Títulos y etiquetas
No hay mayor necesidad que la etiqueta. Ella nos sitúa y nos provee de identidad. Para empezar, te etiquetas al definir tu pensamiento. Precisas una ideología, un lugar en el espectro del pensamiento social o filosófico. Derecha, centro, izquierda o más dado al detalle: liberal, socialista, social-cristiano, socialdemócrata. Hay ideologías a la medida de cada ideal.
Luego el quehacer manda y la etiqueta invade para titular tu talento o tu actividad. Eres abogado, historiador, periodista o, para ser genéricos, no más ni menos que un intelectual. Pero la sustancia queda corta y no hay mejor etiqueta que el grado académico. Doctor en instancia suprema y debajo bachiller o licenciado.
Si eres un especialista y no un renacentista moderno deberás ser todavía más preciso: ingeniero de minas, dermatólogo, experto en Derecho Civil. La clave de la excelencia, dicen, reside en la intensidad eficiente de lo poco más que en la extensión erudita de lo abundante.
¿Eres periodista? preguntan y arredra la insolencia de una probable respuesta. Hay quien ejerce el periodismo, pero mejores periodistas y más completos los hay allí donde la experiencia forja más que la avidez ¿Eres abogado? “Hacerla bien en una facultad de Derecho no te hace abogado”, tanteamos la mejor respuesta ¿Jurista? Demasiada pretensión.
“Escritor”, asoma la más elocuente y genérica de las etiquetas. Pero escritores los hay en centenas y este que traza estas letras no es más que el geniecillo sin luz de “Tabaquería” de Pessoa. Si escribir te hace escritor, millones de literatos habitan las millones de páginas que aún no se han escrito ¿No es poeta el adolescente enamorado que ensaya su mejor rima?
¿Actuar una vez te hace actor para siempre? ¿Lograrla como analista político te convierte en tal? ¿Postular a una elección te convierte en político per seculum seculorum? ¿Tu fe te titula? ¿Te titula un sello de agua sobre un cartón?
El talento para la petulancia y los laureles para los tallarines, me vienen las etiquetas como las utopías y las conjeturas.
Quizás la mejor etiqueta es la que sobrepasa los títulos y los quehaceres, las doctrinas y los pergaminos, no hay un nombre para ella, pero atraviesa todo lo que concibes y haces. Yo me jacto de ella: “soy, llana y humildemente un hombre franco, un hombre franco que escribe y habla, apenas eso”.