“Una historia insólitamente argentina con final feliz”
Andrés Burgo
Periodista deportivo
Nací en Buenos Aires el 20 de agosto de 1974. Trabajo en TyC Sports y tengo un programa en radio Vorterix. Escribir “El partido” fue como una vuelta a la época en que devoraba “El Gráfico”, a un Mundial que no solo me marcó a mí, sino a toda una generación.
Por: Pedro Ortiz Bisso (@orbisa35)
El 22 de junio de 1986 está marcado a fuego en la historia del fútbol mundial y en el corazón de los argentinos. Con el antecedente fresco de la guerra de las Malvinas, ese día se enfrentaron Argentina e Inglaterra por los cuartos de final del Mundial México 86. Y ese día, con un gol tramposo y otro de ensueño, Diego Armando Maradona se consagró como uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos. El periodista argentino Andrés Burgo ha publicado “El partido”, una crónica excepcional por su prosa vigorosa y la minuciosidad casi obsesiva con que reconstruye ese encuentro. A la espera de que el libro llegue al Perú, conversamos con él.
—¿Cómo pensó escribir el libro?
Mi primera idea era hacer un libro sobre el Mundial 86, contarlo como una historia mía, para mi generación. Yo tengo 41 años, y ese Mundial marcó muchísimo a mi generación. Era como un viejo truco para volver a la infancia. Luego pensé que hacer un libro sobre el Mundial iba a ser algo muy grande, no iba a poder poner la lupa en todos los hechos, así que decidí apuntar al partido.
—En una entrevista decía que el Argentina-Inglaterra parece una historia de ficción. Tiene mito, épica, suspenso, agonía, éxtasis…
Hay un superhéroe [Maradona], un enemigo [Inglaterra], un enemigo interno [Passarella], un gol tramposo, el suspenso del final, los jugadores –que con el paso del tiempo se pelean y después se amigan–, etc. Es una historia insólitamente argentina con final feliz.
—El partido es el centro del libro, pero el personaje central es Maradona, con quien no habló.
Yo sabía desde un principio que no iba a hablar con él [le habían adelantado que le pediría dinero]. Maradona es el gran protagonista de ese día. Lo que intenté es que quienes estaban a su alrededor me contaran lo que hizo, es decir, que los protagonistas indirectos narraran cómo fue el milagro ese día milagroso.
—Recoge muchos testimonios, pero las contradicciones sobre un mismo hecho son impresionantes. Las cosas no son como sucedieron, sino como se recuerdan.
¡Es la memoria! Cuando me preguntan de qué es el libro, digo que hay dos respuestas: es un libro sobre enaltecer a los personajes secundarios y es un libro de la memoria. Hay una frase clave: cómo anteponemos nuestros recuerdos a lo que pasó. Por un lado, hay cuatro tipos que pueden dar cuatro versiones sobre un hecho, y por otro, una persona que, de un mismo hecho, puede dar versiones tan distintas que terminan siendo opuestas. No mienten, se creen lo que cuentan.
Maradona ya sacó el puñetazo sobre la salida de Shilton. Al día siguiente, solo un diario argentino, en un recuadro pequeño, bautizó el gol como la ‘Mano de Dios’. El autor sería un periodista, no Diego.
—Son cosas que se van diciendo y se la creen…
Los recuerdos que tenemos no son fiables, son construcciones que hacemos. Esa poca fiabilidad de la memoria termina construyendo mitos. Y el periodismo tiene que chocar contra esos mitos. No puedo decir que todo lo que escribí sea la verdad, pero sí es lo más cercano a lo que pasó.
—Por ejemplo, la ‘Mano de Dios’. La frase no es de Maradona, sino de un periodista argentino…
A nadie le queda claro. Maradona dice que la frase es de él, pero no hay registro de ello, solo apareció en un recuadrito en un diario al otro día. Uno de los testigos recuerda que al terminar el partido, a Diego le preguntan sobre el gol con la mano y él dice que lo hizo con la cabeza, que fue el arquero; da una serie de excusas para que no se arme un lío. Y un periodista argentino de la agencia ANSA, Héctor Ferrero, le dice: “Dale, Diego, quedó claro que fue con la mano”. “No, fue con la cabeza”, responde Diego. El periodista insiste: “Habrá sido la mano de Dios” y Maradona responde: “Habrá sido”. No tengo idea de cuál es la verdad, pero estas son las versiones.
—Las cábalas de esa selección son impresionantes: iban a los partidos en el mismo bus, con los mismos policías, escuchaban las mismas canciones, buscaban que los entrevistaran los mismos periodistas…
Las cábalas no son solo de un técnico o de una selección. ¡Es el Maradona del 86, que en su mejor momento como futbolista creía en las cábalas! Si ese Maradona creía en ellas, ¡todos tenemos derecho a tenerlas!
“Hay un superhéroe [Maradona], un enemigo [Inglaterra], un gol tramposo, el suspenso del final”
—Esa selección trabajó en condiciones precarias. Hasta tuvieron que armar habitaciones para que cupiera todo el plantel en el lugar donde se alojaron.
[Jorge] Valdano recordaba que desayunaban Coca-Cola, [Carlos] Bilardo pasaba bandejas con sándwiches. Hay fotos de almuerzos de jugadores con gaseosas, lo que ahora sería una locura. Era otra época. Es como la última etapa romántica del fútbol. Un Mundial de la prerrevolución económica.
—Habló con unas 250 personas…
Cada vez que hablaba con una me daba cuenta de que salía una nueva historia, un personaje distinto, y se iban abriendo caminos.
—¿Llegó a vivir en función del libro?
En un momento lo odié. Hasta me llevé la computadora a la luna de miel…
—¿¡Trabajó en la luna de miel!?
Tenía plazos que cumplir. Debía empezar a escribir a la vuelta, así que necesitaba ordenar los 300, 400 documentos que tenía. Mi luna de miel fue un poco rara, me fui a Etiopía e India, así que durante los traslados prendía la laptop y trabajaba.
—¿Y su esposa?
Trataba de separar las cosas. Hacíamos un viaje en tren de seis horas y usaba ese tiempo para trabajar. Cuando haces un libro le dedicas todo tu tiempo de ocio. En algún momento fue una obsesión, lo odiaba; mi mujer, ni te cuento… De hecho no volví a leer el libro.
—¿No lo piensa leer?
En las vacaciones. Ahora estoy contento porque puedo leer otras cosas.
—Sin la guerra de las Malvinas ese partido perdía trascendencia.
No era lo mismo, no resistía comparación, no hubiera tenido toda esa carga épica.