí, ambos aguardando a un par de despistados como nosotros.
Definitivamente, este archivo irá directo a la cajita interior en la que guardo mis más intensos y a la vez, dulces recuerdos; y tú, seguirás en mi corazón, como el chico que quiso construir para mí una cometa violeta, mi color favorito. Algunas veces, durante el tiempo que ha pasado, he pensado en tí con frecuencia y recostada en mi cama, la he podido ver colgando del techo, inmensa, hermosa, diferente; lista para que alguien la haga volar. Después de todo, yo también creo en el azar. Igual que tú.
Canción para recordarte
Escucha aquí un extracto de “Into my arms” de Nick Cave and the Bad Seeds
Esta es una escena de Once, una película en la que otros dos se conocieron por azar.