Suave con la mujer serrucho
EL CASO DE LA SERRUCHADORA VS. LA MUJER MANTEQUILLA
La de ayer fue una de esas noches que uno nunca sabe cómo van a terminar. Trabajé hasta tarde, estaba cansada, de mal humor, con ganas de teletransportarme a mi cama y esconderme por siempre debajo del edredón. Mi amiga Sarita (que de Colonia, no tiene nada) me dijo desde su escritorio, al sacar un lápiz de labios del bolso como quien desenvaina una espada antes de la guerra, que la acompañe a la inauguración de una exposición de un amigo suyo en una la galería vecina. Yo la miré con cara de ni loca salgo hoy. Ella insistió (y me convenció) con un:
- Nos podemos tomar un whisky, así nos relajamos y si quieres, después podemos ir al bar y quizás nos encontremos con…
- Sarita, no creo en el destino –, la interrumpí mientras apagaba la computadora, me pintaba los ojos con total desgano e imaginaba ese vasito de licor aguado como una especie de sedante para caballos que me dejaría en el estado Zen que necesitaba con desesperación.
Por supuesto, estaba equivocada.En la galería nos acomodamos en unos silloncitos blancos a conversar de todo y, la verdad, después de unos días difíciles en el trabajo y en la vida, es increíble cómo unas buenas carcajadas (y su whisky más) pueden hacer que nuestros pequeños tormentos desaparezcan, por lo menos por un rato. Claro, no hice reparo en un pequeño detalle. En eventos como este siempre te topas con esa cara conocida que no te quieres volver a cruzar ni en pelea de perros y, menos, saludar. Fue en ese momento cuando hizo su aparición la Mujer Serrucho. Ella tiene esa chapa dentro de mi cabeza porque una vez, hace tiempo, cuando salía con otro chico, intentó sacar su serrucho y quitármelo, por lo menos por un rato.
(Paréntesis hacia unos meses atrás)
Estábamos los dos frente a frente en la mesa chiquita en un restaurante. Él había estado fuera del país y estábamos en esos reencuentros ricos y melosos, cogidos de las manos, dándonos docenas de besos, mientras los mozos traían y se llevaban comida y copas de vino. Cuando de pronto nos tuvimos que soltar de golpe cuando el cuerpo de una mujer cayó, como un yunque, encima del ahora ex chico, apachurrándolo como a una esponja en la ducha y le dijo al oído, pero a volumen de megáfono:
-¡No lo puedo creer!
-Hola -dijo él.
-¡No me digas que no te acuerdas de mí! Lo nuestro habrá sido corto, ¡pero fue bonito!
-No digas eso en frente de Alicia, que…
-¡A mí me gusta ser honesta! –dijo con fingida seriedad para continuar con voz de gata en celo: además, fue lindo ¿no?
Yo estaba un poco confundida porque yo conocía al serrucho y el serrucho me conocía a mí, pero yo no sabía, hasta el momento, nada de lo “lindo” que habían tenido esos dos. Casi salgo corriendo a una farmacia de Larco a comprarle una sobredosis de Ubicatol Forte a esa señora, pero paciente yo, me paré y fui al baño para darle la digna oportunidad de soltar y dejar de hablarle a dos centímetros de la boca a mi casi-novio frente a su casi-novia.
Sin embargo, cuando volví ya no escuchaba el estruendo de un serrucho con el que iba partiendo en dos ese momento tan privado, sino el de una sierra eléctrica. Jason en la primera “Viernes 13” (la única que da miedo) seguía en unos arrumacos bien jodidos con el tonto ese que no supo cómo quitársela de encima. Yo creo que a estas alturas de la vida, los hombres ya saben que coquetear con otra o dejarse asediar en la cara de la chica que les gusta, no es una buena idea.
Esa noche ya no importa porque ese chico (de edad y mente) es parte de ya lo pasado, pasado (no me interesa), hasta que ayer regresó como un desagradable flashback cuando apareció Jason de nuevo. Y yo no estaba sola.
DE REGRESO AL PRESENTE
Siguiendo las creencias de Sarita en el destino, y ya un poco más entusiasmada por los dos etiqueta roja, entré al bar. De pronto unas manos me taparon los ojos. Sí, era él, el chico que me gusta. Pero lamentablemente, vi que también llegaba la mujer serrucho, a quién yo ya había visto en la galería, pero a la que no había saludado simplemente porque no me dio la gana. Por supuesto que me hizo el pare y claro que me hice la loca con un falsazo: ¿tú también estabas ahí? La frase cliché de la noche: ¡qué chico es el puto mundo! Dios mío, pensé, en cualquier momento comienza la secuela. Sin embargo, pasaron las horas, llegaron más amigos, unos whisky más, y mi chico y yo mantuvimos una regular tanda de miradas totalmente correspondidas. Estaba pensando en lo sexy que es coquetear con alguien entre un grupo de gente cuando de pronto, en una maniobra al estilo Matrix, Jason, en dos patadas, se saltó al grupo entero, cambió de lugar, de copa y ya estaba en una conversación cheek-to-cheek con ese hombre con el que yo estaba en pleno flirteo.
¿Cómo lo hizo? ¿Cómo hacen estas mujeres para llamar tanto la atención? Es más, ¿cómo hacen para ser siempre el centro de la atención (de los hombres, en este caso)? Felizmente llegó la tercera del grupo de las cuatro (nuestra amiga la pelirroja había decidido quedarse en su casa) con un amigo así que pudimos ponernos de codos en la barra y rajar de la mujer que en ese momento -sí, créanlo- se estaba yendo a otro ambiente del sitio con él. Estaba apunto de convertir mis manos en las cuchillas de Freddy Krueger y retar a esa mujer a un duelo, cuando para colmo se me acercó la mujer serrucho volumen dos, otra amiguita del grupo (serrucho profesional también) que al verme me dijo, con esa cacha que solo reconocemos entre mujeres:
- ¿Acabas de llegar? (sabía que no, porque hacía bastante rato que me había visto)
- No (con ganas de decirle “estoy hace dos horas sentada aquí” y unas ganas impresionantes de estamparle el plato de tostaditas en la cara).
- No te había visto- rió el serrucho 2. Es que tú eres “mantequilla”.
¿A qué demonios se refirió con que yo era “mantequilla”? Felizmente existen los buenos amigos que le aclaran las cosas que uno no logra comprender cuando está envuelto en estados especiales de celos con hielo y agua. Yo era mantequilla por ser mujer, porque era el enemigo. Porque ella, así como Jason, pertenecen a esa común raza de chicas (y no tan chicas) que marcan su territorio y que además, se las saben todas para hacerlo sin que nadie más se entere; para ellas, las demás -nosotras- somos una amenaza y hay que convertirnos en mantequilla lo más pronto posible. Con las mantequillas no hay conflictos, no son competencia para nadie, es fácil hacerlas a un lado. Entonces retrocedí al pasado, a la hora entera en la que me tuve que soplar a que el chiquillo hablara como disco rayado de su affaire en mi cara. Pensé, si este pata (el de ayer) se quiere quedar con ella, es su problema; y me joderá, pero yo no me voy a parar de la barra de este bar convertida en una barra de margarina.
Pero no pasó mucho rato antes de que él regresara a mi lado y no se moviera más. Estrellita en la frente para él y quizás, una próxima cita para mí. Y les aseguro que no habrá Jasons, ni Freddys, ni serruchos, ni sierras, ni mujeres que necesiten la atención de un pelotón para sentirse seguras de ellas mismas, ni mear metafóricamente alrededor de alguien para marcar lo que jamás será suyo, y que ni siquiera quieren en realidad. Los serruchos son así, arpías ególatras, rápidas, maquiavélicas y vanidosas. Todo, como muchas veces, es una cuestión de ego (y uno bien triste).
Esa noche regresé sonriente y me puse una pijamita de seda que antes reservaba para ocasiones especiales. Definitivamente, era una de ellas. Había vencido al mismísimo Jason (y a varias de mis inseguridades, de esas que salen a flote cuando pisas un palito malintencionado) con la mejor estrategia: no caer en su juego. Una hora más tarde, por fin en mi cama, me tapé con mi edredón. No tuve que esconderme debajo.
Hoy en la mañana, manejando hacia el trabajo, me dio ataque de risa al ver que en la puerta de una ferretería decía: SIERRAS ELÉCTRICAS EN OFERTA. Cuidado chicos y chicas. Están avisados.
Canción anti-serruchos.
YO NO TE PIDO LA LUNA (solo te pido que no te vayas con otra, por lo menos, no en mi cara).