Las patentes asociadas a las vacunas de ARNm
Las vacunas de Pfizer/BioNTech y Moderna son las primeras en usar la tecnología del ARN mensajero (ARNm) para proteger a las personas de la COVID-19. De manera sencilla, nos inyectan unas nanopartículas de grasa que contienen la receta para que nuestras células produzcan la misma proteína que usa el SARS-CoV-2 para invadirlas. Cuando esto ocurre, nuestro organismo “cree” que está siendo atacado por el coronavirus y activa la respuesta inmune, dejándonos protegidos para futuras infecciones.
El mecanismo de acción de estas vacunas parece simple. Sin embargo, detrás de ellas hay una red de patentes (que protegen la parte tecnológica) y secretos comerciales (que protegen el conocimiento técnico o “know-how”) que la sustentan. No basta sintetizar la molécula de ARNm y ponerla dentro de una bolita de grasa. Hay una serie de modificaciones que le hacen a esta molécula para que pueda convertirse en una vacuna.
Mario Gaviria (Universidad de Michigan) y Burcu Kilic (ONG Public Citizen) hicieron un análisis preliminar de esta intrincada red de patentes y lo publicaron la semana pasada en Nature Biotechnology. La siguiente gráfica resume sus hallazgos, donde se incluye a CureVac y Arcturus, que también están desarrollando sus vacunas basadas en ARNm.
Para entender este panorama, debemos saber que los primeros trabajos para usar el ARNm como un agente terapéutico datan de inicios de la década de 1990. Pero fue la Universidad de Pennsylvania que a partir de 2005 trabajó con mayor intensidad en esta tecnología. Varias de sus patentes fueron licenciadas a mRNA RiboTherapeutics, por ejemplo, el uso de la pseudouridina (Ψ) en vez de la uridina (U) para evitar que el propio ARNm genere una respuesta inmune en nuestro organismo. Luego, mRNA RiboTherapeutics sublicenció las patentes a CellScript que, a su vez, las sublicenció a BioNTech y Moderna.
Con relación a las nanopartículas lipídicas, los primeros estudios se realizaron en 1998, a través de un trabajo conjunto entre la Universidad de Columbia Británica (UBC), a quien le otorgaron la patente, y Arbutus Biopharmaceuticals, quien la licenció. Además, Arbutus licenció otras tecnologías similares de la empresa Acuitas Therapeutics en 2012, las cuales sublicenció a Moderna. Curevac, por su parte, firmó un acuerdo con Acuitas para acceder a sus patentes. Mientras que BioNTech accedió a las nanopartículas lipídicas a través de una sublicencia otorgada por Genevant, una empresa creada de forma conjunta por Arbutus y Roivant. Luego BioNTech firmó un acuerdo con Pfizer para producir las vacunas contra la COVID-19.
Una cuestión interesante es que la secuencia de ARNm empleada por las vacunas de Pfizer/BioNTech, Moderna y CureVac fue desarrollada por los Institutos Nacionales de Salud de los Estados Unidos (NIH), la cual codifica una versión muy estable de la proteína “espiga” del SARS-CoV-2.
Como pueden ver, esta intrincada red de patentes, acuerdos y licencias es una muestra de lo complejo que es el desarrollo de las vacunas contra la COVID-19. Y, a pesar de ello, se logró obtener las vacunas en tiempo récord. También es importante resaltar el papel que cumplen las universidades. Los principales componentes de las vacunas basadas en ARNm se desarrollaron ahí, posiblemente como resultado de investigaciones básicas. El problema se origina cuando las patentes pasan a ser propiedad de empresas que limitan el acceso a la tecnología. Las investigaciones científicas se ven obstaculizadas y se frena el desarrollo de nuevos productos para el beneficio de la humanidad.
Referencia:
Gaviria M, Kilic B. A network analysis of COVID-19 mRNA vaccine patents. Nat Biotechnol. 2021;39(5):546-548.