Los rebuscadores de palabras
Cuatro geniogramistas empedernidos llegaron hasta nuestro Diario y nos contaron de su pasión por este juego de ingenio, conocimiento y cultura, que acaba de cumplir medio siglo de vida fecunda e ininterrumpida
El primer Geniograma, publicado en la página 9 de la edición matutina del sábado 26 de marzo de 1960, está bien conservado en un voluminoso tomo de pasta negra de la colección de El Comercio. Alrededor de este ejemplar histórico merodean los ojos miopes de David Madrid Sabelino, totalmente entregado al placer de rellenar los casilleros horizontales y verticales de su pasión. “Qué lindo, qué hermoso era el primer Geniograma”, dice don David, sentado en la hemeroteca principal del Diario.
La frase suena como un piropo. Es la impresión de un hombre de 86 años, que vive en Pueblo Libre, pero cuya niñez anduvo por Barrios Altos. Tenía 36 años cuando la creación de Mario Lara vio la luz.
Los dedos de don David recorren el papel y acarician la foto de Alicia Maguiña, cuyo vals “Viva el Perú y sereno” cubrió la columna vertical derecha del primer número; la vertical izquierda, la fachada de Torre Tagle, y más abajo un coro, dos jugadores de Alianza Lima y un teletipo. En el medio, el frontis del diario.
“Hago el Geniograma desde hace mucho, mi hermana mayor me regalaba ejemplares”, pronuncia con cuidado, como si estuviera escribiendo las palabras.
Don David empieza a rellenar mentalmente este ejemplar histórico, siempre de abajo hacia arriba. Piensa en voz alta: “Socorro, SOS; río de Italia, Po; Barro, lodo; Era Ruso, zar; Océano, mar; Madera fina, ébano; Cruz, Inri; algunas cosas ya las tengo listas”, se envanece por unos segundos. Confiesa que su recurso final para hallar información es pedir ayuda a sus nietas, diestras en la computadora. “El geniogramista es un entusiasta, una persona deseosa de saber. Lo que uno aprende de esta manera, se queda grabado para toda la vida”, comenta.
Alejandro Ollague Guija tiene en su hermana Nelly a la compañera ideal para completar el Geniograma. Él cumplirá pronto 74 años, y su mirada hoy parece solo concentrarse en una hoja de papel cuadriculado.
Sigue el juego de palabras cruzadas desde principios de la década de 1960. Canteño, a mucha honra, don Alejandro ha trabajado para el Ministerio de Salud, pero en sus horas libres se entregaba al seguimiento de fotos, frases y señales, muchas veces enigmáticas para él, según confiesa. “Hacer el Geniograma es como una obligación. A veces a partir de esa búsqueda uno terminaba comprando o prestándose un libro o enciclopedia”, cuenta.
Durante la semana, don Alejandro es medio jubilado y medio geniogramista. Nunca deja sus diccionarios ni mucho menos los almanaques mundiales que abastecen su pequeña biblioteca. Curiosea el primer número del Geniograma, levanta la mirada y me dice, concluyente: “El Geniograma es un medio de cultura, de entretenimiento sano”.
Mediodía y la canícula veraniega agota. De pronto, llegan dos personajes muy distintos. Uno de ellos podría confundir por sus escasos cabellos canos, pero Néstor Valencia Isihuaylas solo tiene 49 años. En tono jocoso dice que sus padres lo concibieron al mismo tiempo que nacía el Geniograma, en el verano de 1960. Es arquitecto graduado en la UNI, y ahora su sobrino le seguirá los pasos: David Valencia Zapata (17) estudia ingeniería de minas en la misma universidad. Ambos son inspirados geniogramistas.
El muchacho vive en Chorrillos y desde allí se dirige a Barranco para ver a su abuelo. Su paso al Geniograma fue lento, pero firme, apoyado por su parentela aficionada a este juego verbal. David es un joven como cualquiera , pero la diferencia es que, además del Play Station, juega hábilmente con las verticales y horizontales de papel.
“Me ayuda a tener agilidad con las palabras”, entrecruza los dedos, confiado, y pierde la mirada entre los casilleros vacíos del primer Geniograma. El tío Néstor interviene para decir que siempre busca completar el Geniograma sin ayuda. Con resignación, sin embargo, consulta los diccionarios y las enciclopedias, y solo después en Internet, su último recurso.
“La señora Lara siempre pone, por ejemplo, a Liam Neeson”, anuncia Néstor. “Pero son patrones”, se apresura en aclararle David, no sin advertir que él no es tan obsesivo como su tío. Todo esto es un juego, así lo entiende finalmente Néstor. “Y uno mismo lo festeja”, agrega. Si el Geniograma quiso desde sus comienzos ser parte de la vida de la gente, lo ha logrado. Si no, que hablen los David, los Alejandro o los Néstor del Perú.
(Carlos Batalla)
Foto color: Emily Wabitsch/ El Comercio
Fotos: Archivo Histórico El Comercio