Viejo, viejito, Alianza es campeón
“Anda al estadio”.
Ya lo sé. Tengo que ir, uno porque es Alianza y dos porque es mi trabajo.
Pero no voy. No ahora, no te haré caso esta vez. Aquí me quedo a tu lado vigilando tu reposo, celoso de tu fiebre, tu dolor y tus pocas fuerzas para seguir. Ya dejaron de ser gratos mis esfuerzos por conservarte y mis desvelos en oración. Ya todo es nada más que sudor de manos y un forado en el corazón. Has vuelto a abrir los ojos y ya no recuerdas la orden. Son días de tristes despedidas en silencio, de caricias delicadas, de valentía de tu parte y de impotencia mía. No sabes si es de día o de noche, no te importa la política ni te interesa la estación. No piensas en el futuro; solo ves gente llegar e irse y según tu cariño ofreces un gesto, una gracia, un adiós.
Odias lo que hay que odiar y tu voz se diluye en la habitación que escogiste para toda la vida. Eres macho y terco con el único mal que podía derribar a un hombre como tú y que fue el mayor traicionero con el que te pudiste enfrentar. Odias, pero no guardas rencor. Odias, pero por amor.
Una silla floja me sostiene al pie de tu cama, cortando pañuelos para ambos. Toses y te tomo la espalda como si te aliviara. Vuelves en ti y me miras con debilidad y yo en un arrebato me adelanto y te miento: “Viejo, viejito, ya ganamos, Alianza es campeón”. Qué ojos tan grandes pusiste, qué fuerte tomaste mi mano, qué inolvidable tu beso, el último que pudiste dar.
Has partido viejo y desde algún lugar has hecho la de Chilavert en el Mundial 98 tras perder con Francia. Y yo que me siento como el ‘Toro’ Acuña aquél día destrozado en el suelo de Lens, he sentido tus brazos levantándome para seguir con vida. Y como estas cosas se sienten en el corazón, ahí te llevo y ahí te quedas por siempre viejito. Arriba Alianza.