De vuelta a clases
Las vacaciones se terminan. Los días en los que no teníamos nada que hacer, salvo quedarnos jugando en nuestra consola están por acabar. ¿Cuántos juegos dejaremos sin terminar este verano?
Recuerdo que cuando estaba en el colegio nunca tuve problemas con mis padres a causa de los videojuegos. Siempre tenía la consola a mi disposición. Sin embargo, no solía quedarme toda la tarde frente al televisor ni dejaba de hacer mis tareas por ello. A veces jugaba en las mañanas, antes de salir al colegio y después de desayunar; así pasé Donkey Kong Country 3.
En los últimos años de secundaria (cuando estaban de moda los juegos online) sí tuve algunos problemas de sueño debido a los videojuegos. Las noches de Dota empezaban a las nueve o diez de la noche y terminaban bordeando las dos de la mañana. A veces uno prendía la computadora con la convicción de no quedarse jugando toda la noche, pero terminaba sucumbiendo de una manera tan frágil cuando alguien (incluso un desconocido) te decía “habla, un dota?”. Si no era Dota, era Age o Starcraft, lo importante era jugar con tus amigos algún juego de estrategia para conversar sobre las partidas al día siguiente. Era común que a través del chat del juego en cuestión surgieran conversaciones relacionadas a ecuaciones de dos variables o reacciones químicas.
Ya en mis primeros años de universitario, las cosas fueron normalizándose poco a poco. Las responsabilidades eran mayores; los cursos, más difíciles y el tiempo escaseaba. Las reuniones “doteras” habían sido postergadas a los fines de semana, en nuestra cabina miraflorina predilecta y cada vez se distanciaban más.
¿Son los videojuegos una distracción para los estudios? Creo que eso depende de cada uno, de qué tan responsable se es y de cómo administra su tiempo. Para los más pequeños es más fácil distraerse por lo que los padres deben estar atentos. Los mayores ya tenemos cierta disciplina y sabemos hasta qué punto es sano y prudente jugar sin perjudicar otros aspectos de nuestra vida, en este caso el académico.
Y ustedes, ¿cómo cambiaban sus hábitos de juego cuando regresaban al colegio o a la universidad?