Walter
¿Qué es el fútbol? No es más aquello de ir tras una pelota con espíritu positivo, hace mucho que dejó de ser una manifestación deportiva para convertirse en una expresión cultural de los pueblos, pero lamentablemente solo de su lado más irracional y perverso. Nos hemos ido a la mierda. Ninguna victoria, ninguna derrota está por encima de una vida. Ni siquiera ninguna laureada institución. La muerte, que es el estado más doloroso para los seres humanos, es vista por algunos como una obsesión, como un pendiente en su cruel bitácora.
El asesinato a Walter Oyarce Domínguez es el corolario de toda nuestra involución como sociedad, de la pérdida del raciocinio, de un Perú que se quedó impávido en los tiempos primigenios de la violencia y que, por el contrario, lo celebró con irresponsabilidad e inmadurez. Es una penosa deuda que acumulamos y que sigue creciendo ante Dios.
Mi postura aquí no es como aliancista y por esta vez el blog es apenas un canal para transmitir mi dolor como ser humano, mi pesar por la familia del fallecido independientemente de la camiseta que llevaba puesta que pasa a un último plano. Por esa vida que culminó a manos no de unos fanáticos, sino de una (absurda) idea.
Y repaso en mi memoria los inmejorables momentos que me ha hecho vivir el fútbol; los abrazos, los gritos, los viajes. Lo mucho que puede aportar la pelota en una persona que aprende a descubrir el ejercicio, sus mejores códigos, la solidaridad en una cancha, la creatividad, el bien común; incluso, hasta la picardía y la competencia. Más nada está por encima de lo que mis ojos observaron la noche del sábado en el Monumental y que me devolvió a casa incrédulo de nuestra especie.
En horas en las que muchos se desgañitan por buscar a los culpables de este homicidio (y aprovechan la figuración), yo solo pido una introspección en los hinchas. Un reo, un muro o una reja no detienen la celeridad de las mentes macabras y no acaban con el núcleo donde se gesta la muerte. Y un minuto de silencio no es suficiente para demostrar arrepentimiento.
Esto lo escribí hace un año y no retrocedo ni un milímetro en lo que pensaba en aquél instante. Hoy veo al viejo de Walter con mirada serena, invitando a todos a la paz, pero no por eso con menos dolor. No hay un culpable hasta ahora y parece increíble que versiones afiebradas se quieran imponer sobre toda la calamidad que en esa fecha se vivió en esa zona de los palcos del Estadio Monumental.
Mientras tanto, Walter goza ahora de un estado de gracia que puede ser la nueva envidia que le tienen los causantes de su muerte. Pero cómo no decirlo o escribirlo: La justicia tarda, pero llega.