La esperada resurrección de Lewis Hamilton
El cielo estaba tapado como siempre pero Hamilton brillaba como nunca en el trazado de Donington Park. El británico corría la última carrera en la Fórmula Renault inglesa y yo estaba ahí para ver a Juan Manuel Polar en su cierre de temporada. Si bien faltaban aún cinco años para su primer título en la Fórmula Uno, ya todos hablaban de él como la gran promesa británica para alzarse por fin con la corona de la categoría reina. Como se recuerda por aquellos años, 2003, los ingleses no tenían ningún piloto con ambiciones en la grilla. Para una afición que se jacta de ser la cuna del automovilismo, por aquellos días ver como un alemán y un español hacían cada vez más lejano el título del británico Damon Hill les corría el alma. Lewis así era su gran esperanza, el remedio para aquella maldita maldición.
Por aquellos años Hamilton ya caminaba por el paddock siempre rodeado. Pese que tenía solamente 18 años ya se sabía que era piloto de McLaren, el engreído de su tío Ron Dennis y que vivía casi todo el día enclaustrado en la sede del equipo plateado en Woking girando sobre simuladores. Para todos era evidente que aquel adolescente, que caminaba sin hablar, estaba destinado a ser campeón del mundo.
Cuando llegó a la Fórmula Uno en el 2007 se filtró que Lewis (conocido hasta hoy en la escudería plateada como “The Kid”) había hecho en los años previos, en aquel laboratorio de Woking en el que lo crió McLaren, más de mil horas en cada uno de los circuitos programados para aquella temporada. Por eso cuando apareció lo hizo con aquella experiencia inusitada para un novato. Nadie entendía el por qué. Lewis fue criado así para ganar, fue entrenado para ser campeón y dominar con absoluta precisión los monoplazas. ¿El problema? Su falta de experiencia y manejo de stress. Así si bien entendía los circuitos y los autos cuando se enfrentaba a sus rivales siempre sucumbía. Se nublaba.
El año que salió campeón (2008) en las últimas fechas, cuando tenía una buena ventaja a su favor y solamente tenía que definir, se le vio protagonizar varias novatadas que casi le cuestan el título. Como si fuese poco su equipo jugó a su favor descaradamente. Ya un año antes, en el 2007, McLaren había adormeció los ímpetus de un Fernando Alonso que llegó como candidato y salió domado/frustrado.
De ahí en adelante Lewis siempre se caracterizó por muy buenas carreras pero más rabietas. Peleas, toques, enfrentamientos, inconductas se volvieron la constante de las participaciones del inglés. Entonces la duda llegó: ¿de qué sirve que un piloto sea bueno si no puede controlar?
En este escenario llegó Mercedes. Lewis, como si se tratara de un adolescente que quería irse de la casa de sus padres para iniciar su propia vida, vio en la casa alemana la esperanza de un nuevo inicio. Eso si las condiciones fueron claras: nada de berrinches, saber jugar en equipo y priorizar los puntos al ego. Años antes Hamilton ya se había independizado de su padre y esta vez, de la mando de la cantante Nicole Scherzinger (mujer a que se le asume gran parte de este nuevo Lewis, el cambio de equipo se presentó como una buena movida. El último paso para su ansiada libertad como profesional.
Su relación con Scherzinger le generó, además, un punto de inflexión en su estrategia de vida. Así incluyó en su carrera a Simon Fuller (relacionado con el éxito de Madonna, los Beckhams, las Spice Girls, entre otros), un hombre que sin saber un ápice de la Fórmula Uno tenía un objetivo claro: convertir a Lewis a ícono un comercial. Un referente cultural que haga dinero más allá de sus contratos de pilotos y sus contratos comerciales naturales por su actividad deportiva. En este objetivo McLaren era una traba producto de su estructura de negocio. Nota aparte merece el decadencia que los McLaren comenzaban a mostrar cada vez más en la pista de la Fórmula Uno.
Hoy Hamilton vive el producto de sus decisiones y la tranquilidad de su madurez. Lidera el campeonato sólido, brilla en Mercedes y todo hace indicar que será el gran nombre de este año. No ha protagonizado ningún escándalo, no se ha peleado con nadie, no ha mirado feo a ningún rival. La madurez ha llegado y con ella, aparentemente, una nueva era. Vettel ha muerto, Viva Lewis.