Color y sabor
Son seis años los que llevo viniendo al Centro de Lima todos los días. Me quejaré del tráfico, sí, pero no lo cambiaría por nada. Nada. Incontables historias compartidas; paseos nocturnos en absoluta calma; secretos míos (aunque no solo son míos) que se quedarán para siempre entre sus rincones y jirones. Hay magia aquí. Y hay comida.
Mucha comida, mucho sentimiento.
He probado de todo por estas calles. Chifas (decenas de ellos), pollerías, cebicherías (aunque no haya tantas como uno esperaría), menús vegetarianos, cafeterías de franquicia, emblemáticas barras de pisco sour, mesas extranjeras (belgas, japonesas…), huariques con los platos más criollos que el repertorio ofrece, esos que ya se empiezan a extrañar en la mesa de muchas casas. Pero lo más bonito que tiene el centro es que guarda, intacta, una parte de la ciudad que se fue. Tradiciones y costumbres de la Lima que todos queremos o queremos querer. Esa Lima que vive en sus personajes.
Elías Mendieta es uno de ellos.
El olor de su maní confitado invade el jirón Ucayali todos los días, desde hace 5 años, como un hechizo del que uno no puede escaparse. Es inútil resistirse, querido lector. Y yo me pregunto ¿para qué hacerlo?
Azúcar y agua. Nada más que eso. O nada mejor, podría decirse. Cada tanda le demora unos 20 minutos. La sartén de cobre -preciosa y poderosa- ni siquiera necesita de aceite. Solo un poco de agua y la mezcla que Elías tiene separada en bolsitas llenas de maní y azúcar (no cuenta cuánto exactamente; el hombre tiene sus secretos, pero calcula que hay unas dos tazas por bolsa).
Fuego alto y el azúcar hace su chamba.
No hay que moverlo. Solito llegará al punto necesario. De rato en rato, eso sí, una vuelta se hace necesaria.
Quince minutos desde el inicio, por algún proceso químico que yo desconozco y que es mejor mostrar en la foto (si tú sabes explicarlo, querido lector, te agradeceré infinitamente), el azúcar y el agua llegan a un punto arenoso. A partir de aquí toca mover con paciencia y cuidado.
Al poco tiempo, el caramelo llegará a su punto.
Elías lo sirve sobre una bandeja para que enfríe antes de partirlo y repartilo entre aquellos afortunados que -muchas veces- hacen cola para llevarse una de las bolsitas que vende a S/.1.50.
Si estás por el centro este fin de semana, búscalo en el 235 del Jirón Ucayali, justo al lado del mítico restaurante El Adriático.
Las fotos esta vez son del buen Alessandro Currarino, quien ha sufrido una ligera quemadura por acercarse al metal caliente, pero será recompensado con un pisco sour por su buena disposición.
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