Lo peor de salir con un chibolo
EL DÍA QUE TENGA UN HIJO, VOY A CAMBIAR PAÑALES. ANTES, NO.
Desde chiquita te dicen: “el hombre siempre debe ser mayor que tú”. Apenas hablas de un chico nuevo con tus amigas, después del nombre siempre te preguntan: “¿años?”, y un poco después, si sigues saliendo con el mismo pata y algo va mal en la relación, te vuelven a preguntar: “¿cuántos años me dijiste que tenía?”. Yo siempre salí con chicos de mi edad o alrededores cercanos, pero tengo que confesar (o ya lo hice, creo) que en este año que comienza a terminar caí en la redes de un par de chibolos. Y de estas telas de araña post- adolescentes ya me libré. ¿Por qué? porque llegado cierto punto deja de ser tan paja, como me pareció en un momento, salir con alguien mucho menor que yo.
Para esas dos historias que en su momento, no lo voy a negar, me hicieron pasarla bien, yo tenía pancartas o auto excusas mentales: “La edad no importa, lo que cuenta es la edad mental”, “lo importante es la madurez”, o algún arrebatado “yo hago mi vida como quiero”. Pero ahora es el momento no de bajar la cabeza, porque no me arrepiento, pero sí de decir: con un chibolo no salgo más. ¿Por qué? La respuesta no es tan simple como lo son ellos. Los chibolos no escuchan. Parece que el mundo de los reproductores de música o tanta fiesta de música electrónica los ha dejado un poco sordos, porque en cualquier relación la comunicación es indispensable. Si tú no me escuchas y yo no puedo hablar, ¿cómo es posible llegar a entendernos? ¿Por señales de humo? No creo. Además, los referentes son completamente diferentes, del tipo:
Él: “Mi papá me regaló el Nevermind de Nirvana en navidad” / Yo: “Yo escuchaba y bailaba Nirvana en Nirvana (la discoteca)”.
Además no puedo negar que existe una brecha generacional entre los veintes y los treintas de dos personas. De eso me di cuenta cuando los escuché hablando de sus relaciones. Utilizando su vocabulario, las relaciones “en serio” duran como dos meses, hablar de más de un año ya es una eternidad. Recuerdo bien clarito cuando, entre cappuccino y un pan con jamón, un chibolo me dijo:
-Esto está avanzando muy rápido y creo que es mejor terminar. Yo acabo de salir de una relación.
Si claro, de una relación de mes y medio que tu ex terminó por Messenger (¿leyeron bien? “por Messenger”). Entonces pensé: oye para el carro un ratito, y contesté:
-Han pasado cuatro días desde la primera vez que agarramos.
Los chibolos no van a lugares de grandes. Esta me tomó tiempo asimilarla porque lo que ellos denominan lugares de “tíos” puede ser un restaurante cualquiera. Una cena, una noche tranquila, no tiene por qué ser reservada para mayores de “x” edad. Pongo “x” porque a mí me parece que los sitios donde pasarla bien no son para mayores de 19, de 25, de 35 o de 45. Sigo pensando y me he divirtido comiendo un pan con sardina y unas chelas en el Juanito como todo el año en que me la pasé bailando en el Oso con mis amigas, o en otros restaurantes y bares para público de “cierta edad”, según los propios chibolos (deberían hacer un letrero que diga: NO SE ADMITEN CHIBOLOS CON PREJUICIOS).
Creo que la cosa es tan simple como ir al cine. ¿Existe un cine para niños, otro para chibolos y otro para gente “grande”? Eso es una ridiculez. Bueno, lo mismo opino de los lugares a donde vas a pasarla bien con alguien que te gusta. ¿Por qué tanta complicación? Porque no sé quién les dijo a los chibolos que ser “anti-todo” está de moda: “yo me visto así”, “yo voy allá”, “no, no voy allá”, “yo soy un artista”, “yo… yo, yo, yo y yo”. Por Dios, ¿son tan necesarias tantas poses, tanta pancarta falsa, tantos looks forzados, tanto bla, bla, bla? Mi única conclusión es que lo único que demuestran es que están tratando de reafirmar, definir, demostrar o elaborar una personalidad que a veces ni tienen, que ya quisieran tener o que necesitan urgente.
A los chibolos no les gusta decidir. Esto me pasaba con mi novio de hace años cuando teníamos 26 y 27 respectivamente, se molestaba porque yo no “decidía” a donde ir. ¿WTF? Lo mismo me pasó este año. Típico sábado en la noche:
- No quiero salir, no quiero chupar, no quiero…
- Entonces ¿qué quieres?
- No sé
Yo, la verdad, de leer mentes, cartas o bolas de cristal no tengo nada. Así que opté por un sano “ponte de acuerdo contigo mismo y después me llamas”.
Otra de las peores cosas de salir con un chibolo es el engreimiento. ¿Acaso no tiene una madre o alguien quien les aguante esos berrinches tan pesados? A veces me han dado ganas de decirles: oye, papito, yo no soy tu mamá. Y claro que no son así con los amigos, son así con la pareja. Y para pataletas y malcriadeces, yo paso. No tengo chupones ni pañales en mi cartera.
Los amigos. Todo un tema. Los dos jovencitos con los que salí obviaron, mejor dicho, odiaron a mis amigos. De hecho, ellos quieren estar contigo o salir con sus amigos y punto, no hay vuelta que darle. Recuerdo con una especial cara de “te voy tirar a sombrerito de año nuevo por la cara” a un pata al que tuve la “osadía” de llevar conmigo a una cena con mis amigos a un restaurante bastante bonito, y bastante caro también. Pero mi mejor amigo estaba en Lima, se iba en pocas horas y sabe dios cuándo lo volvería a ver y claro que quería estar con él.
Bueno, gran error. El chibolo no habló en las dos horas y media que estuvimos ahí, ni siquiera conmigo. Permaneció completamente mudo. Solo abrió la boca para saludar porque ni se despidió. No se movió y se quedó mirando hacia la nada como si fuera un maniquí. Yo lo único que sentía, además de querer asesinarlo, era vergüenza ajena. Las otras tres personas que ocupaban la mesa con nosotros también eran desconocidas para mí, pero no por la cara de “todos ustedes me llegan” yo iba a dejar de pasarla bien así que puse todo mi esfuerzo en olvidarme que tenía a un robot malogrado al lado, y creo que el resto, por un gesto de educación, hizo lo mismo.
Lo más irónico de todo es que unos veinte minutos después de esa cena, cuando llegamos a una fiesta en la calle en Barranco, su cara era otra, su actitud había cambiado por arte de magia. Estaba en otro territorio y estaba rodeado de otra gente. Ahí estuvo feliz, hablando, chupando y cargándose de risa con todo el mundo. Bueno, pensé. No voy a pasar una noche mala por la culpa de este mala onda, así que yo también estuve haciendo lo mismo con los amigos con quienes me encontré. Pero ese recuerdo fue una alerta que no quise ver en su momento, pero que recuerdo muy bien, al igual que mis amigos. Hace poco una de las chicas del grupo de la “última cena de Año Nuevo en la que me soplo caras de culo” me llamó preguntando en qué dirección dejaba su parte de matrimonio y de taquito, me preguntó si iba a ir con alguien a la recepción, creo que tenía miedo de que le dijera que seguía saliendo con el sujeto ese, porque la escuche más que entusiasmada cuando le dije que solo ponga: Alicia Bisso y pareja; y esa pareja no tiene 26 años de mente o edad. Todo lo contrario.
En cambio, yo si me soplé a sus amigos y más de una vez. Es más, al poco tiempo de empezar a salir me encontré en una mesa con sus amigas en una conversación que iba más o menos así:
- ¿Qué tal, huevona?
- Puta, bien. ¿Tú?
- Ahí, puta huevona. ¿qué tal con éste huevón?
- Puta ahí huevona.
- ¿Por qué huevona?
- Puta, no sé, huevona.
- ¿Tú?
- Puta, ahí.
¿Qué demonios significa todo esto? Aun así, sin entender y solo porque eran sus amigos, me quedé a su lado. Gracias a Dios, no por mucho tiempo más. Para descifrar lenguajes, prefiero seguir viendo películas en francés sin subtítulos para no olvidar lo que aprendí.
Recuerdo que una vez dije, a ver, vamos a romper un patrón. Es un fin de semana bonito, sin pendientes de trabajo, con tiempo para hacer algo chévere. Así que después de hacer las compras respectivas en Metro, me puse mi mandilito de ama de casa para hacer algo para lo que el trabajo no me deja tiempo y que me encanta: cocinar. Así que manos a la obra, vamos a hacerle la popular cenita especial al sujeto este. Ensalada, carne con pasta, vino, velitas, flores, una mesa muy linda y todo ¿para qué? Apenas el niño terminó de comer, no pasó un segundo para que me dijera, “me voy a echar un ratito”. Yo puse mi cara de: he comprado, cocinado, ¿para que no hayan ni cinco minutos de sobremesa? Es sábado y son las nueve de la noche. Después de lavar las ollas y platos me fui con mi copita de vino a escribir en la computadora. Dos horas más tarde era yo la que tenía sueño cuando de pronto la Bella Durmiente se levantó, apareció en el salón y me dijo:
- Bueno, ¿a dónde vamos?
Yo solo le dije: yo, a mi cama (a dormir). Tú no sé a dónde vas.
Me miró con cara de estás loca y ahí comenzó la bronca de yo quiero salir/yo no tengo ganas de salir. Y no pasó lo uno ni lo otro. Él se fue, pero después de dos horas de esas discusiones absurdas que no te llevan a ninguna parte.
Los chibolos le tienen un horror al compromiso que no es el mismo que le puede tener alguien mayor al matrimonio. Para ellos una “enamorada” ya es toda una complicación, cortar sus alitas de libertad, cortarles su himno versión de los nietos emo-retorcidos de Frank Sinatra y su “my way”. Bueno, may a su my way. Porque de inmediato se presenta la gran contradicción. Si son ellos los que te dicen que no quieren comprometerse ni para una ida al cine, luego quieren ser los únicos en tu vida porque se sienten orgullosísimos de “haber conquistado” a una chica mayor y te pasean como si fueras un trofeo. ¡Fuera! Qué fácil ¿no? Y sus maneras de marcar territorio son bien graciosas, por no decir, ridículas. Recuerdo que una vez entré con uno de ellos a un bar donde me crucé con un ex “alguien” y nos abrazamos porque somos patas ahora, y a este chico solo se le ocurrió empujarme y decirle a él: ya, ya, ya, mucho. ¿En que parte de la vida es que no aprendieron a comportarse?
Los chibolos no pelean, no discuten, sino “te terminan”. Yo solo había escuchado esa forma de referirse a una separación a mi hermana que tiene once años menos que yo y que, ironías de la vida, es una de mis mejores amigas, hablamos de todo y nos llevamos recontra bien. Entonces en este tipo de relaciones puedes estar y dejar de estar, mejor dicho, terminar y volver como unas diez mil veces en un mes. Paso. Para mí un “ya no quiero estar o salir contigo” es eso, así vuelvas después. Es una decisión y no una cualquiera y eso hay que respetarlo. Punto final. Yo he estado en esos momentos de telenovela mexicana encerrada todo un fin de semana, haciendo el luto respectivo de la relación, cuando el lunes ellos vuelven a la carga, con un “hola como estás”, como si nada hubiera pasado. ¿?
Y para terminar (aunque feliz podría seguir) los chibolos son los reyes para voltear la tortilla, es decir, manipuladores profesionales, porque cuando yo me porto como una niña, privilegio que todos tenemos de vez en cuando, te sacan esa cartita de la manga que dice: oye, tienes 35 años. Houston, tenemos un gran problema. No necesitas recordarme mi edad, yo sé muy bien en qué año nací. Y para ganar una discusión o un malentendido no es necesario hacerte sentir una vieja. Parecen niños de 5 años que lloran y les dicen “malo” a su papá porque no les compras un cuarto helado de chocolate. Y en serio, yo juro por mis sobrinas que jamás le he dicho, por lo menos no en su cara, a estos personajes del pasado que son unos chibolos, mocosos, engreídos, malcriados, etc. Porque creo que cuando uno discute se habla sobre un tema, no es cuestión de criticar y bajar a la otra persona al llano con majaderías para tener siempre la razón. Felizmente, estoy segura, porque yo también tuve 26, 27, 28 y etc. que tienen mucho tiempo para darse cuenta que las cosas no funcionan así. Y si no lo hacen, es su problema, en mi vida no están más.
Ustedes dirán eso me pasa por salir con chicos menores que yo, pero estoy segura que las diferencias de edad en otros casos diferentes a los dos por los que yo pasé no siempre pasan por estos trances. Es más, conozco relaciones en los que la edad no parece ser un impedimento para nada. A veces la impulsividad me ha llevado a sitios insospechados, pero felizmente la razón me ha regresado al lugar del que nunca debí salir.
Algunas veces me pregunté: ¿en qué planeta deje que esto sucediera? Pero bueno, hay cosas que uno no aprende hasta que las vive. Y estoy segura que, aunque a nadie le gusta ser clasificado en rangos de edad, sí siento que luego de los treinta hay un cambio y todos (o la mayoría) pasamos a un mismo bando. Excepciones hay. Y hago la salvedad de no creer en las generalizaciones y que todo lo escrito hoy es a partir de lo que he vivido. Sigo pensando que hay gente de mi edad o mayor que debería estamparse camisetas que digan: “chibolo forever and ever”, o gente mucho menor que yo, con una madurez para quitarse el sombrero.
Ahora solo me despido por ahora y por un buen tiempo (ojo, sin decir, de esta agua jamás beberé, porque quién sabe) de Chibololandia. Todo tiene un límite. Yo llegué al mío. Quiero otro tipo de persona en mi vida ahora. Alguien más seguro de lo que es, lo que quiere y lo que quiere conmigo.
¿Algún candidato por ahí?
CANCIÓN PARA CAMBIAR DE CHICO Y DECIR YEAH!
UNA VERSIÓN DE UNO DE LOS HITS DEL SOUNDTRACK DE “EL GRADUADO” LA POPULAR MRS. ROBINSON DE SIMON & GARFUNKEL, POR THE LEMONHEADS.
LOS ESPERO A TODOS (LOS TROLLS NO ESTÁN INVITADOS)