El liderazgo anímico
La economía es tan sensible que, en ocasiones, pareciera una variante de la psicología. Este no es, desde luego, un análisis económico ni una posición sobre el mercado y el Estado sino una teoría en juego. Sí, juego, aquel que nos señala que el liderazgo más eficiente es el que “mueve a la gente”. Pero el esfuerzo de mover a la gente con un soplo vital es también remover todos los obstáculos y anclas que obstruyen el libre flujo de la riqueza.
La política no es solo gestión administrativa y gobierno de las cosas, es animación del espíritu público, es una invitación al optimismo, es promover la fe, solidificar la autoestima.
Un ejemplo, al margen de cualquier consideración ideológica, ya que quien firma el párrafo libresco que sigue es un liberal (para mayor seña tiene un blog…): “Entusiasmo por la vida y energía ilimitada aún en el cautiverio de su cuerpo desfalleciente, Roosevelt (Franklin) supo imprimir su propio ánimo a un pueblo que requería continuar la ruta del tosco emprendimiento, ese con el que había edificado ciudades en el Oeste, devorado praderas y montes, cincelado cumbres e invadido el mar. Insuflar de espíritu y dar batalla fueron las claves de la política rooseveltiana ante el acecho de corrientes monstruosas, enemigas de la libertad. La depresión económica se nutre de la pasividad y la quietud del que desconfía, de la indolencia de quien asume la crisis como un colofón de la Historia y no como la fuerza propulsora del porvenir”.
Todo lider genuino, lo debe ser, primero, en el ánimo de la gente. De eso trata gobernar una localidad, un villorrio, una junta vecinal, un club deportivo, una región o un Estado. Un mal pronóstico, aún cuando irreal, tiene un efecto real porque la gente decide sobre la base de lo que cree que va a pasar y no de lo que va a pasar en efecto. Salvo mejor parecer.