El fin de la Guerra Fría
Hace 25 años, un 9 de noviembre de 1989, el símbolo de la Guerra Fría caía ladrillo por ladrillo ante la algarabía de los cientos de alemanes que se reencontraban con sus familiares. En Huellas Digitales recordamos los antecedentes de este histórico suceso que cambió la geopolítica mundial.
El 31 de octubre de 1989 Estados Unidos y la Unión Soviética confirmaban que George Bush y Mijaíl Gorbachov, sus máximos líderes, se reunirían en diciembre en el Mar Mediterráneo, para “profundizar una comprensión mutua”. La noticia, que apareció en la primera plana de El Comercio, era un indicio de que la Guerra Fría llegaba a su fin.
¿Frente a la isla de Malta se firmaría el acta de defunción de la “Cortina de Hierro”? En esos momentos la prensa internacional manejaba esa hipótesis. Algo de cierto había, pues un conjunto de sucesos empezó a resquebrajar la férrea estructura del bloque comunista. El 3 de noviembre el nuevo líder del Partido Comunista, Egon Krenz, anunciaba que cinco miembros del politburó serían dados de baja ante la oleada de manifestaciones en Alemania Oriental.
Además, Krenz prometía reformas políticas y económicas, pues miles de alemanes orientales habían salido del país en los últimos meses, y la situación parecía irreversible. Al día siguiente la Plaza Alexander, en Alemania del este, fue escenario de una impresionante manifestación, calculada en un millón de personas, demandando reformas democráticas, libertad de expresión y la legalización de los grupos de oposición.
En paralelo, a través de Checoslovaquia, miles de alemanes orientales emprendían “el viaje de la libertad” hacia occidente. Paso previo, estos ciudadanos se habían refugiado en la embajada de Alemania Occidental en Praga. Un acuerdo temporal entre ambas naciones permitió que los alemanes salieran hacia el oeste.
Derrumbe político
En la práctica “la razón de ser” del Muro de Berlín empezaba a desvanecerse. El 5 de noviembre los comunistas perdieron las elecciones parlamentarias. Al día siguiente se confirmaba que en las últimas 72 horas el éxodo de alemanes orientales hacia Alemania Federal, a través de Hungría y Checoslovaquia, había superado las 23 mil personas. Además, la prensa de Alemania Federal informaba que Alemania Democrática despediría a 15 mil policías secretos para ponerlos a trabajar en las fábricas, que empezaban a quedarse sin “mano de obra”. Eran los manotazos de ahogado de un régimen languideciente.
En Moscú, el corazón del comunismo mundial, la celebración del aniversario de la Revolución fue deslucida por las protestas. En la RDA el politburó del Partido Comunista renunciaba el 8 de noviembre. El 9 de noviembre todo estaba consumado. Alemania Oriental abría sus fronteras, incluido el Muro de Berlín, en una acción sin precedentes dirigida a atenuar las demandas de democracia.
Miles de berlineses del Este atravesaron, sin pasaporte ni visado, por los pasos fronterizos, simplemente para dar un paseo por Berlín occidental y regresar después a sus casas. Grupos de jóvenes provistos de botellas de champaña saltaron el muro en ambas direcciones y en la Puerta de Brandemburgo la policía del lado oriental tuvo que ceder al paso de una muchedumbre que optó por escalar la pared de cemento. El canciller de Alemania Federal, Helmut Kohl tuvo que interrumpir una visita a Polonia y retornar a su país ante la “dramática situación”.
En Bonn, el gobierno de Alemania Occidental advirtió a los alemanes orientales que estuviesen planeando unirse a los 200 mil compatriotas, que ya habían huido al oeste, que iban a tener que vivir en un principio en una casa inadecuada, quizás con mayores incomodidades que las padecidas en la Alemania comunista.
¿Cuántos alemanes del este habrán cambiado su decisión ante esta advertencia? Probablemente muy pocos. En esas pequeñas casas el aire que se respiraría sería de libertad, y eso era suficiente luego de 28 años de encierro.
(Miguel García Medina)
Fotos: Agencias