Tus ex / mis ex
¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DEL PASADO?
Una tarde hace poco tiempo, entré a la dimensión desconocida. Mejor dicho, me forzaron a entrar por casualidad. En un solo fin de semana hicieron su aparición en mi vida dos personas de carne y hueso, con un común denominador muy particular, dos letras, que a nadie le gusta escuchar y mucho menos, así, de pronto, al comienzo de lo que podría convertirse en una futura relación: las ex.
Una buena amiga me aconsejó hace mucho: del pasado no se habla ni bajo tortura (resalto en negritas estas tres palabras, al recordar el énfasis con el que repetía este consejo, que ella seguía a rajatabla). Creo, que salvo ciertas condiciones, tiene razón. Después de todo a quién le gusta ahondar en la existencia de la o las personas que han dejado antes que tú su cepillo de dientes en ese baño, es decir, que han querido y sido queridas por él, sí, ése, el que te ha comenzado a llamar por la mañana para decirte que te extrañó durante la noche (mi lado escéptico no puede dejar de soltar una risita sarcástica y pensar: ¿me extrañó mientras dormía?, ¿en pleno estado REM?), que han sido besadas por la misma boca, que en algún momento pasaron la noche juntos, que tenían bromas privadas, apelativos de cariño especiales y anécdotas que no sabe nadie más. La verdad yo no quiero saber nada de ese paquete. Ese es su pasado señor pretendiente, no tiene porqué ser mi presente. Pero él no tuvo la culpa.
El primer encuentro del tercer tipo fue un sábado hace unas semanas. Soy fanática de las siestas, como por razones laborales no las puedo tomar a diario, los fines de semana no hay placer más grande (bueno, exagerando un poco) que una horita bien dormida en una cama o sofá lo suficientemente cómodos y si es en pijama, mejor. Siempre tomo precauciones para que nada ni nadie me despierte y que los ladridos del perro del vecino no haga aparecer de pronto mi propia versión 12 pulgadas, extendida y renovada del monstruo del lago.
Felizmente, la cama de este chico me encanta. Me hace recordar a la cama en la que dormía cuando era niña, debe ser porque el colchón es viejo y se hunde un poco a la mitad (mi versión local y, por ahora, esporádica de Martín Romaña e Inés, en su parisina cama hundida que no los dejaba irse a dormir peleados porque la gravedad los hacía juntarse en el medio). Bueno, estaba en plena roncadera sabatina cuando los insistentes y agudos timbrazos de un celular que no era el mío me despertaron. Eso me pasa por no dormir en mi propia cama, pensé. Mientras, el teléfono seguía sonando. Lo busqué por el departamento con toda la intención de asesinarlo y lo encontré viendo televisión con audífonos. Eso me pareció muy tierno y considerado de su parte, y lo besé en la boca bastante rato, tanto que olvidamos que el bendito aparato vibraba como loco.
Le quité los audífonos y él pensaba que era seguro para continuar los besos en otra posición. Pero no, le dije: Oye, tu celular no para de sonar. Me respondió que le importaba un pepino y me llevó de la mano a mi nueva cama favorita para hacer siestas, pero sin intenciones de dormir. Estábamos en eso hasta que otra vez el sonido ese comenzó a molestar. Ahora sí lo mandé a contestarlo o apagarlo. Lo apagó, pero al hacerlo los dos cometimos sendos e inocentones errores. El musitó al ver la pantalla del aparato: catorce llamadas perdidas y yo pregunté ¿de quién? Ni siquiera tuvo que contestar, su cara lo vendió, esa miradita incómoda me era conocida, se trataba de una ex, claro. Pero no me importó en ese momento, lo callé con otro beso y nos olvidamos del asunto hasta la noche.
Cansados de pasear sin rumbo al final de esa tarde, paramos en un café a tomar jugo de piña. Si ese que dijo que todo pasa cuando uno menos se lo espera, le hubiera puesto precio a cada premonición, en este momento sería millonario. Entraron de la mano un chico que yo conocía, el ex de una amiga mía, y una chica que no conocía. Cuando se acercaron a saludarnos. La chica saludó a mi compañero de mesa con una mueca rara en la cara. Cuando los dos se fueron, me dijo de frente que era su ex. Ah, ya, le dije. Y con toda la intención de seguir el buen consejo de mi amiga y pegarme un post-it gigante en la memoria, para recordar que saber más detalles de ex novias, amantes, agarres, etc., para lo único que sirvió en el pasado fue para torturarme con fantasmas que realmente jamás existieron.
Pero ahí no acaba la historia del certamen Miss Ex 2008, al llegar a su departamento, me dijo que no me estacionara, que siguiera de frente. Le pregunté por qué y me dijo que su ex estaba dentro de su auto en la puerta del edificio. Ah, no. Ahora si tenemos que hablar, queridito. Solo te pido que lo hagas claro y conciso, no me interesa saber más de la cuenta. Explícame ¿por qué una mujer está en la puerta de tu casa y por qué no puedo estacionarme?Entonces, contra la espada y la puerta de mi carro, me dijo que era una mujer con la que había terminado hacía más de tres años, que al enterarse de que estaba viendo a alguien más, lo había estado acosando y no me había dicho nada para no molestarme.
Antes de un casi ataque de rabia, yo misma hice un viaje a mi propio pasado. Yo ya había sido esa mujer. Esa que se niega a ser dejada atrás. El ser humano desea trascender, a veces de maneras tan extrañas como esa, así ya no ame más. Por más difícil que me sea aceptarlo yo me negué mil veces a un feliz y popular “otra ocupa mi lugar”, claro que jode. Pero, como dice una canción que me gusta “al lugar donde fuiste feliz, no intentes tratar de volver”. El tiempo me hizo darme cuenta lo importante que fui en la vida de personas que en su momento imaginé no importarles un bledo y resulté siendo una más en el pasado de quienes yo pongo en el altar de las relaciones más sanas y bonitas que tuve.
Yo tuve un fantasma que me siguió por años: la, ahora, ex de Santiago, con la que me engañó, por la que me dejó. Cuando la conocí ya no lo amaba y la verdad él tenía razón, en lo único que me aventajaba, como me dijo él literalmente el día que tuvo los huevos para ser honesto, era que tenía un cuerpazo. Eso dice mucho de lo bueno que fue que un tipo que piensa así me dejase. Lo que yo no sabía es que ella había vivido toda esa relación sintiendo celos de otro fantasma, yo, la chica por la que él había dejado todo por seguirla a Barcelona. En ese momento no me importó, pero nada. Era puro pasado.
Tiene mucha más dignidad aceptar lo que fuiste o lo que no fuiste. Yo sé que es fácil decirlo, no tanto aplicarlo a la vida real. Pero igual, tan cojuda no soy y jamás le iba a seguir el juego a nadie, por más pasado que yo misma haya tenido, por más veces que me haya negado a ser una ex, por más veces que me haya dolido que me olviden, por más que haya llorado y pataleado para que no me dejasen o que haya sufrido al dejar a alguien. Así que di la vuelta a la cuadra, estacioné mi auto donde suelo hacerlo y le dije: ¿vamos? Me contestó: ya. Buena respuesta.
Más tarde, echados en el sofá viendo una película le pregunté quién era la otra chica. Me dijo que era una que lo había dejado hace poco por un amigo, con quién le había puesto los cuernos. Me pareció tan simple y sincero, que no me quedaron dudas. Todos tenemos un pasado. A veces, parece estar demasiado cerca, y asusta, pero nunca estará más cerca nuestro que el presente.
Canción para vivir solo el presente
Expectations de Belle & Sebastian
Esta escena es de mi película favorita de Visconti, demuestra el peligro de algunos ex (hasta a Mastroianni lo dejaron por uno de esos fantasmas).