La arpía que todas llevamos dentro
Ni cumplir treinta (en otros casos, cuarenta o cincuenta), ni engordar 10 kilos por arte de magia, ni la aparición de las primeras canas o que esas arruguitas se conviertan en zanjas horrorizan tanto a una mujer como aceptar que el problema de la relación no es él, sino ELLA. Este es un post dedicado a todos los caídos y heridos en las trincheras del amor por caprichos, crueldades, mentiras y manipulaciones de las que somos capaces nosotras, las arpías (a las que ya arrugaron la nariz, no se hagan las locas: TODAS lo hemos sido alguna vez).¿CÓMO SE DECLARA LA ACUSADA?
A todos nos es difícil aceptar nuestros errores. Sin embargo, hay algo que las mujeres en particular siempre tendemos a ocultar hasta de nuestra propia sombra: cuando se trata de una relación de dos, la pelota indefectiblemente siempre se la echamos al otro. Si algo se rompió, fue culpa de él; si algo no funcionó, también es culpa de él. Es más, creo que nos hemos vuelto profesionales en esto de ser las víctimas del declive y final de nuestra historias de amor/desamor; a tal punto que nosotras mismas nos creemos la mentira que inventamos y, con todo el cinismo en nuestra cara de actriz consagrada de telenovela de tres de la tarde decimos (mejor dicho, mentimos): “yo no fui”.
Yo jamás he escuchado decir a nadie de mi propio género: “la verdad, lo aloqué con mis celos patológicos, lo agobié con presiones y exigencias hasta que se hartó, y después de hacer que me deje de querer poco a poco, me dejó”, que en otro idioma significa: “el problema fui yo”. No, no lo hacemos. He de decir que tampoco he escuchado a ningún hombre decir: “la verdad, fui tan inmaduro que la sofoqué llenando todos los vacíos de mi existencia, pensé primero siempre en mí, no presté atención a lo que ella me pedía, hasta que se aburrió y me dejó por su mejor amigo, que sí la escuchaba”. Es verdad que no tiene diferencia de sexo eso de asumir las culpas y responsabilidades de una relación o un fracaso. ¿Por qué? Simplemente porque es más fácil culpar al otro, así haya culpas que nos cueste superar o que aún nos quemen por dentro.
Entonces, se preguntarán ustedes, ¿por qué digo en el párrafo anterior que las mujeres pagarían por una lobotomía destinada a arrancar de su memoria que la han recontra cagado? Una vez más el factor extra es aportado por la crianza y la cultura. Sin que suene a excusa, el hombre está educado para equivocarse y ser perdonado, y nosotras para reconocer los errores del otro y perdonar. Sí, sí. Ya sé que los tiempos van cambiando (gracias a Dios), pero siguen nadando en el lago de la prehistoria emocional ciertos roles y modelos a seguir para ser una mujer aceptada y deseada en la tribu.
Con miedo de que me quiten la membresía del Club “La Caverna”, número de carné 122, lote 11, manzana 3, admito que yo me he sentado a pensar y me he encontrado en la incómoda situación de reconocer que muchas veces la culpa la tuve yo. Y no voy a sacar las cartas recontra usadas de “nadie es perfecto”, “todos nos equivocamos”, “fue una mentirita blanca”, “él nunca se va a enterar”, “yo hice esto, PERO ÉL hizo….”, “¿qué se supone que debía hacer en esa situación?”, “fue mi única salida” y demás blá, blá.
El panorama, desde donde yo lo veo, es este.
¿Quién no se ha aprovechado de lo templado que está un pata para obligarlo a hacer lo que a una le da la gana? Pues, millones. Como sabemos que el gatito no quiere perder la leche, entonces echamos mano de nuestra conchudez y empezamos con el “¿podemos pasar por Fulanita y Menganita de camino a la reunión?” (Fulanita y Menganita viven de paso, pero de paso al otro lado de la ciudad), “¿no te importa si me voy a hablar un rato con Pepito?” (claro que le importa, si tú le has contado que Pepito te ha querido meter diente en más de una ocasión), “es el fiestón del año, ¿te molesta si voy sola, mi amor? Igual, ya sabes que voy a estar súper aburrida sin ti” (¿entonces, por qué no le dices que te acompañe?), “por si acaso, conejito, mis amigas y mis fiestas son algo sagrado para mí y las chicas” (sí Juan, sagrado para ti, tus amigas y un par de gallinazos), “voy a salir con Perencejo, pero es mi mejor amigo, tú sabes que no pasa nada” (que no te sorprenda que ese mejor amigo se convierta mágicamente en el siguiente novio de tu novia).
En este rubro, he de confesar que cuando no estaba segura de “terminar o no” una relación empecé a salir seguido con Perencejo, pero no mi mejor amigo, sino el mejor amigo de mi novio, quien después de cuatro meses fue mi nuevo novio. ¿Ustedes creen que fui capaz de decirle a mi novio que el detonante lo suficientemente fuerte y motivador para expectorarlo de mi vida fue su pata del alma? Pues no. Claro que no. Y las cosas se pusieron peores. La hermana de mi mejor amiga se moría por el mismo chico por el que yo me encontraba en trance de dejar a mi novio. Sin embargo, no dije nada. Cuando todo explotó y todos se enteraron de la nueva parejita apta para subir al cadalso de una buena vez, todo se volvió tal sancochado que yo no sabía cuándo podía dejar de sentirme culpable por traicionar a mi ex novio, dejar de sentir pena por la tristeza de la hermana de mi amiga y empezar a ser feliz con Perencejo.
Otro modelo de terror: la mujer perfecta. La que se levanta a las 6 a.m., se va rumbo a la universidad o al trabajo, estudia y trabaja como una condenada todo el día, sale y, como si fuera un comercial de desodorante, está más fresca que una lechuga y regia para pasar por el Bembos y llevárselo a su leoncito, que la espera en casa y come grasa viendo TV tirado en la cama mientras ella se atraganta una ensalada ultra light mientras se hace la que escucha su día (el de él), está puteando como una condenada: ¿a qué hora se le va a ocurrir a este zángano, hijito de su mamá, pedirme que me case con él y poder dejar de pretender que soy la mujer maravilla? Palabra clave, señoras y señores: pretender. Este es el inicio del cuento: “Erase una vez la mujer perfecta que se convirtió en una zorra mandona cuando se casó o se fue a vivir con el Príncipe Zángano”. Yo, la verdad, por aquí no he pasado porque soy demasiado floja para mentir a horario completo, incluidos los fines de semana. Además, ¿creen que los hombres se la creen? Apuesto que más de uno aprovecha los beneficios, pero no va a soltar prenda (mejor dicho, anillo) hasta que le dé la gana. Ojo, marketeras de sí mismas, toda exageración se nota y los hombres, si te descubren, huyen. Tiro por la culata.
Esta sí he sido. La madre, la segunda madre, o peor aún, la madrastra que lo grita si ese polo viejo apesta a sudor o si se mete a la cama sin lavarse los dientes. Podemos ser unas lacras, las mismísimas Señoras Bates (ver la película “Psicosis” es una buena terapia) con bata y cuchillo amenazando a su pobre hijo si no hace lo que ella quiere. Yo, que he sido la primera en acusar a muchos chicos que conozco de sufrir la popular “mamitis”, les he seguido el juego en más de una vez. Es fácil caer en esto porque lo tenemos clavado en las venas. Nos educan para ser madres, pero claro, de nuestros hijos, no del papá de ellos. Así, aprendí a hacerles a tremendos manganzones su comida de chiquitos (salchipapas, pollo frito con puré de papas y arroz, milanesa con tallarines, etc.), a callarme a la hora del partido, a darles la razón en todo, a reírme de los mismos chistes, etc.
En lugar de acercarlos a nosotras y hacernos indispensables, además de quedar como reinas ante los demás, este plan maquiavélico de hacerlos nuestros no da siempre buenos resultados. Uno, porque ellos (y ellos lo saben bien) ya tienen una mamá, lo que nos pone entre dos ejes que no creo le guste a nadie: la novia engreidora y la sirvienta personal (¿listas para ponerse el mandilito?); y dos, lo único que hacemos es malcriarlos (más), multiplicar sus berrinches y exigencias, a aprovecharse de nuestra confianza siendo realmente conchudos. No se espanten, como me pasó a mí, cuando el novio les diga al terminar la relación: “es que estás demasiado pendiente de mí”. Acá la relación ya está truncada desde el inicio: ellos no necesitan otra madre, así que perdemos por “walk over”. Más de lo mismo termina sofocándolos y los hace decidir quedarse con una sola, por supuesto, ella. Nosotras, directo al banco de las perdedoras.
La mejor amiga. Esa es otra jugarreta conocida. Suena fácil, te haces su amiga y quedas a un pasito de ser su novia apenas se dé cuenta de lo incondicional, buena, inteligente, linda que eres. Sigilosas como serpientes, vamos haciéndonos confiables en el terreno de la amistad cuando en realidad lo que queremos es hacer el popular salto a la yugular de nuestro “amigo”. Lo más probable es que terminemos siendo el tacho de basura de sus penas con mujeres que “sí le interesan”. Acá he estado, dos veces con la misma piedra. Lo único que saqué al final de todo es que ese amigo se convirtiera en realidad en mi “mejor amigo”, y lo es hasta ahora. Yo tuve suerte de cruzarme con una persona de puta madre que, aún cuando le declaré mi amor, me dijo que él me quería “como amiga, la mejor”, y pudimos seguir siéndolo, espero que para siempre. Hay otras que no corren tanta suerte como mi querida Valentina, detrás de un chico que a ambas nos parecía lo máximo, y todo ese deseo vestido en “amistad de piel de oveja” terminó una noche en la que lo vimos de la mano de su novia.
La mejor amiga cama adentro. Esta es una variación de la “mejor amiga”, pero con sexo incluido. Es decir, en las buenas y en las malas, mi cama siempre estará a tu disposición. ¿Historia popular? Creo que sí. Acá lo que se quiere, lo que se busca, es amor mediante el sexo incondicional. Pero separemos. Una cosa es que dos personas se busquen para compartir un rato de placer juntos y nada más. Otra, que una mujer busque enganchar a un hombre mediante el sexo. Este es otro tipo de chantaje a caderazo limpio o manipulación mano armada.
Sin embargo, existe una tercera: el amor después del sexo. ¿Qué pasa si después de un encuentro privado del tercer tipo esa persona te empieza a gustar y quieres más allá de tu cama? Acá pueden pasar dos cosas: que él sienta lo mismo y que él te quiera solo como una amiga cama adentro. Debo admitir que una vez pasé por aquí. Yo, enamorada. Él, no. Y por más que traté de extender nuestra relación fuera del ámbito sexual nunca me ligó. Ese chico no me quería para nada relacionado a la palabra amor. Así que decidí ser su amiga y nada más. Dejé de ser su “call girl” y ahora somos amigos (nada cariñosos, amigos de verdad).
¿Por qué nos convertimos en esos seres chantajistas, chismosos, mentirosos, mete candela que logran muchas veces separar amistades de la infancia, alejar a hijos de sus familias, separar familias completas, sentirse orgullosas de tener pisado a un pobre “pelotudo” que se deja (yo he sido pisada y no se siente nada bien), ser crueles con alguien que nos ama de verdad, ser infieles y contarlo a mucha honra? Bueno, simplemente así como no nos gusta que nos la hagan, no se la hagamos al otro; y menos pongamos al “amor” como excusa. No vale.
Es increíble. Aún así, seguimos inventando estrategias para convencer a nuestro objeto de deseo, amor u obsesión que nosotras somos el “cáliz sagrado”, “el amor de sus vidas”, “su alma gemela” cuando en realidad estamos lejos de serlo, no nos engañemos. La decisión necesita dos componentes y las decisiones ajenas no pueden ser forzadas por más manipuladoras que seamos, o que nos esforcemos en ser. Por lo menos yo soy ahora de esta política: “si no me quieren como soy, ¿para qué gastar tanta energía en aparentar ser otra persona y sabotear mi propia “felicidad”?
La economía mundial no está tan bien como para estar trabajando el doble y ganar poco. Es más económico gastar energías, tiempo y mucho esfuerzo en querer a esa mentirosilla que nos mira desde el espejo.
Ojala nunca nos transformemos en la Sra. Bates, con peluca y bata dispuesta a todo por el amor de Norman. Escena dedicada a mi muy querida y poco cinéfila, Mili.