Te espero en Nueva York
Tengo un pequeño secreto. Lo he guardado desde hace unos meses y se llama “el chico al que conocí en Nueva York”. No había hablado de él porque, como algunos de ustedes saben, hay cosas que me gusta guardar solo para mí, y porque pensé que este breve encuentro a comienzos de la primavera en Manhattan se quedaba ahí. Ahora, un repentino viaje me pone entre la espada de mi ingenuo-romántica ilusión y la, un poco gruesa por estos días, pared de mi razón.
Vuelvo voy a Nueva York en unos días, por otros motivos muy lejanos al amor, y la cuestión es ¿lo vuelvo a ver o no? Se preguntarán por qué la gran duda. Aquí viene la respuesta. Una de las noches del ya tan lejano mayo, salí con la amiga que me alojaba en Manhattan a la inauguración de un bar (uno de los dueños era David Bowie, así que ya se pueden imaginar las ganas con las que traté de ir con mi mejor pinta, aunque nunca apareció, pero estaba Kirsten Dunst dando de saltos por ahí) donde nos íbamos a encontrar con sus amigos. La noche comenzó a transcurrir entre cervezas Stella y buena música. En un momento todos estábamos bailando. Yo estaba sobre un pequeño escenario con cortinas rojas cuando, de pronto, pusieron mi canción favorita de Van Morrison y empecé a buscar con los ojos a alguno de mis diez nuevos amigos cuando me pareció encontrar a uno de ellos bailando a mi lado (me equivoqué, era un desconocido) le grité al oído -con unas eufóricas ganas de compartir mi alegría-: This song is great!. Él me respondió: Yeah, I know!. Unas cuantas canciones después, cuando ya el rimmel se me estaba corriendo del sudor, el chico me peguntó: Do you want a drink? Asentí y caminamos entre los empujones de los demás hacia la barra, donde me hizo la misma pregunta pero en castellano y mirándome a los ojos.
Casi no me había recuperado de la impresión de haber estado bailando con un pata tan-mi-tipo. Siempre digo que no tengo un patrón físico que me atrae, pero ese era un rompecabezas armado de todo lo que me gusta. Además de tener una ondaza desde el pelo hasta las zapatillas. Me gustó tanto que me quedé sin palabras y me pareció que a él yo también, porque ninguno se atrevía a decir nada, así que fue una especie de intercambio de miradas que se cruzaban, se iban para otro lado y volvían a coincidir.
Le dije que tenía que ir al baño pero lo que quería era respirar. Me miré al espejo y sentí, no maripositas, sino un moscardón en la barriga, además, estaba roja –aparentemente- sin motivo, y sonriente como si me hubiese ganado la Tinka. Toda esa emoción se fue al tacho cuando volví adonde estábamos y me dijo que tenía que irse. La verdad no habíamos intercambiado palabra y solo le sonreí como toda respuesta. Me dijo adiós y se fue. Yo estaba a punto de pedir ocho tequilas y cantar una canción de Chabela Vargas cuando regresó y me dijo en un castellano extraño su nombre, que es arquitecto, que trabaja en una galería de arte, que era raro en él hacer una cosa así pero que quería al menos saber mi nombre. Después de decírselo, se volvió a presentar pero estrechando mi mano. De qué tamaño habrá sido mi sonrisa que se animó a decirme que me quería volver a ver, claro, si yo quería. Me puso una tarjeta en la mano y me dijo que pasara por la galería cualquier tarde, la que yo quisiera.
- No puedo. Me voy el sábado (era jueves).
- Entonces si tienes tiempo, mañana.
Yo solo sonreí. Él se despidió con otra sonrisa y un suave:bye.
Y bueno, después de 12 horas de dudas dándole vueltas a la tarjetita como si fuera una especie de oráculo y de arrepentirme por no haber hablado más con él la noche anterior, me aparecí en la galería con un café que me temblaba en la mano. Mientras me debatía entre: es más guapo de lo que recordaba y ¿qué demonios estoy haciendo aquí?, él se acercó y me dijo que estaba sorprendido. Yo le contesté que yo también (de mi misma) y salimos a caminar. Resultó que esa calle estaba llena de galerías pequeñas a las que entramos y salimos, pero en las que no recuerdo haber visto nada, y fue así como conocimos un poco de lo que somos. No sé por qué se me cruzó por la mente que había una exposición de Jeff Koons que tenía ganas de ver, pero que de seguro me la perdería porque estaba anocheciendo y se lo dije.
Entonces, paró un taxi con dirección al Museo Metropolitano de Arte en el que están expuestos esos globos gigantes. Estancados en el tráfico, seguimos conversando, chupados pero sonrientes. Sin embargo, cuando llegamos al museo, el vigilante nos dijo que el techo –donde está la exposición- estaba cerrado por la lluvia. En efecto, había comenzado a llover y ni cuenta. Eso nos hizo reír.
Ya en la calle, llegó el momento de la despedida. Mi amiga-anfitriona y yo íbamos a ir a cenar y yo ya estaba tarde, después tenía que hacer maletas y madrugar para ir al aeropuerto de regreso a Lima. Él paró un taxi para mí y no tuve tiempo ni de pensar en un beso, abrazo o palabras de despedida, solo pensaba en cómo decir: sé que no puedo, pero quiero volverte a ver. Una vez más los dos pensamos lo mismo, porque dijo: Te espero allí (señalando la terraza del museo con la mano), cuando vuelvas y me abrazó por unos segundos. Yo también lo abracé fuerte como si lo conociera de siempre. No sentí ni el frío ni el viento y menos la lluvia. Llegué al restaurante tarde, mojada y con cara de palta, pero feliz.
No sé si existen los amores a primera vista, por lo menos fuera de las películas no he visto ninguno que haya funcionado. Puede haber atracción, ilusión, pero ¿amor? Me resisto a creerlo, aun cuando en el pasado me haya aventurado a enamorarme de manera romántica, atrevida e impulsiva. El resultado ya lo sé: relaciones que no funcionaron. Por eso, ahora, a pesar de creer en el amor, tengo mis dudas y mis reservas. 1. No quiero una aventura (por lo menos, en este preciso momento de mi vida, no), 2. Por estos días ya no creo en la magia, los milagros, ni el azar, y 3. Y si es el chico perfecto para mí –como me pareció la tarde que compartimos- y él piensa (o siente) lo mismo, vivimos en dos hemisferios distintos, es decir, ¿hacia dónde iría esto?
Pero por más que mi razón haya escrito todo lo anterior, siento que una ligera ilusión metiéndome cabe, mi lado romántico empieza a traicionarme con sus seductoras fantasías de finales felices. Dejo a mi corazón en Lima y ¿ya está? Sabemos que eso es imposible y que apenas ponga un pie en Manhattan estaré pensando que un día muy cercano alguien me estará esperando en el techo de un museo.
Por último, a lo mejor me estoy haciendo demasiadas bolas y quizás el que no aparece es el susodicho. En ese caso, al lo menos le podré tomar fotos esas esculturas de helio (y a falta de una pistola le dispararé con un flash a una en particular que tiene forma de corazón) y me tomaré una chela mirando Manhattan.
Mi próximo post lo escribiré desde Nueva York. Aún no sé que hacer, voy a empezar por la maleta, creo. Deséenme buen viaje (y suerte, sea cual sea la decisión que tome). Con casi un pie en el avión, no sé que hacer. ¿Ustedes que harían?
CANCIÓN PARA DECIDIR
UNA PELÍCULA DONDE OTROS DOS SE DESPIDIERON EN NUEVA YORK, DEJARON DE VERSE, QUEDARON EN ENCONTRARSE DESPUÉS DE 6 MESES (COINCIDENCIA CINEMATOGRÁFICA) Y TUVIERON UN FINAL FELIZ (BUENO, ES UNA PELÍCULA)