El Beverly Hills de los Gitanos
Si viajas por la carretera nacional 6, a unos cuantos kilómetros de la ciudad de Alexandria y a 100 kilómetros de Bucarest, te toparás con un lugar sorprendente. No es un espejismo: Estamos en Buzescu, el Beverly Hills de los Gitanos. Aquí, entre campos de trigo y de maíz y sobre veinte manzanas, surge una concentración de mansiones de 3, 4 y hasta 5 pisos dando rienda suelta a todas las fantasías arquitectónicas de sus propietarios y muy lejos del estereotipo de pobreza y marginalidad que se les atribuye a los gitanos.
Tomé una habitación en un hotel y cogí un taxi para recorrer los 10 kilometros que separan Buzescu de Alexandría. Constantín, el simpático taxista hispanohablante me deseó buena suerte (felizmente no me dio ninguna opinión o advertencia negativa) y me dejó en la entrada del pueblo entre una iglesia y una mansión de 4 pisos.
Comencé a caminar y a admirar los eclécticos detalles arquitectónicos de las casas: Balaustres, ángeles rubios, leones, columnas y torres salidas directamente de un cuento de vampiros.
Entre todas las advertencias que recibí y la idea que tenía de que ésta comunidad era bastante cerrada, me sentía algo incómodo. Pero las calles estaban vacías.
Mi primer contacto fue un hombre mayor descamisado, sentado en la entrada de su casa. Me miró con algo de curiosidad y hablamos un poco como pudimos. Poco después y delante de otra casa vi a una señora que también me miró con curiosidad. Le pregunté si podía sacarle una foto y le silbó a sus hijos para que vinieran, pero cuando le pregunté si podía ver la casa por dentro me dijo que no.
Dos señores que hablaban un castellano aproximativo me indicaron que los siguiera. Me llevaron delante de una casa en construcción. La mujer del hombre más joven hablaba muy buen castellano y me dijo que su marido quería mostrarme su casa. Me contó que pasaban una parte del año en Valencia donde se dedicaban a la compra y venta de metales.Se disculparon por el estado de la casa ya que no estaba terminada aun y faltaban los muebles. También se quejaron de que los tiempos eran un poco duros y que eso demoraba la obra por falta de recursos.
El hombre se sentó orgullosamente en el sofá de su habitación.
Me despedí. Me dijeron que la proxima vez que vuelva me enseñarán su otra casa. Un vecino me comenzó a gritar por sacarle una foto a su casa. Me exigió bruscamente que le diera algo de dinero porque era pobre. Señalé su casa y le pregunté:
- Esa es tu casa?
- Si
- Y tienes un carro
- Sí, tengo dos.
- Pues mi casa es mucho más chica que la tuya y yo no tengo carro así que aquí el que debería pedir dinero soy yo.
Al otro lado de la calle unos hombres me invitaron en francés a tomar una cerveza delante de su casa. Comenzaron a señalarse unos a otros diciendo que habían estado en la cárcel por una u otra razón. Hay quienes dicen que la riqueza de pueblos como Buzescu tiene orígenes un poco turbios. Se cree que algunas personas explotan a redes de mendigos y ladrones y utilizan las ganancias para construir estas casas.
Durante el periodo comunista, Rumania se llenó de fábricas improductivas. Después de la caída del dictador Ceausescu, muchas de estas fábricas dejaron de funcionar y fueron desmanteladas y vendidas por gitanos especializados en el reciclaje de metales. Esta es otro de los orígenes de la fortuna de lugares como Buzescu, poblados principalmente por gitanos del clan de los Kalderash o fabricantes de calderas.
No todas las casas de Buzescu son mansiones. Todavía quedan casas tradicionales de ladrillo y madera, pero la mayor parte están siendo demolidas.
Algo que sorprende en Buzescu es la presencia mayoritaria de mujeres, niños y ancianos. Los hombres suelen partir a trabajar o a hacer negocios desde muy temprana edad y regresan al pueblo para fiestas o eventos especiales.
Conocí a Mía sentada delante de su enorme casa. Le comencé a sacar fotos y me sonrió. Le pregunté si podía entrar en su casa pero me dijo que no.
Cuando le mostré las fotos que había hecho de ella me sonrió y me indicó con una sonrisa traviesa que pasara, pero que solo le podía sacar fotos a su dormitorio en la planta baja.
Después me hizo señas y me mostró la sala de la casa de atrás junto con su nieta.
Detrás de ambas casas había una cabaña más modesta donde otras mujeres de la familia estaban tiñéndose el pelo. Muchas de las habitaciones de las casas permanecen sin usar. El número de pisos y torres de una casa indica el estatus social y económico de la familia, algo que es muy importante sobre todo para esta comunidad que ha sido tan discriminada en Rumania desde hace siglos.
Le pregunté a Mía si había una manera de enviarle las fotos por email. Me dijo que no tenía, pero que se las trajera físicamente la próxima vez que vaya a Buzescu. Al final la gente no fue tan cerrada o peligrosa como me habían advertido y ya tengo dos familias que me esperan. Espero que se acuerden de mi la próxima vez que vaya.
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