Chicles, cigarrillos, caramelos
COMPRE CASERITO POR FAVOR (O TU VENDEDOR FAVORITO)
Don Narciso nació para quererse mucho. Siempre llegaba al mediodía con su impecable guayabera (jamás sucia) y con su gorro al estilo Baretta. Por sus cejas pobladas y patillas al modo Don José de San Martín, él decía que le faltaba un bigote exagerado para hacerse pasar por el Vicente Fernández de Lince. Un varonazo, un capitán cavernícola de otro tiempo que nunca aceptó su alias, ese sobrenombre cariñoso que también era la mejor referencia a su mercadería. Narciso se paraba en la esquina de mi colegio a partir de las once de la mañana con su canasta llena de bolsas con rosquillas. Era inevitable, a pesar de ir contra su desfile hormonal, decidimos darle fama eterna llamándolo “El Tío Rosca”.Si tengo que recordar a un vendedor de mi barrio, a un comerciante de la calle que me regrese a los años maravillosos, ese es el Tío Rosca. Cuando los vecinos no lo conocían y escuchaban hablar de él se imaginaban a un señor afeminado, quizá con excesivo arreglo o con algún maquillaje impertinente. Pero no. El Tío Rosca, incluso, siempre mostraba sus tatuajes improvisados que registraban alguna convulsión en tiempo pasado, algún desliz pintado con tinta indeleble en las profundidades de su piel.
Al comienzo llamarlo por su alias era peligroso, un penoso y adolescente suicidio. Una vez, Don Narciso decidió salir de su esquina y vender sus rosquitas en un campeonato de fulbito del colegio en el parque Matamula de Lince. Nadie se había percatado de su llegada, todos lo pensaban aún en su esquina de siempre en la cuadra 9 de la avenida Canevaro. Fue entonces, que ese machazo, que ese vaquero de Bonanza, descubrió que las mejores técnicas de márketing a veces pueden exigirte un sacrificio extremo: Don Narciso se deshizo de esas severas dosis de virilidad, se olvidó de su condición de semental mayor y gritó: “¡Nadie quiere comprarle nada al Tío Rosca!”. Y entonces sucedió.
Le compraron diez, veinte y treinta porciones de rosquillas, le compraron toda la canaste en solo minutos. Don Narciso se olvidó de su novelesco nombre y se rebautizó como el Tío Rosca, el hombre que siempre llegaba a las once de la mañana para sorprenderte con la más sabrosa y vigorosa rosquilla. No sé por qué, pero mientras recordaba cómo el Tío Rosca fue desplazando a Narciso pensé en que el éxito a veces está en reinventarse. Tu sobrenombre puede ser la llave para una mejor empresa. Esa historia me parece conocida, pero ese es otra tema.
Hoy, el Tío Rosca es una leyenda en Lince a pesar de que se ha mudado de esquina. Ya ha perdido algo de fuerzas y sus patillas en forma de Chile lucen algunas canas. Todos los días se le acaban las rosquitas y él sabe que con el poco vendedor nombre de Narciso no hubiera vendido ni siquiera una jarra de limonada frozen en el desierto de Sechura. Le va bien a mi Tío pero a pesar de los años, no ha perdido la criollada. “Pucha sobrino de tanto que me dicen rosca me han hecho dudar” y se mata de risa dando la mano para despedirse, apretando fuerte y mirando a los ojos, como los caballeros de su tiempo.
Pero el Tío Rosca no fue el único personaje de compra-venta-ambulante que se convirtió en una marca registrada para mí en los años ochenta y noventa. Yo también tuve a una “señora del quiosco”, para los sánguches o gaseosa del recreo. Cuando íbamos a pichanguear, había una señora que nos vendía marcianos de todos los tamaños. ¿Te acuerdas de esos marcianos marca Bogli? De todos los colores y sabores, con versiones hasta de 30 céntimos. Uno de esos marcianos después de Educación Física y no eran necesarios los, en esos años inexistentes, rehidratantes.
Ya en secundaria, después de salir podíamos tener dos destinos con mis amigos del colegio: o la panadería del flaco ‘Chochera’ o los pejerreyes del buen Kike. Ambos eran auténticos personajes. ‘Chochera’, por ejemplo, pasó a la historia con la que él llamaba ‘La Biblia’, una colección de fotos de caliente composición y de vestimentas breves, que alistaba para los alumnos que sacaban buenas notas en secundaria. Yo siempre salí invicto.
Kike me hace acordar a lo que ahora podría ser el Cholo Sotil: siempre con erisipela de cantina y con bronceado de bar. Este señor vendía los pejerreyes enrollados en su licorería, donde yo siempre pensaba que Kike, en lugar de vender, le respondía a la vida brindando consigo mismo.
La última vez que vi al Tío Rosca me comentaba que pensaba mudarse, que en Lince las ventas habían bajado mucho. Esa vez compré muchas rosquitas y me despedí de ese varón que una vez nos advirtió a mis amigos y a mí, que los chicos del colegio de enfrente nos estaban esperando para armar la bronca.
Han pasado tres de años desde ese último encuentro en la avenida Canevaro. Una tarde reciente caminaba por un parque de San Borja y vi que un grupo enorme de escolares caminaba comiendo rosquitas. Quise preguntarles por el Tío Rosca pero recordé que Don Narciso siempre renegó de su andrógino sobrenombre. Lo más probable es que en plena mudanza haya decidido rebautizarse por tercera y última vez. Las personas cambian, se recargan, mueren, resucitan, renuevan identidades, se tiñen el cabello, cambian de ropero, lo que sea, pero nuestros recuerdos tienen el poder de congelar lo que fue mejor. Por eso, cuando encuentre a Don Narciso le gritaré desde lejos Tío Rosca, así no quiera, así decida voltear la mirada y convertir a su cliente favorito en un simple fantasma de paso.
¿Quién era el principal vendedor de tu barrio? ¿Tenías un caserito en la esquina o al frente de tu colegio? ¿Qué era lo primero que ibas a comprar cuando salías del colegio o cuando salías a jugar a la cuadra? ¿Te acuerdas del nombre o ‘chapa’ de tu ambulante favorito?
La palabra es de ustedes
[Un buen recuerdo para todos los vendedores de la calle que algún día conocimos: “Chicles, cigarrillos, caramelos” del buen Miki Gonzales]
[Este video es muy gracioso: cuando Ron Damón consigue trabajo de globero, perdón de Comerciantes Especializado en Artículos Folclóricos de Consumo Infantil]
TRES FUNCIONES TRES (EL ESPECIAL QUE LE DEBÍA)
Se fue la ‘Negra’ Sosa y me imagino otra vez en San Marcos a finales de los noventa cuando jugaba a ser rebelde. Esta voz no solo sonaba bien sino también agrupaba, motivaba y llegaba hasta las calles. No importó cuántos hombres de hierro le pusieron freno, no importaron las censuras ni las deportaciones. Mercedes Sosa no solo fue una virtuosa sino una valiente de todos los tiempos. Es fácil ser un palomilla de ventana en facultades y decir que todos queremos ser como el Che. Ella dijo las cosas en tiempos de dictadura y por eso la quisimos tanto. Por ser un ejemplo, por ser una respuesta, por hacernos recordar que la muerte no puedo encontrarnos vacíos y solos, sin haber hecho lo suficiente.
[Mi canción favorita de Mercedes Sosa, solo yo y algunos cuantos más podemos entender por qué pongo esta canción primero. “Me gustan los estudiantes”. La tengo en mi iPod, me tomo un vino y recuerdo sonriendo: un himno de batalla]
[Esta canción la aprendí en cuarto de secundaria. “Solo le pido a Dios”, con Leon Gieco. Hermosa letra, de las mejores. Tuve suerte, mi profesor de música era un idealista de aquellos. Un abrazo Martín]
[“Y dale alegría a mi corazón”. La ‘Negra’ siempre tuvo esa energía y los jóvenes siempre la quisieron mucho]
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ACTUALIZACIONES DE JUEVES
1. Fito sí pudo. Tras las respectivas evaluaciones médicas, se estableció que lo de Fito se cura con una operación pero que no es de gravedad. La intervención será en las próximas dos semanas. Me dijo “saluda a mis fans para que te llenen de comentarios”. Yo no lo creo nada a ese perro sobrado. Gracias a todos por preocuparse.
2. Lo del viernes será un post super especial. No dejen de seguirlo. A los que creen que me olvidé del Zambo, están equivocados. El viernes será.
3. Ya estamos terminando de reunir “la logística” para las transmisiones en vivo. Tengan paciencia por favor.