No controles
Saliendo con el enemigo
Debido a la vaga respuesta del Sr. Anónimo, con quién, después de la cita del terror, la comunicación se fue diluyendo (creo que eso de denominarla “terror” no resultó del todo metafórico) como un Mentos en la boca, decidí aceptar la invitación de un periodista que me había estado rondando desde al año pasado, con la excusa de una entrevista. Todo comenzó la otra noche cuando me lo topé en un ascensor (no había escapatoria), en cinco pisos no se me ocurrió otra excusa para negarme y bueno, la verdad parecía buena gente, de vez en cuando leo que escribe y de pinta, digamos que, aún sin mucha onda, está guapo.
Así que dije “sí, quiero”, y como suele suceder en estos casos, caí como corderito en las garras de otro que parecía corderito, pero que pronto reveló su verdadera identidad: el Sr. Control. Y dice así.Desde el día en que acepté la salida, me empezaron a llegar correos electrónicos (a veces más de cuatro al día), mensajes de texto (yo casi nunca los mando, menos los contesto), alertas del chat que se repetían como telégrafo hasta que me puse “invisible” (las cosas que antes solo podían los superhéroes, ahora las puedes hacer a través de Internet), repetidas llamadas al celular y al trabajo.
Yo pensé, bueno, le debo gustar en serio a este pata y le contesté una de cuatro llamadas y un par de mails, pero no más, porque la verdad toda esa barbarie de comunicación, que ya empezaba a agobiarme, era para una resolver algo muy sencillo: ponernos de acuerdo en el lugar de la cita y confirmarla -un millón de veces-. La verdad no sé por qué tanta insistencia pues él ya tenía el lugar elegido al que iríamos, a qué hora nos encontraríamos (porque me demoré como siete correos para decirle que prefería ir en mi carro y otros siete en convencerlo, pues él insistía en “pasar” por mí). Una pequeña alerta se activó en mi interior pero la cita ya estaba hecha y además hasta cierto punto es paja sentirse asediada.
Llegué un poco tarde y al acercarme a saludarlo con un beso me dijo: ¿Qué pasó? Yo le contesté con otra pregunta: ¿Qué pasó de qué? Me señaló el reloj y me dijo son las 8:41 p.m. Habíamos quedado a las 8:30. Le eché a culpa al tráfico (mentira, me había quedado conversando por teléfono con una amiga mientras me pintaba con toda la calma del mundo, pero ¿qué? tampoco es que hubiera llegado una hora tarde) y me senté. Apenas se acercó la camarera, él dijo, sin mirarme, ni preguntarme:
- Dos piscos sours, por favor.
- (dude) Este… yo no quiero pisco sour –y con una sonrisa- la verdad no me gusta.
Cuando pensé que me iba a preguntar qué quería tomar, dijo para mi total sorpresa:
- Este te va a encantar. Traiga los dos, gracias. Y la camarera se fue.
- Oye, perdona –dije yo-no me gusta el pisco sour, en serio.
- ¿Cómo no te va a gustar, qué clase de peruana eres?
¡¿Ah?! Pensé yo. Tome aire y le traté de explicar que mis preferencias en cuanto al alcohol no tienen nada que ver con ningún tipo de nacionalismo, sino de algo tan simple como que a mí no me gusta el pisco sour y punto; y que prefería una copa de vino, un vodka tonic, champagne o una chela. Creo que ni me estaba escuchando porque empezó a hablarme, en una especie de monólogo que parecía no tener cuando terminar, sobre su trabajo, sus compañeros de chamba, sus últimas notas en el diario, un premio de periodismo que ganó en 1998, el partido, sus amigos y hasta su perro “Whisky”.
Felizmente, estaba tan concentrado que cuando regresó la camarera con los dos piscos sours, le pedí precisamente un whisky –como el perrito que, según él, tenía sueños premonitorios, porque una vez ladró toda la noche en la que les robaron (¿?)-, pero doble, con hielo y agua. El pata ni cuenta, en ese momento me estaba hablando del Nintendo Wii, que para mí es lo mismo que me hablen en chino (yo me quedé en el Atari, ¡que viva Space Invaders!).
De pronto me sorprendió que me preguntara algo. ¿Cómo va el blog? Yo me alcé de hombros, ahí bien, e iba a decir algo más, cuando pidió la cuenta del bar, ya atestado de gente, y me dijo: ¿cómo hacemos? Yo, que se imaginarán estaba más aburrida que viendo una maratón de “El Señor de los Anillos” (disculpen los fans), le dije: ¿cómo hacemos qué? entonces llegó la sorpresa mayor, el Sr. Control había decidido que íbamos a ir a bailar. Yo le dije ya con una sonrisa más falsa que la del Guasón que tenía que trabajar al día siguiente y hasta quise poner un punto final simpático a la cita contándole mi divertida y real anécdota de que tengo que guardar mi auto en una cochera a la que he bautizado como “La Cenicienta” porque cierra a las 12 a.m. en punto. A él no le dio risa y me dijo que sus amigos nos esperaban en Aura. Yo no le dije, pero pensé que ni muerta me soplaba a cuatro más como ese.
Entonces, el pata me dijo lo que nunca nadie se había atrevido a decirme: ¿pero no que estás buscando novio? con su respectiva miradita de yo soy EL MEN y añadió: hoy cerramos el blog, flaquita, pero pasamos por tu casa para que te cambies. Ah, no. Ni tuve que evaluar qué tenía puesto. En ese momento agarré mi carterita, dejé un billete sobre la mesa, le agradecí el (mal) rato y traté de despedirme, pero no me dejó. Así que me di media vuelta y me fui.
De hecho esta es una visión superficial de lo que podría ser, más adelante, un hombre controlador (y además, aburrido), y de esos hay que escapar así una tenga taco 9. La verdad no me había sentido tan presionada desde las épocas en que mi padre me pedía ver la libreta del colegio cada bimestre; y en una sola cita, como trece alarmas de auxilio se encendieron.
Los controles remotos sirven bien para cambiar canales o para ponerle play a una película que te mueres de ganas de ver, no para las personas de carne y hueso. Lo más gracioso es que durante todo mi trayecto hacia “la cochera de la Cenicienta”, mi teléfono no dejó de sonar. Subí el volumen de la radio del auto y canté para mí una adaptación personal de John Lennon: Let me be.Busco novio, pero no ése tipo de novio.
P.D. Hasta la fecha, el Sr. Control tiene una relación muy cercana con mi contestadora.
Canción para decir NO.
Para cinéfilos, interesados y público en general: La imagen del post es de “La mujer de al lado” de Truffaut, en la que hay una escena magistral en la que el protagonista se vuelve loco por no poder controlar a la mujer que tanto desea, quería mostrárselas pero no la encontré. Los que quieran ver la peli, se las recomiendo.
Por ahora los dejo con una del recuerdo que pasa de inmediato a mi soundtrack de las malas citas ( y porque me recuerda cuando me ponía faldas verde fosforescente y unos peinados rarísimos). Conmigo-misma-landia está que me reclama y creo que la voy a escuchar.