¡Lo que cuesta cambiar!
En casa de herrero, cuchillo de palo. ¡Me pasó tal cual! Me gano la vida ayudando a empresas y personas a ver el cambio como la oportunidad de ser mejores, pero cuando me tocó a mí, me pasó lo que a todos: el cambio me asustó, me desestabilizó, lo rechacé y ¡me olvidé de todo lo positivo que puede traer!Les cuento la historia: la empresa donde trabajo hace 19 años fue adquirida por un gran competidor global y nos tocó vivir el proceso de fusión y, como parte de él, fusionar la marca con la que se nos conoce en el mercado.
¿Y saben? ¡No me gustó tener que cambiar la marca! Ni tener que hacer el esfuerzo de introducir la nueva marca en el mercado. Me dio mucha pena dejar la que tanto quiero, la que con tanto esfuerzo hicimos conocida en el mercado, al punto de haberse convertido en nuestro país en el nombre genérico de los servicios de outplacement que brindamos. ¡Es la marca que amo y que representa todo lo que trabajamos con excelencia, calidad y mucho compromiso!
¿Y saben qué hice? Les dije todo eso a los nuevos dueños –en una movida que confieso con transparencia no fue la más brillante de mi carrera– y les pedí mucho más tiempo para cambiar mi marca (bueno, mía no es, es suya, pero la hice mía con pasión desde 1993).
Reconozco que solo veía trabas en el camino para evitar aceptar la nueva realidad (la popular negación): que es muy caro cambiarla, que el mercado peruano ama sus marcas tradicionales, hasta les puse los ejemplos de aquellas que defendió apasionadamente en situaciones similares: D’Onofrio y muchas otras. Pero nada, en los más de 85 países donde operamos se cambiará y punto.
Gracias a Dios los nuevos jefes son, al igual que nosotros, expertos en el manejo del cambio y la incertidumbre. Rápidamente se dieron cuenta de que yo, como cualquiera frente a una situación similar, pasaba por la curva de las emociones del cambio, sabiendo bien que en momentos así lo primero que se pierde es el sentido común.
Comprendieron mi negación, mi ansiedad y el shock de mi pérdida. Fueron generosos frente a mi confusión, mi enfado y temor, y fueron especialmente pacientes frente a mi frustración, sabiendo que el conflicto que yo parecía causarles venía del fuerte stress que causa aceptar la pérdida. Gracias a su respeto y experiencia, mi proceso de duelo se aceleró y llegó el alivio que me trajo confianza en el futuro y, finalmente, el entusiasmo por la nueva situación. Fue clave que ellos asumieran su rol de líderes recordándome muy hábil y amablemente que los cambios muchas veces traen cosas extraordinarias y que solo es cuestión de ponerles buena cara y tenerles un poquito de fe.
Bueno, ¡así fue!
Ahora sé con renovada claridad que el éxito de este proceso (como el de cualquier otro proceso de cambio personal u organizacional) dependerá de mi propia actitud de asumirlo como una oportunidad de seguir aprendiendo y creciendo. Y que esa actitud hará que la nueva marca signifique para mí y para el mercado todo lo bueno que hoy significa la marca actual. Además, nosotros en el Perú seguimos siendo el mismo equipo y tenemos los mismos valores. ¡Y eso es lo que importa!