El coraje de un filósofo
“Vencer no es convencer”. Quizás hayas escuchado esas palabras. Bueno, ellas fueron pronunciadas por Miguel de Unamuno el 12 de octubre de 1936 en el paraninfo de la Universidad de Salamanca. Se celebraba el “Día de la raza” .
Poco tiempo antes Franco se había hecho del poder en España. Millán Astray, hombre fuerte del gobierno había acudido con varios legionarios armados, vulnerando aquel espacio de libertad que es la Universidad. Unamuno, el rector, no planeaba hablar, pero se vio forzado a tomar la palabra: “Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia. Quiero hacer algunos comentarios al discurso —por llamarlo de algún modo— del profesor Maldonado, que se encuentra entre nosotros. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión…” Dijo más.
Los ánimos se exaltaron y Millá Astray vociferaba y entre los gritos y amenazas al rector se empezó a oír:”¡Viva la muerte!”. Millán Astray impuso su voz. “¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”.
Unamuno, valiente y firme respondió: ”Acabo de oír el grito necrófilo e insensato de ‘¡viva la muerte!’. Esto me suena lo mismo que, ¡muera la vida!’. Y yo, que he pasado toda la vida creando paradojas que provocaron el enojo de quienes no las comprendieron, he de deciros, con autoridad en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. Puesto que fue proclamada en homenaje al último orador, entiendo que fue dirigida a él, si bien de una forma excesiva y tortuosa, como testimonio de que él mismo es un símbolo de la muerte.” El silencio rodeó la escena. El académico confrontaba con el más rudimentario y peligroso hombre de poder. Se refirió a la falta de grandeza espiritual del poderoso general. Millán Astray solo respondía a gritos: “¡Muera la inteligencia!”.
El rector, salvaguardando la libertad de aquel recinto de la investigación, la libertad plena y el conocimiento universal se enfrentó nuevamente al amenazante rival: “¡Éste es el templo de la inteligencia! ¡Y yo soy su supremo sacerdote! Vosotros estáis profanando su sagrado recinto…Venceréis, pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis la fuerza; pero no convenceréis, porque no tenéis la razón”.
Unamuno abandonó la Universidad tomado del brazo por Carmen Polo de Franco (esposa del dictador) ante la acechanza bruta de los legionarios y de la comparsa burocrática del franquismo. Pero, dado que el poder mandaba con la abitrariedad que le es característica, aquel mismo día la corporación municipal de Salamanca tomó la decisión de cesar a Unamuno como Rector de la Universidad. Franco firmó pronto para ratificar la medida.
Desde luego, el peso de la irracionalidad no se detuvo y desde aquel mismo día Unamuno sufrió arresto domiciliario. No salió de su casa hasta el día de su muerte.