Historias reales de terror
Recuerdo la ocasión, hace algunos años, en la que asistí a una charla de literatura de terror. Fue cuando me empeciné en escribir unos cuentos sobre almas en pena que luego deseché. El tema dejó de llamarme la atención conforme iba madurando.
Sin embargo, muchos hechos me llevaron a replantear las cosas hasta tiempos recientes en que realicé una investigación periodística sobre casas fantasmales. En realidad, me planteaba (antes de fundar este amable espacio) crear un blog sobre situaciones paranormales que recogiera todos los casos que he conocido y vivido en lo personal y que tomara las versiones anónimas de casos similares de mis lectores. Pero no soy un parapsicólogo sino un aspirante de las letras. Nada obsta para que eventualmente “desembuche”, como dice L, lo que haya que decir al respecto y que publique lo que los lectores tengan que contar. “De que hay algo hay algo, me consta y a veces me inquieta…”, le digo, apurando el fin de la conversación.
L me trata de persuadir para que reelabore mis cuentos fantasmales y yo le digo que es materia delicada referirse a los espíritus. Con ella recapitulamos las experiencias que he vivido a solas con “el más allá” y las que hemos experimentado juntos.
Recordamos aquella vez que fuimos a la ceremonia por la que me premiarían por haber ganado un concurso de ensayo. Tras aquel evento nocturno llegamos a casa y encontramos la puerta del estudio trancada desde adentro por un pesado mueble que ni yo a solas hubiera podido mover. El estudio biblioteca, por cierto, no tiene salida alguna y sí una ventana enrejada. Era imposible que el mueble hubiera sido empujado, a no ser por una extraña fuerza descomunal. Desde luego, nadie se había quedado en casa.
Las apariciones han sido una extraña seguidilla. Recordamos cuando una extraña mujer nos observaba desde el pasadizo que comunica la sala con el jardín. Apareció y se difuminó como vino, o la apariencia sombría de un hombre sentado en un sillón de la casa o la voz que emergió de la nada desde una catarata en medio de la selva para pronunciar mi nombre. Una mujer. La más aterradora escena ocurrió cuando… (esta me la guardo para un post aparte).
Otra de las más perturbadoras escenas fue hamletiana, ocurrió una noche y más precisamente le ocurrió a una niña que en casa vio a…pero el tema es tan sensible que me abstengo de contarlo. Y hay más, como el fenómeno del perico amarillo…pero lo dejo en el misterio. No son una invención y nada más seductor que una narrativa que se afirme sobre un terreno real.
Y qué decir de los agitados golpes sobre el techo del vehículo de mi padre cuando un personaje bastante cercano moría precisamente en ese instante, en un accidente de tránsito. Hay historias propias y las hay ajenas, todo un material que podría servir para una historia, una historia que en parte plasmé fragmentada en aquellos cuentos que hoy me esmero en buscar entre los papeles viejos.
L me dice que si escribo cuentos, mejor que sean góticos, que los vampiros están de moda, más que los fantasmas. Simulo no haberla escuchado mientras persisto inútilmente en hallar aquellos viejos cuentos que, en el fondo, no quiero encontrar.