A 80 años del nacimiento del patriarca Ballumbrosio
El hombre que construyó una casa que soportó el terremoto del 2007, el que crió a sus quince hijos, el que transmitió las tradiciones de sus abuelos a los más jóvenes habría cumplido hoy 80 años. Ese es Amador Ballumbrosio Mosquera, violinista y caporal de El Carmen, patriarca de zapateadores. Huellas Digitales recuerda así a uno de los más queridos exponentes de nuestra afroperuanidad.
Zapateaba hasta que sacaba humo, tocaba el violín y dirigía el Atajo de negritos para el Niño Dios. Con los pies hizo música y con sus manos construyó su casa en la calle San José, en El Carmen. ‘Champita’ nació un 26 de noviembre de 1933 y a los cuatro años de vida fue “bautizado eternamente (…) o sea que desde los cuatro años que tenía yo, ya ningún año podía dejar de bailar. Me bautizaron como agradecimiento a que me habían regresado vivo”.
Muy temprano, aprendió de “un señor Carazas y un señor Augusto Milani”, a zapatear. Y es que Amador sabía que tenía que transmitir el sufrimiento y el goce de sus ancestros esclavos, la certeza de saberse libres mientras danzaban y cantaban. “Yo siempre me he sentido feliz de haber nacido negro y no me gusta cuando usan la palabra negroide. A las cosas hay que llamarlas por su nombre, negro, blanco, chino. Tampoco me averguenzo de saber que mis abuelos fueron esclavos”, decía.
Nos quedamos en Chincha
Un veinteañero Amador había visto a varios violinistas que hacían volar las cuerdas del instrumento o que sólo que quedaban con el ‘pescuezo’, por lo que no quería aceptar la insistente propuesta de José Lurita, violinista de los negritos. Hasta que ‘Champita’ superó el temor y se convirtió en el Amito, en el Mayoral, en el Caporal, el que dirigía y preparaba a los negritos y las pallitas para el tradicional Atajo de Negritos, que se danza en la Navidad.
Porque en casa -a falta de las modernidades- lo que nunca faltaba era la música y la jarana, mientras trabajaba en el día y estudiaba en la noche aprendió los ritmos que tenía que transmitir a su descendencia. ¡Y qué descendencia! Amador tuvo quince hijos, y a todos ellos los instruyó en la música y la bondad, porque la casa de los Ballumbrosio en El Carmen es morada para quien ame la música.
‘Champita’, además de músico y bailarín, fue rezador una cualidad mística heredada de sus ancestros. Todos en El Carmen acudían a él no solo para librarse del mal, si no para aliviar sus corazones con los giros e historias que creaba en el rezo. Algo más que inventó fue la frase “¡Vamo pa’ Chincha, familia!”, para invitar a los turistas al Verano Negro.
Amador baila, vuela, zapatea
En los noventas la presencia de la familia Ballumbrosio se afirmó más en el panorama de la música peruana. Amador había fusionado su música con Miki Gonzales y había viajado al exterior para dar a conocer más de lo que sabía hacer.
Para el 2001, un cuadro de diabetes complicó su salud y le causó una hemiplejia. Permanecía en casa, ahora oyendo y mirando a sus pupilos, hablando de a pocos. Así soportó el terremoto del 2007, junto a su eterna compañera Natalia Guadalupe. “Ella me cuida porque se acuerda muy bien que cuando se casaba el cura le dijo: Estarán juntos hasta que wañuycca (la muerte, en quechua) los separe”. La casa que había construído en 1962 superó al movimiento de la tierra que ya no era causado por su feroz zapateo.
Y Amador tuvo que volar a tocar su violín ante el Niño Dios un 8 de junio del 2009. Volar como lo describía el poeta César Calvo en ese eterno cortometraje en blanco y negro. ‘Champita’ y sus hijos, y el trabajo, y sus pies sacando música a la tierra, y el violín que continúa cantando, que sigue siendo.
“Amador baila, vuela, zapatea. Los pies encadenados de nuestros bisabuelos regresan hasta él. Amador baila, vuela, zapatea, y regresan hasta él. Y lo sublevan. Y en los pies de Amador danzan de nuevo nuestros antepasados negros y son libres, libres por fin.”
(Pamela Loli)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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