Hace 50 años restos de Chocano regresaron al Perú
El 14 de mayo de 1875 nació en Lima José Santos Chocano. Y un 14 de mayo, también, pero de 1965 (en el 90° aniversario de su nacimiento) sus restos mortales fueron traídos a Lima desde Santiago de Chile. Hace 50 años. Debieron pasar 31 años para recobrar el cuerpo del poeta laureado y coronado en tiempos de Augusto B. Leguía (1919-1930).
José Santos Chocano se había salvado de morir en Guatemala en 1924, tras acompañar como diplomático amigo al dictador Manuel Estrada Cabrera. De regreso en Lima, vivió otra experiencia extrema en 1925 al matar a Edwin Elmore, un joven periodista que criticó su posición política e incluso su poética y recibió en respuesta un certero balazo a quemarropa. El poeta se encontró con su víctima en el hall del diario El Comercio.
Chocano purgó una condena que solo llegó a dos años (1925-1927), pues salió libre amnistiado por el presidente Leguía. Buscó entonces escapar de sus violentos fantasmas, y por ello recaló en Santiago de Chile. Sin embargo, la fatalidad lo buscaba incesantemente hasta que lo encontró en esa capital, donde fue asesinado 11 días antes de Navidad, el 13 de diciembre de 1934.
El mundo vivía un estado prebélico, y el “Cantor de América”, nada autóctono ni salvaje, viajaba tranquilo en un tranvía de la capital chilena cuando se cruzó por su camino un sujeto alterado llamado Martín Bruce Padilla. A este hombre se le metió en la cabeza que el poeta limeño tenía el mapa de un tesoro y luego de una discusión lo apuñaló mortalmente.
Fue una muerte completamente absurda, sin duda, o por lo menos oscura, casi tanto como el hecho de haber esperado 31 años para que su cuerpo sea repatriado. La espera de los peruanos terminó en la tarde del 14 de mayo de 1965.
La llegada
Ese día cayó viernes. Era la hora del almuerzo, cuando llegaron al aeropuerto internacional Jorge Chávez los restos mortales del poeta modernista. El silencio, el respeto y la solemnidad debidos marcaron la jornada de retorno del poeta. Lejos ya en la memoria del peruano promedio su imaginación febril, su feroz réplica en la discusión y sus modales palaciegos.
El autor de “Alma América” (1906) y “¡Fiat Lux!” (1908), quien fue consagrado con una corona de laureles de oro por el gobierno de Leguía el 5 de noviembre de 1922, en el Palacio de la Exposición de Lima, llegaba ahora a esta capital embalado en un cajón de madera, recubierto con planchas de metal, en cuyo interior relucía recién laqueado su féretro.
Descendió el cuerpo del avión junto con su última esposa, Margarita Aguilar Machado, y el embajador extraordinario de Chile, Juan Guzmán Cruchaga, quien al día siguiente leería un poema propio en el sepelio.
La llegada de esta esposa, obligó a los hijos del poeta, José Santos y Alberto a retirarse discretamente. No estuvo entre los testigos del hecho el presidente de la República, Fernando Belaunde Terry ni el alcalde de Lima, Luis Bedoya Reyes; pero sí el ministro de Educación Pública, el general Ernesto Montagne, y Arturo Salazar Larraín, regidor de Lima por entonces y quien selló la jornada a nombre de la Municipalidad con una intervención sobria: “Han llegado los restos del poeta y la nación peruana, sin distinciones, se ha puesto de pie”.
Destacó en el homenaje a cuerpo presente una delegación del colegio “José Santos Chocano” del Callao, que montó guardia desde que el cajón embalado descendió del avión hasta el hall del aeropuerto.
A las palabras sentidas del presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas (ANEA), Max Arnillas Arana, siguió un minuto de silencio. Se destapó la caja de madera y de ella apareció el ataúd que fue recubierto de inmediato con una bandera peruana.
El homenaje central iba a realizarse esa misma tarde en el Salón de Grados de la Facultad de Letras, en la Casona de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, el alma máter del “Poeta de América”. El decano de Letras, el doctor Augusto Tamayo Vargas, fue el encargado de dar las palabras de recibimiento a los restos de Chocano.
Así como el poeta fue homenajeado por Leguía con una corona de laureles de oro, su ataúd también lo fue con otra corona de laureles dorado que costeó la ANEA. Casi al anochecer, el féretro quedó custodiado en la Casa de la Cultura del Perú (futuro INC).
Otros escritores amigos tomaron allí la palabra, como el doctor Fernando Silva Santisteban y el poeta Mario Florián. En ese local del centro de Lima, fue velado entre familiares y amigos hasta las 10.30 am, en que una carroza llevó sus restos a su descanso final: el cementerio “Presbítero Matías Maestro”.
El entierro
No fue ministro de Estado, pero eso no importó para darle los honores correspondientes a su alta investidura poética a lo largo del jirón Ancash, por el costado de la Iglesia de San Francisco. En un metro cuadrado, comprado por el Ministerio de Educación, fue enterrado de pie, como fue su expreso deseo.
El acto fúnebre fue menos pomposo que los homenajes póstumos del día anterior. Ese sábado 15 de mayo fue de una mañana fría. En la lápida provisional que le colocaron, no figuraba curiosamente su fecha de nacimiento, solo la fecha de su muerte en Chile y el de su “segundo entierro” en Lima.
Motociclistas precedieron la marcha que acompañaron autoridades civiles y militares. Asimismo, su hijo que vivía en Costa Rica, Jorge Santos Chocano Aguilar, se reunió con su madre Margarita.
No acudió a la cita el cardenal Juan Landázuri Ricketts, pero sí lo hizo un creyente acérrimo de la poesía: Francisco Bendezú, quien sentenció: “Negar a Chocano a fardo cerrado es negarnos a nosotros mismos”.
Participó el periodista Mario Castro Arenas, de la Asociación Nacional de Periodistas (ANP), entre otros invitados y familiares -esta vez estuvieron los hijos Alberto y María Angélica, y sus nietos peruanos- quienes expresaron sonoras palabras de admiración al artista.
Pero lo más pintoresco y tierno de esa última jornada fue la intervención de un niño declamador: José Santos Fabián, de apenas 12 años, quien demostró cariño al poeta al recitar con inusual histrionismo ‘La vida náufraga’, en el que -justamente en la última estrofa- Chocano (o su “yo poético”) expresó el deseo de ser enterrado de pie y en un metro de espacio apenas: “Este metro cuadrado que en la tierra he buscado, / vendrá tarde a ser mío. Muerto, al fin, lo tendré… / ¡Yo no espero ya ahora más que un metro cuadrado / donde tengan un día que enterrarme de pie!”.
Todo fue hecho a la velocidad de un rayo. Los permisos para el entierro, el vuelo de Chile, los homenajes y hasta la propia tumba, que fue trabajada por un marmolista en tres días y utilizada aún con el cemento fresco. El cuerpo de Chocano descansa desde entonces a 2.50 metros de profundidad, en la tierra peruana que tanto poetizó.
(Carlos Batalla)
Fotos: Archivo Histórico El Comercio
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