'El edificio de Letras': Jesuitas, educación y sociedad en el Perú colonial
Hace unas semanas fue presentado ‘El edificio de Letras: Jesuitas, educación y sociedad en el Perú colonial’ (Fondo Editorial Universidad del Pacífico,2014) del historiador peruano Pedro Guibovich Pérez.
El libro (más información aquí) detalla cómo se logró poner en pie ‘El edificio de letras’, entendido como proyecto educativo de los jesuitas en la época colonial.
La clara y correcta descripción de lo investigado por Guibovich, sumada a la importancia de sus publicaciones previas – como por ejemplo ‘Lecturas prohibidas: La censura inquisitorial en el Perú tardío colonial’ – solo confirman que estamos ante uno de los historiadores más destacados en la actualidad.
La obra está compuesta por siete ensayos en los cuales se detalla la importancia de la labor que los representantes de la Compañía de Jesús tuvieron en una de las épocas más trascendentales de nuestra historia.
Conversamos con Guibovich sobre su nuevo libro, ya disponible en las principales librerías de Lima.
-Los jesuitas tuvieron un inicio muy humilde en el Perú. Buscando un espacio, cercándolo. Eso es algo que describe muy bien usted en el libro. ¿Se tardó mucho en llegar esta orden al Perú?
A América llegaron tarde primero porque no eran muy numerosos y segundo porque tenían mucho por hacer en Europa. La decisión de enviarlos a América dependía, en buena medida, de la voluntad o el interés de la corona española. En América, la Iglesia estaba subordinada a la corona. Ninguna orden religiosa podía actuar en este continente, fundar colegios, iniciar labores de evangelización, etc., sin contar con autorización de la corona. Ese es un primer elemento. Pero ya en 1564 ya había terminado el Concilio de Trento.
-Eso fue un intento de la Iglesia de renovarse.
Fue un enorme esfuerzo de la Iglesia por renovarse y tratar de definir la doctrina frente a los ataques de los protestantes pero también de definir las nuevas estrategias de evangelización en una Europa que había dejado de ser mayoritariamente leal a Roma. Entonces, los jesuitas – en el contexto posterior a Trento – son vistos como los agentes más importantes en este proceso de re evangelización de la sociedad. Es en este contexto que se basa la decisión de Felipe II, dentro de esta voluntad de enviar a los jesuitas a América para apoyar en la evangelización pero sobre todo apoyar o colaborar con los dictados del Concilio de Trento.
-¿A qué zona de América llegó primero esta orden?
Entre la clausura de Trento y la llegada de los jesuitas pasaron muy pocos años, quizás cuatro o cinco. Además, preparar un viaje a América no era poca cosa. Los jesuitas llegan a América, al Perú primero y luego a México. Entonces, todo se inscribe dentro de esto, por un lado del control de la corona, que decidía quién se establecía y quién no y, en segundo lugar, creo que tiene que ver con la clausura del Concilio de Trento.
-¿Y cuando se otorga el permiso para los jesuitas ya se tenía en cuenta que habría propósitos educativos?
No. Ellos llegaron fundamentalmente con una labor pastoral hacia la población. San Pablo se abre como una residencia y centro de formación para jesuitas ya ordenados. Aunque en sus primeros años debió haber funcionado como seminario pues entonces no había uno. San Pablo debió haber tenido otras funciones, fundamentalmente la de formación de jesuitas. Pero siguiendo una tradición que venía de Europa, tenía escuelas de gramática donde se enseñaba latín y retórica. En dichas escuelas se educaban niños (externos) pero también podían asistir jóvenes y de ahí el conflicto con la Universidad San Marco.
-Ubiquemos un poco a los lectores. Un colegio entonces no era un colegio como los que hay en la actualidad. Asimismo, la denominación ‘el edificio de letras’ (título del libro) no se refiere a un inmueble. Esto último es una metáfora.
Exacto, una metáfora sobre el plan de estudios. Aunque quizás también pueda admitirse la idea del edificio físico, pero yo creo que fundamentalmente se refiere al plan de estudios. Entonces, San Pablo funcionaba como residencia porque los jesuitas no tenían conventos. Sus residencias eran conocidas como colegios. Ahí recibían cursos, los jesuitas ya formados, y a su vez alguno de estos colegios ofrecían para la comunidad clases de gramática y humanidades.
-¿Quiénes podían acceder a estos cursos?
Todo el mundo. He ahí el conflicto con San Marcos. Los estudiantes de la Universidad San Marcos prefieren escuchar clases de latín en San Pablo que en su universidad. Por eso el Virrey Toledo prohíbe la enseñanza de latín no solo en San Pablo sino en todos los conventos de la orden religiosa.
-¿Había detrás un problema económico?
Probablemente, sí. Lo cierto es que la Universidad San Marcos fue muy celosa durante todo el periodo colonial con cualquier tipo de institución que rivalizara con ella. En el tema de la concesión de grados, en el número de alumnos, etc.
-¿Era usual que ocurran las quejas de San Marcos contra el virrey para que les dé la razón contra los jesuitas y que luego estos últimos apelaran ante el rey?
Sí, claro. Los jesuitas tenían mucha influencia y San Marcos también. El pleito en torno a la enseñanza del latín se prolonga por 60 años. Las diferencias por la fundación de la universidad jesuita del Cusco también llevaron varios años. San Marcos era muy celosa de sus prerrogativas.
-¿Quién podría reconocerse como un personaje fundamental en los primeros años de los jesuitas en el Perú?
Creo que la figura más importante fue el padre José de Acosta, un teólogo e historiador muy importante que además fue asesor del virrey Toledo. Fue autor del más importante tratado dedicado a la evangelización. Autor de ‘Historia natural y moral de las Indias’. Él fue un importante personaje en los años setenta u ochenta del siglo XVI. Sigue siendo quizás el jesuita más importante de fines de dicho siglo en América por su valía intelectual.
-¿Dependía mucho de quién era el virrey qué imagen tenía este de los jesuitas para definir alguna controversia que los involucre?
Claro, ciertamente. Hubo algunos virreyes que fueron más partidarios de los jesuitas que otros. El Conde de Lemos era muy simpatizante de los jesuitas. Francisco de Borja, también. Eso variaba. Ahora, no recuerdo que haya existido algún virrey con una particular inquina hacia los jesuitas. Pero sí, ellos tenían mucha influencia. Algo que además permitía esto era la presencia de ex alumnos jesuitas en la administración pública. Eso era substancial.
-¿Qué tan importante era la obtención de grados académicos para un hombre que quería entrar en la carrera eclesiástica?
Mucho. La mayoría se quedaba con el bachillerato o la licenciatura, pero los que querían progresar en la carrera eclesiástica buscaban hacer un doctorado. Siendo doctor era más probable obtener un cargo importante como un obispado o un cargo en una catedral.
-Luego el libro menciona a los Dominicos, quien según usted terminan siendo los rivales más acérrimos de los jesuitas. ¿Por qué se genera esta situación tan tensa?
Había una rivalidad a nivel doctrinal, en primer lugar, que giraba en torno a la interpretación de Santo Tomás de Aquino. Por otro lado, los dominicos habían sido acá la orden más importante e influyente hasta la llegada del virrey Toledo (1569). Cuando este llegó, emprendió una campaña contra los dominicos por razones ideológicas. Los expulsa de la universidad, de alguna manera persigue las obras del padre De las Casas, está detrás del proceso inquisitorial contra un muy famoso dominico, que había sido rector de la entonces Universidad de Lima. Y a los dominicos los expulsan de las doctrinas del Lago Titicaca y se las dan a los jesuitas. Me imagino que ante la salida de los dominicos y la arremetida de los jesuitas, algún tipo de silenciosa rivalidad debió existir.
-En su libro también escribe sobre el teatro. ¿Había teatro en el Perú colonial o los jesuitas fueron pioneros?
Se hacía teatro en el atrio de la Catedral, pero el teatro escolar yo solo lo pude documentar para el caso de los colegios jesuitas. Ellos ya tenían una tradición muy antigua que venía de Europa, que venía desde mediados del siglo XVI.
-¿Cómo así el teatro logra conectar tanto a la población con los jesuitas?
En las representaciones teatrales en las cuales participan los hijos de las familias pudientes se convoca a padres, amigos, se invitaba mucha gente. Al ir a esas representaciones, que solían ser bastante fastuosas, los jesuitas pedían a las familias que aportaran elementos para la decoración, para la vestimenta. De alguna manera la familia se veía involucrada en la propia preparación de la obra. El teatro siempre atraía a la gente y, reitero, más si tenías un hijo que iba a participar.
-¿Había también mucho filtro en cuanto al contenido de las obras escolares de entonces?
Obviamente. Las obras tenían un fin moralizante, eran escritas por sacerdotes jesuitas, entonces, eran obras que quizás no tenían mucho valor literario pero lo importante era el espectáculo. Era una demostración de las habilidades del alumno en la oratoria, en la declamación en la memoria, en la manera cómo se presentaban al público.
-¿Sí podríamos afirmar que la imprenta demora en llegar al virreinato? Son 40 años después de su llegada a México.
Sí, claro. Había una prohibición que pesaba acá pero además se dio un hecho fundamental: la Iglesia hasta 1551 no se organiza. Y se tiene que celebrar el segundo Concilio en el 67 y sobre todo el tercero –que es el más importante – en el 82 y 83 para que se tome en cuenta cuán importante y necesaria era la imprenta. Porque son los padres conciliares y la universidad quienes están detrás de establecer la imprenta. Era necesario reproducir los textos conciliares: el catecismo, la doctrina cristiana. Eso es fundamental. Circulaban aquí textos procedentes de México, de España, manuscritos. Entonces dijeron ‘eso hay que acabarlo, hay que homogenizar’. Ocurrió con tres textos: el tercer catecismo, la doctrina y uno más. Entonces, se requiere publicar esos tres textos para todos. La única manera de hacerlo masivamente era mediante la imprenta. La Iglesia tuvo esa imperiosa necesidad para uniformizar la enseñanza de la doctrina.
-¿Si la imprenta llegó en ese momento al virreinato, cuánto tiempo después se empezó a ser tan selectivo y a censurar las lecturas?
Apenas se establece la imprenta, inmediatamente. Solo había una imprenta en Lima y eso hasta 1630. Por casi 50 años hubo un solo taller de imprenta en Lima. Además, era el único en todo América. Aunque los jesuitas luego establecieron uno en Juli, para imprimir sus libros. Pero había el mismo problema, tienen que imprimirlos en lengua aymara en la zona aymara. Entonces, nadie podía publicar un libro sin contar con la autorización del virrey o de la Audiencia. Eso ocurrió en todas partes del imperio español.
-¿Cuál era el proceso para imprimir un libro?
El texto se enviaba a la autoridad civil o eclesiástica. Ellos delegaban a uno o dos lectores la evaluación del texto y si estaba ‘bien’ y no había nada contrario a la doctrina o a los intereses de la Corona, el libro se imprimía. Tan solo con la autorización de las autoridades políticas y -eventualmente – cuando era un autor eclesiástico, intervenía la autoridad eclesiástica. Eso en todas partes del mundo.