La vendimia: el agotador trabajo que realizan en ella las mujeres
Entre febrero y abril, las uvas están en su punto para ser retiradas de las vides. A estas alturas, en algunas regiones las cepas blancas ya fueron cosechadas mientras que algunas uvas tintas esperan aún su nivel de madurez y dulzor óptimo para abandonar la planta
Hace una semana, por invitación de la bodega Santiago Queirolo, un grupo de entusiastas fuimos a realizar nuestra práctica de vendimia. Salimos temprano de Lima rumbo a Cañete. Cuando llegamos el sol estaba en todo su esplendor, algo muy bello para apreciar el paisaje, pero nada alentador para el trabajo que veníamos a realizar. Luego de un recorrido preliminar y la explicación necesaria, nos entregaron viseras, cajas, tijeras para podar y gafas protectoras.
Bajamos al viñedo y nos ubicamos en la hilera asignada. Bueno, dejamos la primera porque el terreno estaba en declive y era difícil mantener la estabilidad, así que prontamente buscamos otra hilera donde estar mejor parados para la tarea. El sol daba con todo.
Los racimos no están expuestos, hay que buscarlos entre las hojas, tomarlos con cuidado y cortar sin dañar. Si se aprieta mucho el racimo, se revientan los granos, el jugo moja las manos, se vuelven pegajosas por el dulzor y se complica la tarea. El corte debe hacerse sin maltratar ni el racimo ni la vid (¿quién dijo que esto era un trabajo fácil?). El sol siguió pegando con más fuerza.
Avanzamos lentamente para no hacer mal el trabajo y que luego el ingeniero agrónomo y el enólogo se molesten. En el transcurso de la labor hay que lidiar con los mosquitos y con las arañas que hay en las plantas -¿qué hacer con el temor a estos bichitos? Pues nada, solo poner cara de seguridad y reprimir las ganas de salir corriendo cuando el insecto es muy grande-.
Los racimos van llegando al bin de 20 kilos (así se le llama a la caja de plástico duro que sirve para contenerlos), pero parece no llenarse nunca, a pesar de que seguimos recolectando más y más. Mientras nos derretimos pienso cómo será en Ica, donde el calor es aún más fuerte. Según se avanza en la línea vamos levantando el bin y corriéndolo hacia delante. Cada vez hacerlo es más complicado, ya que pesa más.
Culminada la tarea, con el bin casi lleno, es hora de retirarnos. Mientras salimos veo gran cantidad de mujeres. También hay algunos hombres, pero son muchos menos. Ellas llevan polos o blusas de mangas largas y sombreros con ala ancha. Son las vendimiadoras que se toman un tiempo de descanso para refrescarse y almorzar. Nos miran con ojos de comprensión y una sonrisa un tanto divertida. Al verlas no puedo dejar de preguntarme una vez más, ¿cómo pueden decir que las mujeres, y ellas en especial, son ‘el sexo débil’?