Sex & The City & me
ALI LOVES CARRIE & CO.
No me gusta ver televisión. La gente que me conoce lo sabe. Cuando por lo general alguien me pregunta si vi el último capitulo de alguna serie o si me enteré de lo que dijo Bayly en su programa del domingo, siempre me levanto de hombros y digo no. La verdad, solo prendo el televisor para hacer un rápido zapping por los canales de películas que, por supuesto, ya tengo identificados, o para poner un dvd.
Hay algo de lo que nunca hice ninguna referencia antes porque sabía, mejor dicho, temía, que uno, aparecieran o se extendieran las fastidiosas comparaciones que surgieron a comienzos del blog y dos, que alguien creyera que, en efecto, yo me creía alguna versión de la protagonista de la serie en cuestión, Carrie Bradshaw. Ahora que ha pasado más de un año, creo que puedo hacer una confesión: soy fiel seguidora de Sex and the City; y no solo eso: soy fan, grouppie, adicta o como quieran llamarle, y a mucha honra.
Todo comenzó así:Un aburrido sábado allá por el 2004, estaba de visita en Lima. Saltando de un canal de películas al otro, me encontré con el anuncio de “a continuación en HBO”: el último capítulo de Sex and the City. Me había llamado la atención en el pasado que varias amigas mías estuvieran enganchadas a la serie, que se la pasaran identificándose -en una especie de ping-pong según el día-, con los personajes, y que hasta un grupo de amigos en un viaje a Nueva York hubiese comprado todo tipo de fetiches, souvenirs, y hasta tomado el tour oficial de la serie en Manhattan. Escéptica pero curiosa, me quede envuelta en una mantita, viendo el episodio final que para colmo tenía dos partes. A pesar de que esa noche maldije mi soltería, mi falta de amigos y de planes para salir, la pasé recontra bien, además de terminar con una curiosidad de gato por ver todo lo que había precedido a esos dos capítulos. Entonces empezó mi travesía por las siete temporadas de la serie.
En el camino varias personas de mi entorno reprocharon mi creciente afición a la serie. Mi madre nos resondraba con un resignado movimiento de cabeza repitiendo: “Cama, cama, cama” por las escenas de sexo que no se animaba a ver conmigo y mis hermanas cuando hacíamos maratones acompañadas de té de frutas y canchita, por lo general, los domingos por la noche. Mi papá repetía hasta el cansancio la mala influencia que era para mis jóvenes y pobres hermanas menores (de ahora 23 y 26 años) metiéndolas a ese mundo de sucio libertinaje, y los novios que tuve jamás entendieron por qué me gustaba tanto esa serie. Ahora me pregunto por qué me hacía tantas bolas dándoles explicaciones. ¿Acaso alguna vez yo les cuestioné los partidos, los juegos de computadora, el Nintendo, los Simpson o las películas Gore? Es más, un novio se atrevió a decirme que era poco más que una tonta por ver Sex and the City, y yo fui más tonta aún al comenzar a esconder los dvd cada vez que él llegaba.
Pensándolo un poco más en profundidad, no se trata de solo de sexo. Me sentí tan atraída por estos cuatro personajes de ficción, mayores de treinta años que la pasaban tan bien, sufrían, tenían problemas, dudas, amor, desilusiones y aventuras como cualquiera, y claro, la búsqueda de alguien a quién amar (o somebody to “f”, en castellano podríamos utilizar la palabra “t”). Creo que este es el punto. Qué gracia hubiera tenido si estas mujeres hubieran sido chicas en sus veintes haciéndose las grandes. Creo que lo interesante de la serie es que las cuatro han tomado rutas alternativas al lugar común y aburrido del “uno debe de” a cierta edad. Pienso cuántas mujeres de veinte se deben haber sentido liberadas de no tener a los treinta como límite para tener novio, esposo, hijos, o una carrera exitosa; y cuántas más, en sus treintas (y sigo contando), deben haber suspirado al pensar muchas como ellas salen, conocen gente, gastan la plata que ganan trabajando en lo que les da la gana y utilizan su tiempo para hacer lo que quieren sin ningún sentimiento de culpa.
Yo me encontré justo entre ambas décadas y además de divertirme, porque la verdad a mi me parece una serie realmente divertida, me parece liberadora. Ser libre en este caso, es una especie de sinónimo de ser fuerte. De ser fuerte para aprender. Para vivir. Quien quiera que seas, estés en la ciudad que estés. A pesar de las diferencias, pude advertir ciertas similitudes, porque los sentimientos, miedos y emociones no cambian de país a país, son las experiencias las que te abren la mente. La típica reacción sería tacharme de feminista en este punto, pero no lo soy y no reniego de quienes sí lo son, y tampoco soy machista. El machismo implica silencio por parte de las mujeres y creo que yo ya tengo bien claro que no quiero vivir callada. Tímida, retraída, puede ser, pero callada por imposición o por quedar “bien”, no. Ya no.
Me gustaría tener la misma libertad para hablar de sexo como para hablar de cine, que muchas veces no se puede dar ni entre amigas. Yo he tenido algunos encontrones con caras de nudo al contar algún detalle de mi vida sexual. Y así como muchas veces envidié esas conversaciones tan inteligentes de las parejas protagonistas de películas de Woody Allen en esos restaurantitos italianos perdidos en sabe Dios qué parte de Nueva York, también he envidiado y aún envido esas divertidos momentos en el café donde estas amigas hablan de casi todo. Extraño este tipo de amistad, extraño estas conversaciones en las que te das cuenta que por más vergonzante crees que fue lo que te pasó o que hiciste, escuches: ¿esto también te pasó a ti? y te sientas bien con tu alma y los rezagos de culpa de la noche anterior. No me voy a ir al infierno como me enseñaron de chiquita.
Pero claro, hago la salvedad de que reconozco los parámetros de la ficción. Sex and the city, por más que contenga experiencias o situaciones basadas en hechos reales como cuentan sus guionistas, es una serie, no la vida real. Hace poco estuve en Nueva York y pude comprobar lo imposible que sería tener la vida de estas mujeres. Un amigo y escritor del blog vecino TV en serie -quién prometió un especial de la serie a raíz del estreno de la película-, me dijo que la primera vez que leyó este blog, pensó que yo era la versión peruana de Carrie hasta que leyó que estaba buscando novio en el Oso Bar y dijo (literalmente): esto ni hablar es Sex and the City. Y claro, no lo es. No por lo poco fashion del lugar, pienso yo, sino porque soy una mujer real, que lo más cerca que ha estado de unos Manolo Blahniks ha sido un par de tacos Isaac Mizrahi comprados en una tienda de segunda mano de Brooklyn, aunque sigo prefiriendo mis cómodas y fieles Converse.
Una tarde divirtiéndome en Central Park
Así como una vez hablé de soundtracks motivadores, existen para mí los episodios motivadores. De la misma manera en que a veces me dan ganas de no esforzar ni media neurona y ver una comedia romántica con coca-cola light y una bolsita de m&m´s amarillos, no voy negar que algunas veces, cuando repito algún capítulo de Sex and the city en el dvd, me dan ganas de arreglarme, salir y sentir que la vida es ligera y divertida, como debería ser a veces, por salud mental (y física).
¿Hay más lectores y lectoras enclosetados? Creo que es el momento de decir quién no ha querido ser Carrie alguna vez. Yo sí.Y como dice Sarah Jessica Parker metida en su personaje: it´s fabulous!
CANCIÓN PARA SALIR EN LA CIUDAD (LA QUE SEA)
UNA DE MIS ESCENAS FAVORITAS DE SEX AND THE CITY