Coraje del decir
Si existen quienes merecen las loas de este blog son aquellos que se atreven a decir lo que piensan. Suelen confrontar con la masa impía o miope, pero no se arredran. Lo suyo es casi una función, una misión suicida, pero más que todo, una trajín noble y heroico: el de defender su propia autenticidad.
La verdad que brota a la luz sería una ilusión si no fuera por estos pioneros de los azarosos mares del debate público o privado. No consienten, ni comulgan, no son fáciles al coqueteo y les importa poco “quedar mal”. ¿Y qué? Si hay un brillo mayor es el de la genuina voz que asoma de sus plumas o de sus gargantas.
Vivir completamente es “vivir siempre más allá”, es la vida del que se enfrenta, la del que ama, la del que rompe el viento con la prédica. La independencia intelectual no es acomodaticia, no se somete, no transige, a ratos hiere, se indigna, mastica la diatriba, se apasiona, se enfurece, adjetiva, suelta, vuelca, no esconde.
Nunca atiendo las letras o la voz de quienes menudean en el término medio por comodidad o miedo, prefiero siempre a mis héroes.
Culmino el post con una frase, apenas eso (del muralista mexicano Clemente Orozco, apunten bien): “No importan las equivocaciones ni las exageraciones. Lo que vale es el valor de pensar en voz alta, decir las cosas tal como se sienten en el momento en que se dicen, ser lo suficientemente temerario para proclamar lo que uno cree que es la verdad…Si fuéramos a esperar a tener la verdad absoluta en la mano, o seríamos unos necios o nos quedaríamos mudos para siempre”.