Cuando un dueño se va (Parte II)
El perro es un animal de manada que está acostumbrado a andar en grupo, en el cual hay un jefe y varios compañeros. Esto ha sido así desde siempre. Además, este animalito es de costumbres. Está acostumbrado a comer a determinada hora, a jugar en un mismo horario, y a ver a ciertas personas de su entorno todo el tiempo, pero cuando un ser de su “manada” -sobre todo si se trata de su amo-, desaparece por divorcio, muerte, viaje o cualquier otra prueba que nos pone la vida, y se hace notoria su ausencia, el perro, que no es un ser racional, no entiende qué ha pasado, solo reconoce que falta un miembro de su familia y que algo está fallando. Esto trae como consecuencia que el animalito pueda tener una serie de problemas, desde tristeza, caída de pelo, cambios en sus hábitos alimenticios y de conducta, y en casos extremos también aparecen cambios psicológicos profundos como la depresión extrema. Esta se manifiesta en apatía y tristeza, el perro llora, no quiere salir, se queda aislado en un rincón, y como no razona, nosotros, que somos su familia, debemos tratar de reemplazar a la persona que ya no está o que se ha ido por un tiempo. ¿Cómo lo hacemos? Con la misma rutina que hacía nuestro perrito con esta persona ausente, es decir llenándolo de cariño y distracción.
Recomendamos que el actual dueño lo saque a la calle o juegue mucho con su mascota. Si lo saca a la calle, él va a salir y se acostumbrará a la nueva compañía.
Ha habido casos, como en la historia que narramos en el anterior post, en que el animal y su dueño vivían solos, y cuando el amo desaparece el animalito puede deprimirse profundamente, tanto así que fallece porque deja de comer.