Eros gastronómico
Una novela se reduce al polvo, me advierten de su existencia y procuro remendarla. Solo distingo el título en letras rojas: “Amores de cocina”. El autor es un anónimo cuya mayor virtud fue escribirla. Me preparo a leerla mientras me llevo un bocado a los labios. En la trama, Martina seduce a sus comensales sobre la mesa en la que prepara los alimentos. Ellos caen, se dejan arrastrar por el color, el olor, la textura y el brillo de los potajes.
Cada ocasión es para ella una fiesta en la que comer y amar es lo mismo o se completan como en un viejo y extraño rito. Ella, sabiamente, mide la calidad de sus amantes por su apetito. Si alguno de ellos descarta un alimento o carece de avidez, ella lo despide sin llegar a más.
Damian es uno de los comensales que llega a la mesa de Martina. Él es un NN sin mayor éxito ni proyección, pero el que mejor entiende de la relación erótica gastronómica y de las necesidades de Martina solo con observarla. Su pasión, para todo, es desbordante. Además, ama con sutil violencia y conoce de las debilidades de la protagonista, quien cede a sus cualidades amatorias. Pero Damian es también un lector de Byron y de toda la poesía del siglo XIX y de las novelas de amor. No entiende el cuerpo divorciado del alma ni el alma del amor.
Descubre que la primera pulsión de Martina y quizás la única es la que proviene del cuerpo. Ella lo desea, no lo ama. Ensaya su mejor lírica para la cocinera, pretende doblegarla por las palabras antes que por la carne y el paladar. Pero son las sensaciones las que dominan el universo de aquella mujer que convence a Damian que el camino directo es siempre el del deseo y que el amor está más allá de todas sus posibilidades.
Damian empieza a preguntarse si es que lo que anhela por sobre todo es ser deseado o si en el fondo, lo que siempre tentó fue la extrema posibilidad de ser amado. Las sensaciones, lo persuade Martina, son fáciles de lograr en cualquiera aún hasta alcanzar la cumbre más excelsa, “pero los sentimientos se encuentran en una caja secreta en el fondo del espíritu, inasibles y perpetuamente cerrados”.
La modernidad (que se expresa en todas las artes)ha escondido y disfrazado los sentimientos, porque, sencillamente, “son empalagosamente cursis, además de forzados y, en el fondo, difíciles de hallar”. No en vano, el amor en el arte es comedia, piel, horror o banalidad. Al menos en las creaciones, el sentimiento puro aparece como una excepción o un accidente que hay que ocultar. Quizás la conclusión no sea más acertada: “No llegarás a mi corazón por las palabras y las rosas sino por el deseo del cuerpo”.
Sin embargo, al final Martina enloquece por Damian, los sentimientos la socavan. Su alma adormilada se despierta por las habilidades físicas de aquel sujeto. Insospechadamente, el sentimiento en ciernes despierta en ella el interés por sus gestos. Sus rosas y sus palabras azucaradas empiezan a adquirir tanta importancia como las apasionadas y turbadoras escenas sobre la mesa del comedor. Por desgracia, él se ha obsesionado con la piel, con los rugidos del viento y con el ahora salvaje y exasperado ritual de los cuerpos. Nunca llegan a encontrarse.
Mucho se ha discutido sobre los sentimientos y las sensaciones humanas y mientras más se alzan las voces menos se les entiende, con lo que el corazón del Hombre se ha tornado en un insondable e inclasificable universo.