Perú honesto
Foto: Ernesto Arias / Archivo El Comercio
Siempre admiré la estrategia de tolerancia cero ante faltas “menores” de incivilidad que devolvió la seguridad a Nueva York en los años 80. Esa estrategia cambió la permisividad e indiferencia de la ciudadanía ante lo que estaba dispuesta a tolerar.
Ahora me pregunto: ¿estamos los peruanos dispuestos a dejar de tolerar definitivamente a quienes infringen normas éticas, por menores que estas parezcan?
En todos los ámbitos de nuestra nación abundan quienes son ejemplo de corrección, ética, mesura y honestidad. Pero también hay quienes cometen a diario actos de corrupción “menor”, si así se los puede llamar. Desde el convencional coimero, pasando por el que oculta información relevante o el que cobra por mentir, al que vende “gato por liebre”, o incumple su palabra, hasta el que ofrece servicios o productos con gruesos conflictos de interés entre sí. Otros quieren definir su propio umbral de ética según sus propios intereses económicos. Y es que el dinero fácil atrae siempre al deshonesto, para quien toda discusión sobre límites éticos y valores es tan vana como opuesta a sus intereses.
¿Pero qué hacer ante el atropello a las prácticas éticas? Muchos prefieren callar y mirar de lado, resignándose al “para qué hacer algo si nada cambiará”. Ciertamente, enfrentarse a personas con “moral elástica” es molesto y tiene sus riesgos. Pero, siendo permisivos ante “faltas chicas”, ¿podremos luego quejarnos de atropellos mayores?
Definitivamente, no. Nuestro silencio no puede ser cómplice de los deshonestos, facilitándoles la vida. No podemos callar solo para evitar confrontar. No podemos ser cómplices involuntarios de la mentira.
La corrupción nos ronda con cara de “amigo buena gente” que quiere abrirse camino entre los que trabajan bien. Pero necesita nuestro asentir cómplice para seguir haciendo de las suyas. Solo ante nuestra firme determinación a no dárselo, dudarán antes de planear delinquir con tanta impunidad.
Aquí es donde estamos llamados a un cambio colectivo de actitud: cero tolerancia al corrupto, al de la moral elástica, al de las medias verdades, al vivo. Para un Perú más honesto tenemos que defendernos asertivamente de quienes caminan al filo de la legalidad, sacando pecho de su ética elástica.
Alcemos la voz. Digamos que no. Digámoslo firmemente y sin vergüenza. Pasemos por el momento incómodo, mostremos nuestra desaprobación y seamos firmes en la censura. No les dejemos la cancha libre y digámosles: “Hasta acá nomás. No cuentes conmigo para tus engaños. Que tengas necesidad o problemas no te da licencia para pasar por encima de nadie. ¡De mí y de mi gente no abusas más! ¡Yo soy peruano honesto!”.
Como país que recupera su autoestima con una visión positiva de sí mismo, incluyamos en esta visión ser un país cada vez más honesto y leal a los valores.
Y así como mejoramos en indicadores de competitividad y productividad, hagamos nuestro el indicador de honestidad. ¡Para que los peruanos confiemos unos en otros y en nuestras instituciones cada vez más!