El Comercio en la historia de Machu Picchu
Las celebraciones por los 100 años del llamado “descubrimiento científico” de las ruinas de Machu Picchu en el Cusco -que ocurrió el 24 de julio de 1911- han motivado muchas notas en la prensa escrita, televisiva y digital. Pero la historia de su hallazgo también vino acompañada de la pérdida por muchas décadas de las piezas o tesoros arqueológicos, que fueron a parar al Museo de Peabody de la Universidad de Yale, en Estados Unidos. El Comercio nunca olvidó esa deuda patrimonial. Aquí la historia en síntesis.
Esta historia empezó la mañana del 23 de junio de 1911, cuando un vapor proveniente de Panamá acoderó en el puerto del Callao. En él se transportaban cinco norteamericanos. Eran los miembros de la “misión científica americana” enviada por la Universidad de Yale. (Ver 23 06 1911 mision.pdf )
Hiram Bingham lideraba el grupo, integrado por un geólogo, un topólogo y dos ayudantes, cuya misión, según la edición de la tarde de El Comercio, “era estudiar las ruinas de Choquequirao y otras en el departamento de Apurímac”.
Pero el explorador no era un desconocido, había realizado en febrero de 1909 un viaje del Cusco a Lima, donde observó dichas ruinas cusqueñas.
Tras el hallazgo, la controversia
Luego de la noticia del descubrimiento de Machu Picchu, el 24 de julio de 1911, se llevaron a cabo diversos estudios de campo, lo cual requería un marco legal específico. Así se publicó el 19 de agosto de 1911 el decreto supremo que cedía los objetos duplicados de las excavaciones, siempre y cuando esa concesión se hiciese a “corporaciones científicas oficiales”.
El 23 de diciembre de ese año se publicó otro decreto supremo indicando la “fianza” que pagarían los excavadores por posibles perjuicios. Sin embargo, la cuestión se complicó el 19 de agosto de 1912, cuando el Gobierno firmó un contrato que daba a Yale exclusividad de estudios por 10 años.
El diario El Comercio emprendió una campaña periodística, al lado del Instituto Histórico del Perú, que había denunciado el 10 de octubre de 1912 ante el Congreso el peligro de un monopolio.
La carta de Bingham
En esas circunstancias, el 25 de octubre de 1912 el diario decano expresó su protesta por la entrega de “nuestras riquezas arqueológicas”. Días después, recibiría una carta del propio investigador Hiram Bingham. La misiva fue publicada en El Comercio el 4 de noviembre de 1912. (Ver 04_11_1912_carta.pdf )
En ella aclaraba que fue el “Gobierno peruano anterior” (Leguía) el que otorgó “el monopolio de las exploraciones y estudios arqueológicos”. Añadía Bingham que aceptaron el hecho en un principio porque “así se resguardaba mejor los grandes monumentos en una sola institución en vez de varias”.
Su afán, y el de Yale, era seguir “fines altamente científicos (…); velar por el progreso científico de este país y sobre todo, demostrar la efectividad de su lema ‘luz y verdad’”. Bingham indicó también que estaban de acuerdo en no considerar la primera cláusula en discusión.
La polémica continuaría en los gobiernos de Billinghurst (1912-1914), Benavides (1914), y José Pardo (1915-1919), en el cual se registraron más envíos de materiales arqueológicos al extranjero.
El 31 de enero de 1916 el diario informó de la resolución suprema que disponía que Yale y la National Geographic Society, “están obligadas a devolver, en el plazo de 18 meses, los objetos que se permitió exportar (…)”.
El Comercio recordó los 18 meses, y el 27 de julio de 1917 señaló que ya se había cumplido el plazo. Pero esa fecha no pasó nada. Sin embargo, parte de este lote recién se recuperó el 18 de setiembre de 1921.
Un ascenso al Huayna Picchu
El oncenio de Leguía acababa con una nueva escalinata hacía el Huayna Picchu. El Comercio reprodujo el 9 de setiembre de 1928 un texto del señor Nemesio Morales, secretario de la Prefectura cusqueña, quien contaba los detalles de esa exitosa ascensión.
Entre el 15 y el 20 de agosto, Antonio Santander y Melchor Valdivia, los jóvenes descubridores del Huayna Picchu, volvieron a la cima cubierta de nuevo por la selva que borró los senderos previamente trazados.
Según Morales, ellos pudieron también verificar cómo había trabajado la Comisión de Yale. En ello coincidió con el historiador Antonio Picasso, cuya nota en El Comercio, el 10 de setiembre de 1928, decía que tal comisión gozó de una perfecta organización, pero sin control del Estado.
“Se tenía el convencimiento de que la importación de víveres que hacía la Comisión y la necesidad de devolver los cajones vacíos, era solo un pretexto para exportar el producto de las excavaciones (…)”, denunció Picasso.
Décadas más adelante
Los años pasaron y cada cierto tiempo recordábamos las deudas arqueológicas pendientes. Pero fue a inicios de 1989 que El Comercio volvió a la carga con una campaña en búsqueda de la devolución de las piezas, que entonces se exhibían en el Museo de Peabody de la Universidad de Yale.
Los periodistas del diario decano siempre buscaron la versión de Yale, por ello se logró la comunicación con un representante, quien dijo que la custodia de las piezas era legal, ya que “fue entregado por el presidente de la República de ese entonces”.
En la edición del 7 de enero de 1989, el agente de Yale decía que los bienes incaicos estaban bien cuidados, y que solo una parte estaba en exposición. Incluso pretendió dar clases de conservación al decir que “resulta irónico pretender regresar las piezas arqueológicas que están en el museo ‘Peabody’ cuando en su país (el Perú) hay mucho por hacer en este campo”.
El Comercio solicitaba a los gobiernos de turno que se preocuparan por brindar las mejores condiciones de exposición para los objetos de Machu Picchu que quedaron aquí. Esa noble campaña rindió frutos cuando el INC-Cusco anunció la apertura de un mejor museo de sitio.
Las opiniones de los especialistas como José Antonio del Busto, Guillermo Lumbreras y Walter Alva se expresaron en las páginas del diario, y todos coincidían en la necesidad de volver a tener esas antiguas piezas en su contexto original.
Así fue esta historia de muchas décadas desde El Comercio, con etapas de protestas, reclamos y silencios. Hoy tenemos parte de esas “piezas de Bingham” en el Perú, o para ser más exactos, en el Cusco, donde siempre deberán permanecer.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio